Por Osvaldo Pepe
El empeño kirchnerista en reescribir la historia y los equívocos orígenes del “setentismo revolucionario”.
Conocido es el empeño kirchnerista en reescribir la historia para adueñarse de las mitologías de la política. Esa corriente, hoy mayoritaria en el peronismo, y además en ejercicio del poder político del país, apostó desde sus comienzos en 2003 a rastrear equívocos orígenes en el “setentismo revolucionario”, identidad que Kirchner y Cristina habían anestesiado durante los años trágicos de la dictadura.
Ya en el poder y con maquillaje progresista usado de apuro, Néstor Kirchner dio vida a una agrupación creada para generar cuadros propios en el manejo del Estado. La bautizó “La Cámpora” y hoy puede decirse que se trató de una “operación exitosa”, ya que sus militantes manejan o tienen altos cargos en las principales cajas del Estado, AFIP, ANSeS, PAMI, entre las más prósperas.
Ese nombre, “La Cámpora”, quiso condecorar a los grupos radicalizados de una generación que honró más los fusiles que los artículos de la Constitución. Y que evangelizó con los 49 días de un gobierno caótico que los “jóvenes idealistas” quisieron tomar como botín propio. La reescritura madre de todas las reescrituras: Héctor J. Cámpora no fue un revolucionario, sino un manso y obediente dirigente del primer peronismo, que llegó a presidente de la Nación por el dedazo de Perón para recuperar el poder luego de 18 años de exilio, en las elecciones del 11 de marzo de 1973. Ahora ese duelo de identidades en la interna peronista se refresca con el próximo Día del Militante montonero (7 de septiembre), fecha que se solapa con el Día del Militante peronista (17 de noviembre). El primero evoca las muertes, en un enfrentamiento armado en 1970, de Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus, dos de los montoneros fundacionales que ejecutaron a Aramburu.
El otro conmemora el primer regreso de Perón al país, cuando bajo un aguacero propio de Macondo tres generaciones de peronistas desafiaron el cerco de la dictadura lanussista para recibir a su jefe.
En actos públicos, la vicepresidenta ha dicho más de una vez que no compartió la lucha armada porque siempre aceptó el liderazgo de Perón. Sin embargo, serían notorias en sus dos presidencias las lisonjas y miradas compasivas con la insurgencia armada de Montoneros, bajo la etiqueta del presunto coraje soñador de aquella generación.
Firmenich, el jefe montonero por default, sigue siendo hoy el emblema jubilado de la facción violenta de aquella juventud peronista que nunca entendió a Perón. Profesordel Departamento de Economía de la Universidad Rovira i Virgili (en Reus, Tarragona), Firmenich reside en Villanueva y Geltrú, Catalunya, un pueblo de montaña a 45 minutos de tren de Barcelona.
Hace más de dos décadas que está radicado en el exterior. “Soy un político desocupado que se gana la vida como economista”, se describió ante la periodista María O’Donnell en el libro “Aramburu”. Su destino, con frecuencia vecino a la tragedia, fue rodearse de sospechas y presunciones, siempre negadas por él.
Vínculos con el golpista Onganía en el asesinato del golpista Aramburu. Presunciones sobre el crimen del padre Mugica, cuya prédica crecía en continuas admoniciones a Montoneros desde meses atrás del hecho (11 de mayo de 1974) para que desistieran de la lucha armada y cesaran de desafiar a Perón. Vínculos con el golpista Massera con quien se reunía en el Centro Piloto de París, como publicó el diario Le Monde (según ratificaron los diplomáticos Gregorio Dupont y Elena Holmberg), para organizar la contraofensiva montonera de 1979 que estimuló el regreso de casi un centenar de cuadros combatientes, exterminados así por Videla y compañía.
Roberto Perdía, ex número 2 de la “orga”,en su libro “Montoneros. El peronismo combatiente en primera persona”niega tres veces (como el apóstol Pedro a Jesús) la existencia deese encuentro. Sin embargo, justificala operación militar de la contraofensiva. Lo cierto es que el caso le costó la vida a un hermano de Dupont y a la propia Holmberg, prima hermana de Lanusse, ex presidente de la anterior dictadura. Holmberg trabajó en ese centro y previo a su secuestro y muerte había dicho tener una foto probatoria del encuentro de Firmenich con Massera.
Indultado por Menem, junto a la cúpula montonera,y a Massera y los jerarcas dictatoriales, Firmenich atesora un raro privilegio. Los dos grupos de Madres lo trataron sin piedad. Nora Cortiñas lo definió como “traidor de la militancia de los 70”; Bonafini no fue más compasiva: “Es un traidor, un cadáver, es peor que Videla”.
De Kirchner y Cristina no se escucharon jamás cosas semejantes. Ni otras tampoco. Sabida es su arrogancia de los años jóvenes, cualidad que parece no haber abandonado ni en la tercera edad. Lo demuestra su provocador desparpajo para justificar la violenta represión, crímenes, exilios forzados, persecución a opositores y atropellos a la prensa libre en Nicaragua, a cargo del «presidente perpetuo» Daniel Ortega, en el poder desde 2007. La parábola de un ex montonero y un ex sandinista. Tanta osadía lo hizo rozar el papelón ya desdesus mocedades.
Fue el día en que la cúpula montonera conoció a Perón, en el Hotel Excelsior de Roma, en abril de 1973, luego del triunfo de Cámpora. Ceferino Reato cuenta en su libro “Los 70, la década que siempre vuelve” cómo fue aquella presentación:
-General, yo soy Mario Firmenich, oficial superior de Montoneros.
-Yo soy Roberto Perdía, oficial superior de Montoneros.
-Y yo, Roberto Quieto, oficial superior de Montoneros.
-Bueno, encantado. Yo soy Juan Domingo Perón, general del Ejército Argentino.
Un año y un mes después, el viejo caudillo ya no vestiría el disfraz del sarcasmo. Se sentiría mejor con los vituperios más famosos de la historia peronista: “imberbes” y “estúpidos que gritan”. ¿Dirán algo en la cúpula del kirchnerismo sobre el Día del Militante montonero o se cobijarán en el Día del Militante peronista? Entre Perón y Firmenich hay una distancia tal como entre la historia y la historieta. Y es obvio quién puede aún sumar votos con su sólo nombre. Pero con el kirchnerismo y sus voces que agitan memorias fraguadas, nunca se sabe.
Fuente Cara y Seca