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James Dean y Corey Allen se suben cada uno a un coche. Allen, en la piel de su personaje Buzz, desafía a Jim, aquel joven de jopo, cigarrillo y campera roja que interpretó Dean en Rebelde Sin Causa. Con los motores rugiendo, estimulado por la mirada de Natalie Wood, Buzz explica las reglas del juego: “Vamos hacia el precipicio, y el primero que salta del auto es una gallina”. En la película se ve que, cuando se plantea de esa manera, el juego no tiene solución: Dean se asusta y salta del auto un metro antes del barranco y se convierte en una gallina, pero viva al fin, y Allen, el valiente más tonto de la historia, traba su campera en una palanca, nunca salta y se desbarranca.
La Argentina se parece bastante poco al Hollywood de los años ‘50 del siglo pasado, pero Alberto Fernández y Cristina Kirchner están jugando un verdadero Juego de la Gallina en vivo y en directo.
La vicepresidenta mandó a su fieles a anunciar el vaciamiento del gabinete luego de la derrota electoral, para obligar al Presidente a que se desprenda de Santiago Cafiero y también de algún otro de los “funcionarios que no funcionan”.
Con la desprolijidad que la caracteriza, los mandó a decir que la renuncia estaba “a disposición” del Presidente a través de los medios de comunicación.
El Presidente avisó que no piensa hacer nada. Por más renuncias que se apilen en twitter, él no va a mover a ningún ministro de su puesto: ni a los de Cristina ni a los de él.
Los dos autos, el que maneja Cristina y el que maneja Alberto, siguen a toda velocidad hacia adelante, como si el último domingo no hubiesen chocado contra la realidad de la elección y como si no fueran los dos principales responsables de mantener la gobernabilidad en el momento más delicado de la administración desde 2019.
Cada uno a su modo, los dos tienen la posibilidad de generarle temor al otro.
Cristina tiene detrás suyo prácticamente todos los votos del Frente de Todos. No son tantos como antes, y está claro que ya no alcanzan para ganar una elección, pero constituyen una fuerza electoral incomparable con la que tiene detrás suyo Alberto.
El Presidente, en cambio, no tiene una fuerza electoral propia pero tiene la presidencia. No es un presidente con poder, pero puede decir, y son muchos los que pueden escuchar sus palabras, que Cristina está orquestando una maniobra para sacarlo de ese lugar.
Está clarísimo para cualquiera que haya visto Rebelde sin Causa, o para cualquiera que se ponga a pensar un segundo en la situación, que si ninguno de los dos se tira del auto, el Gobierno se desbarranca.
Luego del desafío de Cristina, el Presidente se preocupó por buscar músculo por fuera del kirchnerismo. Primero llamó a varios intendentes del conurbano bonaerense. consiguió poco. Fue en su auto hasta José C. Paz, para pasar dos horas en la casa de Mario Ishii, un viejo barón del conurbano con predicamento nulo entre sus colegas.
Más tarde, le pidió a sus operadores entre los gobernadores que enviaran un modelo de tweet para que los mandatarios lo publicaran en sus cuentas de las redes sociales. El modelo decía así: “Quiero expresar mi apoyo al presidente @alferdez. Es con todos porque la responsabilidad es de todos. Un resultado electoral es producto de la democracia y no debe complicar la gobernabilidad. Debemos escuchar y analizar cada demanda de la gente.” Algunos gobernadores hicieron caso al pedido. Otros no. La CGT recibió una invitación similar.
A diferencia del que se ve en la película, en otras versiones del Juego de la Gallina el valiente queda vivo y puede disfrutar de ver a la gallina tirada en el piso. Para que eso ocurra, las condiciones tienen que ser las ideales: que el conductor esté en excelentes condiciones y que el auto funcione perfectamente. No es lo que ocurre hoy en el Frente de Todos.
Fuente Clarin
