¿Cuánto vale desautorizar a un Presidente? ¿Qué precio hay que pagar si uno lo hace? ¿Tiene para todos el mismo precio? ¿Se puede hacer todas las veces que se quiera hacerlo? Las respuestas a esas preguntas sirven para catalogar, de manera rápida, cómo funcionan los gobiernos.
En el caso del presidente Alberto Fernández, según se vio en estos dos años, los agravios no cuentan. Un ministro provincial le dice cualquier cosa y no pasa nada. Una diputada oficialista le dice cualquier cosa y no pasa nada. Aliados políticos le pegan con más saña que el opositor más enojado y no pasa absolutamente nada. Ministros grises y funcionarios que apenas conocen los periodistas especializados le tiran renuncias por la cara y no pasa nada.
El precio de desautorizar a un presidente, según determinó el propio Alberto Fernández cuando optó por integrar el Frente de Todos, es cero. No tiene ningún costo. Es gratis.
El Presidente parece creer que está obligado a trepar en la montaña de agravios cada semana, olvidarlos y prepararse para aguantar los que vengan en la semana siguiente.
Así funciona el Frente de Todos, y así lo entendió el presidente y, especialmente, la vicepresidenta, Cristina Kirchner. La jefa política del FDT le dijo una y otra vez en público lo que tiene que hacer y lo que no tiene que hacer. Le recuerda a cada rato quién es la jefa, y también que el Presidente está en su silla por un designio suyo. Para refrescarle la memoria, esta semana le armó una lista exprés de los funcionarios que le responden y le armó una rebelión con ellos, en lo que fue el mayor ataque interno a un presidente de los últimos años.
Extrañamente, el Presidente elige persistentemente ignorar la palabra de su socia política, como si se tratara de agua que corre. No hace nada de lo que ella pide en privado, y tampoco atiende a los pedidos que le hace en forma pública.
Ese funcionamiento del Frente de Todos, que nació desafiando todas las leyes naturales de la política, ya no sirve más. No sirve para ganar elecciones, tampoco sirve para gobernar y, por lo que se ve tomando en cuenta el vértigo que se desató desde la derrota del domingo, tampoco sirve para mantener un gobierno en pie durante mucho tiempo. Para permanecer, este Gobierno quedó obligado a buscar otras maneras de sustentarse, porque la base, el Frente de Todos, se transformó en lo que todos pueden ver en sus celulares a cada minuto.
La derrota en las elecciones dejó a la vista el pecado original del Frente de Dos: que no es una coalición de fuerzas políticas sino un contrato no escrito entre dos personas con poderes desiguales y con niveles de representación divergentes.
Está todo expuesto. El kirchnerismo no tiene ideas distintas de las que expresa y el Presidente no tiene otros funcionarios que los que están. No hay políticos con algún predicamento en la sociedad que estén dispuestos a integrarse hoy al Gobierno. Este es el Frente de Todos, no hay intenciones ocultas ni jugadas futuras detrás de lo que se ve.
Azorados, los dirigentes de la oposición asisten al espectáculo de la implosión de la alianza de gobierno, en medio de una campaña electoral. En Juntos por el Cambio están convencidos de que no tienen nada que hacer en esta pelea y de que su aporte a la institucionalidad es mantenerse en silencio.
En dos semanas, los candidatos de Juntos por el Cambio en todas las provincias se pondrán a trabajar para llevar a las urnas a las personas que no fueron a votar el domingo. Todavía no está claro a quiénes enfrentarán en la campaña.
Fuente Clarin