El pensador Jorge Gini, nos regala un generoso texto en el que cada uno podrá interpretar las cotidianas situaciones políticas y sociales que vive nuestra Argentina y nos abre la puerta para analizar la actualidad tomando como disparador estas oportunas reflexiones. Simulacros y simuladores danzan en armonía. La fecha es propicia, para el libre pensador.
SIMULACROS
El simulacro nunca es aquello que oculta la verdad es la verdad lo que oculta que no hay verdad alguna. El simulacro es cierto.
Ecclesiastés. Uno de los “Libros Sapienciales”
Un simulacro suele ser la representación que nos prepara para un evento real. Tiene un propósito, pone en juego saberes y entonces el incendio de ficción opera con autonomía de la realidad de ese otro incendio que quema. Carece de importancia porque se produce el incendio y hasta su realidad misma. Una vez en el simulacro solo será importante el modelo de representación de las cosas. Y poco más. Dicen por ahí que la más relevante función de la comunicación humana, es el recono-cimiento de las intenciones del emisor, y un simulacro siempre es una intención.
Pero hay simulacros organizados -en un vasto esfuerzo dialéctico- alrededor de la política y la cultura que son aceptados mansamente por la sociedad democrática. Deslizan hacia formas de mentira pública donde la interpretación descompensada de la realidad sustituye a la realidad misma en que se basa, sometiendo a las teoría de la historia a la tensión -insoportable- de tener que funcionar sin un acuerdo sobre los elementos que contendrán los objetos para considerárselos verdaderos y los límites que deberá encontrar la explotación del conflicto en la interpretación de los hechos. ¿Qué otra cosa que un conflicto dinámico serían esos acuerdos?
Pareciera que los hechos pueden constituirse en un aporte marginal a la concepción de un suceso como verosímil si se cumple con ubicarse en un contexto, respetar una serie de reglas y tener un nivel aceptable de coherencia entre sus constituyentes. “Es la conversación la que nos hace desgraciados o felices, ricos o pobres” decía Edmund Spencer. Pero estas son pautas que asimilan la realidad a un guión de cine, más que a la película en si.
Todas las ideas de dominación modernas rondan en torno a la verdad, su descu-brimiento y apropiación. El principio básico luciría así: Una vez descubierta la verdad ¿qué otra cosa podemos hacer sino seguirla?. En ese punto, la fidelidad a una verdad se trasviste en una ideología dogmática. Quizá estemos convergiendo a un nuevo acuerdo público donde los expertos terminen homologando un estatuto que admita ¨realidades” o esencialmente la aceptación de que el apego a los hechos y la neutralidad política no son los descriptores que definan a la realidad. Aunque no parezca obvio, clasificar al simulacro como una mentira sería como clasificar a las mesas y las sillas entre los cuadrúpedos.
Jean Beaudrillard, verdadero anatomista del simulacro, decía que “disimular es fingir no tener lo que se tiene. Pero simular es fingir tener lo que no se tiene. Lo uno remite a una presencia, lo otro a una ausencia”[1]. Entonces, todo simulacro abre un boquete cuya utilidad no podrá ser juzgada en lo inmediato: una perversión a la más importante función practica del apego a las normas de verdad, que permi-ten buenos o malos resultados, pero en plazos bastante cortos[2].
La posmodernidad pasó de largo infiltrada por una discusión mezquina sobre el alcance de un realidad solo vívidamente reconocible en el lenguage[3]. Bruno Latour, consideró, que el faraón Ransés II fallecido en el siglo XIII AC no pudo morir de la tuberculosis dictaminada en el estudio forense de 1976 a su momia, pues el bacilo fue descubierto por Robert Koch en 1882. Latour nos entera de que el asesinato solo existe cuando se atrapa al criminal[4].
“Los conjuntos no se mueven, las funciones no metabolizan, los espacios no pro-crean, las estructuras algebraicas no pasan hambre, las derivadas no explotan. Por consiguiente las leyes conceptuales (o formales) son muy distintas de las leyes físicas, químicas, biológicas o sociales: no describen algo que está ahí, indepen-dientemente de que se le conozca, sino que caracterizan (definen implícitamente)”. Así explicaba Mario Bunge la tensión entre los hechos y los objetos conceptuales en su tesis realista. Pero esto esta lejos de sugerir que no existe una realidad inde-pendiente de los marcos conceptuales.
John Rawls apuntaba que una orquesta no era anterior a sus músicos sino que solo existe cuando sus miembros hacen sonar sus instrumentos para obtener un resultado común. El simulacro -definitivamente- no es anterior a los simuladores. Para configurarse requiere cumplir la condición necesaria de sincronía y cooperación: es el esfuerzo de muchos, la paciencia de tantos otros y la ignorancia voluntaria de la mayoría. Se termina siendo un simulador por acción o por omisión.
Así como el impostor se relaciona conscientemente con su impostura -se sabe impostor- el simulador en cambio necesita de acuerdos para estacionar a su simulacro en el garaje de lo verosímil hasta perder en un giro de mariposa la noción de como empezó todo. Para alcanzar la condición de suficiencia el simulacro debe ser poco distinguible de la realidad para un número relevante de sus participantes y conniventes, los que convergen a él, los que dotan al simulacro de la historia, los que explican con autoridad de expertos. Y aún sin ninguna pretensión sobre la realidad, se aseguran los contextos: Nadie esperaría que el estallido del explosivo marca “Acme” termine en el deceso del Coyote en su eterna persecución del Correcaminos porque existe un contexto del “dibujo animado”. ¿Puede una hormiga dibujar en su derrotero el perfil de Churchill?[5] Solo los contextos históricos y culturales determinan el concepto “caricatura” y “Churchill”, y así la hormiga -al fin y al cabo- siguió por un camino cualquiera…
El simulacro no será nunca una construcción ideal; se desarrolla en el terreno. Tendrá reglas -pocas- y una alianza creciente con tres factores:
(1) Lo que el General Sun Tzu (tan útil a cualquier cita erudita) definiría como “ausencia de forma” donde el simulacro moldea el terreno -la historia- y desde el checkpoint que se elija en adelante solo habrá una realidad en retrospectiva con un pasado siempre en recreación, justificando las infinitas formas de un presente.
(2) un estilo de “soluciones amplias” que eluden todo gatillo moral. Las motivaciones para orquestar el simulacro son algo así como una “razón de estado” y gozan de un salvoconducto general: Nada es más importante ni más urgente[6].
(3) No se estará fácilmente lejos de los efectos. El simulacro -como sabe cualquier político profesional- terminará siendo una actividad con dema-siado pocos espectadores, porque todos terminarán, por acción, omisión o ignorancia, siendo subidos al escenario con la letra del guión pobremente sabida.
Es curioso que nunca llamamos simulacro al simulacro mismo. Como si nombrarlo así fuera pronunciar los secretos nombres de Dios. Y los simuladores -esos par-ticipes necesarios- pueden señalar hacia todas partes al mismo tiempo, diciendo: ahí! con esa coordinación bizarra que supieron tener “Los Tres Chiflados”. Empiezan a explicarnos las causas mientras nos ocultan prolijamente las conse-cuencias, y desarman el reloj como un triunfo de la propia voluntad, sin que se les ocurra pensar que, piezas sueltas de un reloj nunca han dado la hora.
Aquellos cartógrafos mentados por Borges en “Del Rigor en la Ciencia”[7] hicieron su descomunal mapa exactamente de la extensión del imperio. Anotaron todo deta-lle, pero ese mapa -que no era el imperio- cayó en un inevitable desuso. Al fin y al cabo la ideología del cartógrafo detrás de cada anotación y destaque solo aportaba los rasgos de ese otro mapa supremo. Ese mapa bien hubiera podido reemplazar al territorio. Los cartógrafos, quizá, solventaron la necesidad de interpretar al imperio así como se interpreta a un texto y aparece el relato del mapa fungiendo como la realidad misma: un mapa precediendo al territorio. Pero la realidad, en el texto borgiano, conservó su fuerza estadística: No se engañó a todos ni al mismo tiempo ni siempre -como Lincoln sabía- y los jirones del mapa fallido sólo sobrevivieron en los confines desiertos del imperio.
Si la realidad se convierte en un producto de consumo, tampoco podrán evitarse las elecciones del consumidor, -territorio patrullado por esa psicología de la domi-nación que es el marketing- aún cuando estos elijan transferir la responsabilidad desde sus sentidos a una interpretación ajena produciendo el sentido y los contextos que declinamos producir por nosotros mismos[8]. Hay un punto justo ahí, donde cualquier hecho tiende a degradarse en espectáculo y consumo. Donde una versión es tan buena como cualquier otra. En que lo que pasa no es ni verídico ni falso. todas las interpretaciones heredan migas del valor perdido de los hechos y nosotros seguimos obligados a cazar la realidad con una panoplia oxidada, que necesita imperiosamente actualizarse: no será el afilado de la espada la mejor defensa contra los misiles.
Propongo un conjunto básico de rebeldías, ya que el espíritu contradictor suele ser el generador más potente de pensamiento crítico. Y aunque nadie va por ahí mol-deando su pensamiento de acuerdo a mediciones objetivas, al contradictor podrá reconocérselo por su elección de estos conjuntos de datos que les expongo, porque siempre me ha parecido una verdad al borde de lo inobjetable, la que contiene la máxima:
“Dime donde buscas y te diré que deseas encontrar.”
Reglas de rebeldía para contradictores:
Si lo que importa “es la cerveza” preguntarás que tan amargo es el “sabor del encuentro”.
Si te gritan “Vietnam” no irás a la guerra y recordarás -como Muha-mmad Alí- que ningún vietnamita te llamó nunca negro (o judío, homosexual, o inteligente).
Si dicen “especializarse” serás un dilettante escupiendo tu saber su-perficial, especialmente a quienes no quieran escucharte.
Y resistirás la homologación de tu conducta por parte de colegios, consejos, cámaras u organizaciones varias, porque saben de ti menos de lo que sabes tu de ti mismo.
Y desconfiarás del consenso, tal como te previno el sabio Jurgüen Habermas, por ser solo una opinión que se impone a todas las demás.
Y si quieren venderte verde comprarás rojo mecánicamente solo para demostrar que no se razona con quien no acepta las premisas y así no serás necio, ni serás dócil.
Si tantos simuladores pueden salir del charco al que entran -como lo hacia el barón Münchhausen- con montura y todo, tirando hacia arriba de sus propios pelos, este mal no ha tenido otro nombre que falta de vocación crítica, porque no hay simu-lacro, ni relato, ni revelación, ni nada evidente, ni un “buen pensar”, ni ninguna ortodoxia, si se alza el canto triunfal del gallo de uno solo. Que no acuerde. Que tire con su fusil de “Sniper” parapetado en los hechos, esos viejos amigos del mejor pensamiento y todavía la mejor vara para la medida propia y ajena.
Jorge Gini
PS I: Apunta el polígrafo Esteban Wolfenson que las viejas casas de piedra de los ideales son mucho menos costosas de mantener que las casas de rico que terminan siendo los simulacros. Puede ser que haya omitido el detalle de la cuestión eco-nómica detrás de la construcción (o demolición) de tantos simulacros… pecata minuta para alguien que nunca supo con precisión, al ver la olla morocha de su madre, cuanta de la mugre calcinada hacía que no se pegue el guiso, cuanta la hacía negra y cuanta la hacía simplemente sucia.
PS II: El epígrafe con el que comienza este texto no será encontrado en el Ecclesiastés aunque no es necesariamente apócrifo, ya que pertenece a Jean Baudrillard. Debe considerarse como una impostura a efectos gráficos más que una simulación.
[1] – Jean Baudrillard, “Cultura y Simulacro”, Editorial Kairós, Barcelona, 1978.
[2] – El Talmud se pregunta: “¿Cuál es el sentido de que las letras de mentira (Sheker) estén todas juntas mientras que las letras de verdad (Emet) están todas alejadas en el alfabeto?”. Y responde: “Esto nos enseña que la mentira es algo cotidiano mientras que la verdad no lo es”.
[3] – Siempre supimos que un texto era necesariamente un territorio de simulación. Nos desafiaba Nietzsche: «¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes. Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal.» Vaihinger, “La voluntad de ilusión en Nietzsche”, en: «Teorema», 1980, pág. 132.
[4] – Bruno Latour, “Ramsés II est-il mort de la tuberculose?” , La Recherche, Nº 309 de Mayo de 1998.
[5] – Razón, verdad e historia, Hilary Putnam. Editorial Tecnos, 1988.
[6] – Cuando Stalin borró del periódico Pravda los rastros de su relación con León Trotsky, -orfebrería que obligó a rehacer sus antiguas ediciones solo para contar lo que no fue- terminó dotando al simulacro de su inquietante propiedad de acción deliberada del estado. Inspirado por Stalin, George Orwell monta su “1984” como la conjunción de simulacros.
[7] -Del rigor en la ciencia, Jorge Luis Borges, en “Sección Museo, El Hacedor” (1960).«En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, esos Mapas desmesurados no satisfacieron y los colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos adictas al Estudio de la Cartografía, las generaciones siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del sol y de los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas ruinas del mapa, habitadas por Animales y por mendigos; en todo el país no hay otra reliquia de las disciplinas geográficas. Suárez Miranda, Viajes de varones prudentes, Libro cuarto, cap. XLV, Lérida, 1658».
[8] – «Esta es tu última oportunidad. Después de esto, no hay vuelta atrás. Toma la píldora azul: el cuento termina, despiertas en tu cama y creerás lo que quieras creer. Toma la píldora roja: permaneces en el País de las Maravillas, te mostraré qué tan profundo llega el agujero del conejo. Recuerda, todo lo que estoy ofreciendo es la verdad, nada más.» decíaMorpheus al ofrecerle al Neo de Matrix la elección suprema.