Por Carlos M. Reymundo Roberts
Tremendo: llamé a las 8 de la mañana a la secretaría privada del flamante jefe de Gabinete, Manzur, para pedir una entrevista con él, y ¿saben quién me atendió? ¡Manzur! “Juan –le dije–, ¿qué hacés atendiendo el teléfono?”. Con voz de patrón de estancia, de hombrecito feudal, voz que le sale muy natural, me contestó: “El porteñaje no labura, son todos unos vagos. Todavía no apareció una sola secretaria. Y ni te cuento los ministros…”. Siguió hablando, protestando, me contó que Alberto es el único al que autorizó a llegar más tarde, incluso a quedarse en su casa, hasta que dijo: “En fin, acá estoy, gastando e invirtiendo”. Es habitual que se le escapen términos del mundo de los negocios; es médico y dirigente político, pero sobre todo es un experto en finanzas personales, condición que le ha permitido, en sus ratos libres, hacerse de una fortuna. Esta vez no hablaba de plata. “Me voy a gastar el dedo llamando hasta arrancarlos a todos de la cama”. En cuanto a la inversión, se refería a que está apostando a su futuro. Creo haberle entendido que si alguien quiere estar orientado, ahora tiene que mirar al norte; nunca más al sur.
Es impresionante la velocidad con la que se reconfigura el mapa. No lo digo por Santa Cruz o Tucumán. Un ministro, un ministro cualquiera, con quién se referencia, a quién le da bola. ¿Le contesta los whatsapps a Alberto o le clava el visto? ¿Se pone a disposición de Manzur o espera hasta el 15 de noviembre? Ya ni Cristina da garantías. La Cristina pos-PASO es una mujer atribulada, incandescente, sin sosiego; sobre todo después de haber leído la última encuesta de Fixer (consultora que viene de acertar el terremoto de las primarias), según la cual el Gobierno sigue cayendo, la oposición crece y ella está en su peor nivel. Solo confirmó a última hora que iba a estar en el acto de anteayer en el museo de la Casa Rosada, esperadísimo no por los anuncios, sino por su reencuentro con el Presidente: primera vez que se veían desde que él le dijo “corto mano, corto fierro, te vas al infierno”, berrinche al que ella puso fin con 20 amonestaciones y un par de reglazos en la palma de la mano. El reencuentro fue seguido con criterios de revistas del corazón: ¿se miran? ¿se hablan? ¿sonríen? Un acierto que la locación haya sido un museo: las dos piezas principales en exhibición remitían a la arqueología del poder.
“Manzur quiere que los ministros se despierten temprano; ¡con lo bien que nos viene que sigan durmiendo!”
Es el momento, parece ser el momento de gobernadores e intendentes de la vieja guardia, hasta hace 10 minutos almas en pena a las que se les negaba el derecho de pertenecer. Un caso extraño es el de Kicillof, todavía estrenando su mandato y ya desterrado y desheredado. Dicen que llora por los pasillos y recurre a videntes en busca de una explicación. Incluso ha perdido las ganas de hablar, o se las han hecho perder. Sus discursos empiezan y… terminan, novedad aclamada por el público y la crítica. Dramáticamente reducido el espacio para los furcios, extraña los días en que era tendencia en las redes. En el valle de lágrimas se encuentra con Alberto, con Tolosa Paz, con Felipe Solá; tratan de animar tertulias, pero se desaniman rápidamente.
Al querido profesor le piden que se mantenga al margen, cosa de no opacar las buenas noticias que se propalan diariamente. Ni siquiera lo convocaron a una reunión en el despacho de Wado de Pedro para analizar el relanzamiento de la campaña; estuvieron todos los genios del marketing electoral –Manzur, Máximo, Massa, Insaurralde, también Kichi, en modo testimonial–, menos él. Se ofendió muchísimo y si lo invitan a la próxima, no piensa ir. “Que se arreglen solos”. Lo ningunean, pero él tiene su orgullo. En esa cumbre, a Manzur le recriminaron su célebre plegaria de esta semana, “Que Dios nos ayude”, enseguida convertida en hashtag, en meme, en tatú. “No me referí a la necesidad de un milagro el 14 de noviembre –les aclaró–. Quiero saber cómo vamos a salir corriendo el 15″.
Antes, en los conciliábulos del poder se hablaba de reina Cristina; ahora, de reina el desconcierto. Si aparece una brújula, se tiran todos encima. Julián Domínguez recibió a la Mesa de Enlace del campo casi como el abanderado de los chacareros, y 72 horas después dijo que el trigo, el maíz y la carne podrían ser declarados “bienes culturales”, sujetos a la intervención del Gobierno; en esa dinámica, convirtamos también a Domínguez en un bien cultural, y que alguien se ocupe de él. Cecilia Moreau amenaza con la clausura de supermercados infieles, la Oficina Anticorrupción retira sus denuncias contra funcionarios corruptos, la AFIP convalida la ingeniería evasora de Cristóbal López, el ministro de Educación se niega a usar el lenguaje inclusivo, lo mismo Aníbal Fernández, y Guzmán, el guardián del ajuste, deviene en subsidiador 24×7. Como que cada uno tiene su agenda, un cruento sálvese quien pueda, mientras el redentor Manzur programa los despertadores para que suenen más temprano; con lo bien que nos vendría que todos siguieran durmiendo.
Bueno, faltan apenas seis semanas para que termine el tiempo entreguerras. ¿Apenas? ¡Una eternidad! Sumémonos a la plegaria tucumana: que Dios nos ayude.
Fuente La Nación