“Esto no es una familia. Es un gobierno donde cada uno tiene sus roles. Las cuestiones personales van por otro carril”, fue el resumen de un funcionario de peso en el gobierno nacional, pocos minutos después de que Alberto Fernández y Cristina Kirchner protagonizaran la foto del reencuentro, pero detrás de escena apenas se dirigieran la palabra. No todo es lo que parece.
La paz interna del Gobierno es endeble y se debe a que la relación entre el Presidente y la Vicepresidente es fría y tensa. Están lejos de recuperar la fluidez que existía, aún con un diálogo moderado, antes de la derrota en las PASO, que abrió el camino a una crisis política que todavía no tocó fondo. La coalición la manejan a través de interlocutores.
“Las heridas van a quedar”, resumió un dirigente que recorre la Casa Rosada todas las semanas. En el interior del oficialismo hay quienes asumen que la relación de buena voluntad que se quebró el día que los ministros que responden a la Vicepresidenta presentaron la renuncia, será muy difícil de restituir. Pasaron tres meses sin hablarse por cortocircuitos menores al de hace dos semanas. Ese solo ejemplo detalla las complicaciones del presente.
En la política los gestos describen la realidad. El último jueves, durante la presentación de un proyecto de ley con beneficios hacia el campo, Alberto y Cristina apenas se cruzaron unos minutos antes de subirse al escenario montado en el Museo del Bicentenario. Saludo protocolar y caminata rumbo al anuncio. Algunas risas frente a las cámaras. Nada más. Fue un pequeñísima señal de paz.
La Vicepresidenta llegó a la Casa Rosada media hora antes del acto y se instaló en el lugar donde se siente más cómoda: la oficina del Ministerio de Interior que conduce Eduardo “Wado” De Pedro. Cuando terminó el acto volvió al mismo lugar. Nunca se reunió con el Presidente. Detrás de bambalinas la imagen de unidad que intentaron dar se desgranó completamente.
El Gobierno, que siempre se esforzó por mostrar unidad frente a sus propias debilidades internas, hoy la sobreactúa montando una escena de aparente paz. Busca dar una señal de que el vínculo entre Fernández y Kirchner está bien pese a los sinsabores permanentes de una relación que no fluye y que no logra enfocar, en la misma dirección, el destino de la gestión.
Pero el problema no es solo ese. En la actualidad, a diferencia de los tiempos de pandemia con contrapuntos entre albertismo y kirchnerismo, y con frases picantes de la Vicepresidenta marcando sus límites para la gestión, los soldados propios están preocupados por el futuro de la coalición.
Nadie con mirada crítica dentro del Frente de Todos, y sin impostar un discurso de cara los medios, cree realmente que la guerra interna está saldada. Mucho menos que la foto del jueves en el Museo del Bicentenario puede ser una señal consistente que marque el final de las tensiones. Lo que existen son más expresiones de deseos que descripciones de la realidad.
“La imagen del jueves sirvió para demostrar que peleas y discusiones hay siempre, pero que hay que seguir adelante. Hay mucho por mejorar. No nos podemos estancar en una peleíta”, reflexionaron en La Cámpora, donde, desde que se generó la crisis política, siempre bajaron el mensaje de que en verdad todo se trataba de una fuerte discusión sobre el camino a seguir.
Es compleja la vida interna de la coalición, donde la desconfianza es una sensación que traviesa a todo el espacio. De norte a sur y de oeste a este. Y donde siempre, al final de cada discusión, se pone sobre la mesa que la unidad debe permanecer en los peores momentos. ¿Por qué? Porque como dijo un ministro del actual gabinete, “Alberto y Cristina se necesitan para ser gobierno”.
Ninguno puede en absoluta soledad. Ninguno estuvo dispuesto a romper definitivamente la coalición, aunque funcionarios que estuvieron en la Casa Rosada el día de las renuncias masivas se lo recomendaron al Presidente. Fernández es, ante todo, un obsesivo del equilibrio interno. Para él la gobernabilidad depende, en gran medida, del contrapeso de poder. Lo entiende con claridad. Por eso desechó la posibilidad de recostarse sobre el peronismo ortodoxo y romper con el ala K.
Cristina Kirchner eligió a Alberto Fernández, entre otras cosas, porque su techo electoral no le permitía volver a ser presidenta y porque la unificación de la mayor parte del peronismo, tal como se logró, era impensada con ella en el vértice de la pirámide. El movimiento pragmático que hicieron gobernadores, intendentes y legisladores, que se alinearon cuando entendieron que se quedaban solos en altamar, hoy explica muchas grietas internas.
La desconfianza dentro de la coalición imprime en el aire múltiples preguntas ¿Juan Manzur utilizará la Jefatura de Gabinete como plataforma para ser candidato a presidente en el 2023? ¿Sergio Massa empezará a jugar sus cartas para volver a intentar ser el candidato del peronismo en dos años? ¿Cristina es capaz de volver a patear el tablero si la elección de noviembre se pierde por un amplitud mayo? ¿Alberto quedó débil y solo resta que llegue al final de su mandato?
Los interrogantes florecen en los despachos oficiales en medio de la crisis política que, aunque parece estar controlada, resulta ser un volcán con posibilidades de erupción. La campaña fallida, la derrota en las PASO y el quiebre del vínculo interno generaron una convivencia inestable que las voces oficiales se esfuerzan por solidificar. A veces, más desde lo discursivo que desde los hechos.
Para el segundo tramo de la campaña Fernández eligió un camino en soledad. Tal como contó Infobae, inició un plan de acción que consiste en una serie de micro actividades, sobre todo en el conurbano, sin comitivas ni medios de comunicación. Cara a cara con vecinos y trabajadores. Una metodología inspirada en la estrategia que utilizó el presidente de Francia, Emmanuel Macron, luego de la crisis de los chalecos amarillos. Juega su propio juego.
La hoja de ruta de Cristina Kirchner aún no está decidida. Desde la conducción del Senado tiene un escenario complejo por delante debido a que el Frente de Todos podría perder la mayoría a partir de diciembre. De las 8 provincias donde se eligen senadores, el peronismo perdió en seis: Chubut, Corrientes, Córdoba, Santa Fe, La Pampa y Mendoza. Solo ganó en Tucumán y Catamarca.
En las que perdió las posibilidades de levantar el resultado son mínimas. Casi imposible. En el oficialismo las dan por perdida. En el caso de Córdoba el Frente de Todos ni siquiera metería un senador, ya que los primeros lugares se los reparten Juntos por el Cambio y Hacemos por Córdoba, la fuerza que conduce el gobernador Juan Schiaretti.
Si el Gobierno pierde la mayoría en la Cámara alta, la Vicepresidenta tendrá que negociar con la oposición si o sí para lograr sacar las leyes. Dentro de la coalición algunos legisladores ya visualizan el escenario complejo que ese mapa genera.
Advierten que Cristina Kirchner no tiene la misma flexibilidad para negociar con Juntos por el Cambio que la que tiene Sergio Massa en Diputados. Prejuicios que solo podrá derrumbar la presidenta del Senado. Se avecinan tiempos difíciles para el peronismo.
Fuente Infobae