Por Pablo Sigal
Es la vacuna que más condicionó el operativo del Gobierno desde enero: pasó de la falta de papeles a la escasez de segundas dosis, y de la grieta con la OMS al riesgo de cepo global. ¿Habrá salida?
Esta semana podría ser clave. El próximo miércoles, la Organización Panamericana de la Salud hará su tradicional rueda de prensa y -si la OMS no se pronuncia antes- debería responder si es cierto lo que afirmó el sábado el ministro de Salud ruso. Esto es, si sólo quedan detalles administrativos para que el organismo sanitario mundial apruebe la Sputnik V.https://f3935c13f10b617ae9e28385dc2fe16d.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-38/html/container.html
En las últimas horas, Rusia sumó otro detalle a ese buen augurio, mediante un nuevo tuit que parece un guiño a los argentinos: “El reconocimiento mutuo de certificados de vacunación es el primer paso hacia el reconocimiento mutuo de vacunas. El ministro de Salud M. Murashko conversó en Ginebra con Estados Unidos y otros sobre el reconocimiento de certificados de viaje: ‘Este es el inicio de un diálogo constructivo’”.
El tuit tiene una primera versión en inglés y dos horas después tuvo su réplica en castellano, acompañado por una foto en la que un celular muestra un certificado de vacunación Covid-19 argentino, fechado en Avellaneda. Es curioso que la fecha sea 21 de diciembre de 2020, cuando el primer lote de Sputnik V aún no había arribado al país.
Más allá del detalle de color, la misiva parece dedicada a la Argentina, si bien es apenas uno de los 70 países que hoy aplican la vacuna. El gesto llega en un contexto de apremio electoral para el Gobierno, que precisa -entre otras cosas- de la cooperación rusa para paliar el descontento social con una de las debilidades del operativo nacional de vacunación.
Es llamativa la forma en que el Fondo Ruso de Inversión Directa manejó las declaraciones de Mikhail Murashko. Tras un primer envío escueto a la prensa el sábado, este domingo sumó algunas pistas sobre qué significan esos trámites menores que restan. Según los voceros, el funcionario dijo que “la empresa solicitante debería firmar algunos papeles y proporcionar una serie de documentos adicionales. Luego, la solicitud se consideraría durante un procedimiento administrativo”.
En cuanto a tiempos posibles, no se abundó. Tampoco hubo precisión sobre los interlocutores. Por lo que dicen esos tuits, uno sería el propio director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, aunque éste no confirmó ni desmintió los dichos de Murashko. Sobre el otro, no se especificó qué funcionario de Estados Unidos habría compartido la conversación en Ginebra.
Espera y esperanza
Hay casi 11 millones de argentinos que ya recibieron la primera dosis rusa y esperan. Muchos, la segunda dosis. Otros, que se defina si el inmunizante que recibieron les servirá como pasaporte inmunitario. Eso está supeditado a lo que haga la OMS. El 1° de noviembre empezará a regir una nueva norma de ingreso a Estados Unidos y la suerte de los que tienen Sputnik pende de esa decisión.
De confirmarse los dichos optimistas de Murashko, sería el final para un camino de diez meses arduos para el Gobierno argentino, desde el momento en que, urgido por las dilaciones de AstraZeneca y la pelea con Pfizer, decidió comprar la vacuna que le garantizaba en lo inmediato comenzar a inmunizar al personal de salud y a una parte de la población más vulnerable.
La hospitalidad prematura de Vladimir Putin fue el anzuelo ante el fracaso de los planes A y B. Sin fecha cierta para el desembarco de la “vacuna altruista” de Oxford, y enredado en el rechazo a exigencias supuestamente inaceptables del laboratorio estadounidense -que ocho meses después aceptaría- se apostó por la redención inmunitaria que ofrecía el Instituto Gamaleya, pasando por alto un detalle: era una vacuna de dos componentes diferentes, del que sólo se conseguía el primero.
Eso se supo desde el comienzo, tanto que Rusia lanzó enseguida, casi en paralelo con la Sputnik V, la Sputnik light, como alternativa para la exportación del fármaco. Pero desde el Gobierno se buscó invertir la carga de la prueba y señalar como antivacunas o saboteadores del operativo nacional a los que marcaban ciertas debilidades de la apuesta sanitaria elegida.
Viales usados del primero componente de Sputnik en el predio de Tecnópolis. Foto: EFE
El primer cuestionamiento al Gobierno fue a comienzos de 2021, cuando decidió utilizar la vacuna rusa sin el ensayo de fase 3 publicado ni validado por científicos independientes. Luego, con “el diario del lunes” -cuando ese trámite se cumplió-, el presidente Alberto Fernández dijo que lo habían acusado querer envenenar a los argentinos.
El segundo cuestionamiento fue por la disposición arbitraria de postergar la aplicación de la segunda dosis bajo el argumento de que era mejor desde el punto de vista inmunitario, cuando en rigor se trataba de una necesidad material por la dificultad de Rusia de producir el segundo componente de la Sputnik V.
Mientras tanto, investigaciones científicas locales buscaban robustecer esa política. Aseguraban, por ejemplo, que los convalecientes vacunados con el primer componente tenían tanta o más inmunidad que los que no habían tenido Covid y, en cambio, recibían el esquema completo. Por algún motivo no declarado, esos trabajos se centraron sólo en la Sputnik V.
En paralelo, Brasil sembraba dudas sobre la vacuna rusa: la agencia nacional de medicamentos Anvisa advertía indicios de que el virus portador del adenovirus 5 -componente 2- no estaba inactivo y por lo tanto podía multiplicarse peligrosamente en personas con sistemas inmunitarios débiles. La vacunación con Sputnik V se detuvo allí entre abril y junio.
El tercer cuestionamiento comenzó cuando las puertas del mundo se cerraban a la Sputnik V: la Organización Mundial de la Salud tomó distancia de la vacuna rusa, por lo que las principales agencias sanitarias del mundo no la aprobaron y se encendió el alerta por un posible cepo trasnacional. La respuesta del Gobierno argentino fue que las vacunas son para salvar vidas, no para viajar.
Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS. Foto: AFP
En ese contexto de falta del aval internacional se da una situación paradójica. Mientras la OMS no reconoce aún la producción del Instituto Gamaleya, para la Argentina ese centro es referente en materia de control, en la medida que revisa los lotes que produce el laboratorio Richmond. Es decir, reciben el visto bueno de profesionales cuyo trabajo no fue homologado por la OMS.
El jueves pasado se sumó un nuevo episodio a la saga Sputnik, cuando se conoció que 1,3 millón de segundas dosis habían tenido que ser devueltas a Rusia por un “error de etiquetado”. Desde el Gobierno se buscó minimizar el problema, a pesar de que se trataba del 32 por ciento de todos los segundos componentes recibidos.
Según aseguró el director del sitio que publicó esa noticia, Periodismo y Punto, el Gobierno había ensayado en primera instancia argumentos vagos, hasta arribar al definitivo “error de etiquetado”, cuya fidelidad con la realidad es en definitiva una cuestión de fe, en función de la confianza que provoque el relato oficial.
Algunos observadores científicos vieron en este contratiempo una muestra de lo que la OMS había cuestionado a los productores de la Sputnik V: debilidades de trazabilidad en el proceso de envasado. Nadie informó con precisión cuál fue el problema de etiquetado que volvió a dejar a muchos argentinos huérfanos del segundo componente.
Clarín habló con expertos que consideraron improbable que la devolución de las vacunas a Rusia haya sido sólo por un error de información en la etiqueta. La postura de los consultados es que debió existir algo más relevante que un simple desliz de impresión. En definitiva, otro episodio coherente con la opacidad de la saga, y la consolidación de una certeza: la Sputnik V seguirá en su laberinto hasta que la OMS demuestre lo contrario.
Fuente Clarin