Por Alberto Rojas
Washington trata de recomponer su red de informantes en el país asiático, que Pekín ha desbaratado una y otra vez
Brother Six, como le llamaban, era el hombre con más contactos en China en 1989, y por ello recibió un encargo poco usual: sacar a un puñado de líderes estudiantiles supervivientes de la matanza de Tiananmen el 4 de junio de ese año.
Los remitentes de tal encargo eran las redes del MI6 británico y la CIA, capaces de recolectar los fondos de los bolsillos de ricos hombres de negocios hongkoneses, pero no de sacar del país a tanta gente. Brother Six era ese hombre. Cuando le plantearon el desafío, este recurrió a profesionales. Sabía que las Triadas chinas metían en el país de contrabando desde aires acondicionados y lavadoras hasta Mercedes de alta gama. Así se gestó una de las alianzas más extrañas, pero más fructíferas, de la historia de los servicios secretos mundiales: la red de Brother Six consiguió salvar la vida de unos 400 disidentes, incluyendo intelectuales, activistas, músicos y directores de cine, aprovechando las rutas de los traficantes hasta Hong Kong, y desde ahí a Francia o EEUU, donde se establecieron finalmente. Aquella operación, bautizada como Yellowbird, costó millones de euros en sobornos y supuso la última victoria de los servicios de Inteligencia occidentales en China.
Por culpa de aquella humillación, China ha aumentado su efectividad persiguiendo y desmontando redes de espionaje estadounidenses, sobre todo desde el año 2010. Washington, según fuentes del Pentágono, se ha quedado ciega y sorda en los dominios de Pekín. La brecha de Inteligencia abierta por China se considera la más importante en décadas y deja en inferioridad a EEUU ante un eventual conflicto en la región del Indo-Pacífico. The Wall Street Journal acaba de publicar que EEUU lleva un año enviando tropas a Taiwan para entrenar a su ejército ante una posible ofensiva China mientras que los aviones del gigante asiático han violado 150 veces el espacio aéreo de la isla los primeros días de octubre.
En este contexto, la CIA tiene claro que la inteligencia china tiene infiltrados clave en los servicios secretos de Taiwan, una isla que considera propia, y son agentes difíciles de detectar.
En la Casa Blanca sospechan que tienen algún topo en las altas esferas trabajando para Pekín, pero aún no han drenado el pantano (en argot, encontrar al traidor) pese a que se revisó pasado y presente de todos los empleados de la embajada de EEUU en Pekín. Además, están en cuestión los sistemas de comunicación, que han podido ser hackeados y desencriptados por Irán en 2010 y compartidos con Pekín, como hicieron los británicos con la red Enigma alemana en la Segunda Guerra Mundial. El resultado es que los soplones chinos han sido descubiertos. De 18 a 20 de ellos fueron fusilados según The New York Times. Una docena de espías del más alto nivel permanecen presos en China.
En 2010 China descubrió al menos cuatro agentes encubiertos bien posicionados dentro de sus órganos de poder, incluso dentro del Partido Comunista. Eso costó años y años de infiltración lenta y protocolos estrictos. Recomponer esas redes de espionaje puede llevar décadas o no volver a conseguirse nunca. Ahora se sospecha hasta de los camareros chinos que atendían en los restaurantes a los que acudía la comunidad estadounidense en la capital china.
INTOXICADOS CON INFORMACIÓN FALSA
Otro de los grandes golpes llegó en 2015. Pekín tuvo acceso a miles de documentos secretos con toda la estrategia de Washington en la zona. Los expertos del Pentágono creyeron, gracias a una investigación interna llamada Honey Badger, que alguno de sus agentes había sido descubierto por Pekín y que, convertido en doble agente a la vieja manera británica (sistema de doble cruz) estaba pasando información comprometida. China, además, ha permitido seguir trabajando a algunos agentes sin saber estaban siendo intoxicados con información falsa trufada con otra verdadera pero irrelevante. Para mayor escarnio de EEUU, algunos de los documentos conseguidos fueron colgados en internet.
Según publica el Foreign Policy, decenas de agentes de EEUU enviados a realizar trabajos sensibles en África o en Europa fueron detectados y desenmascarados por la inteligencia china nada más pasar el control de pasaportes en cada uno de esos países. Esto pone de manifiesto que los chinos poseen información clave que va más allá de sus agentes en China. Estados Unidos ha tratado de saber, gracias al ciberespionaje, cuál es el tamaño de los datos que tiene en su poder, pero hasta ahora ha sido en vano, aunque creen que están al descubierto 2,5 millones de funcionarios con sus huellas dactilares, sus datos de salud y hasta sus gustos sexuales.
Los expertos tienen claro que Pekín parte con ventaja gracias al enorme control que tiene sobre sus propias empresas tecnológicas, un auténtico panóptico de la sociedad al que no se le escapa un detalle de ninguno de sus ciudadanos sobre salud, finanzas, aficiones o viajes.
Uno de los factores que favorecía a los estadounidenses en la búsqueda de informantes chinos era la corrupción de su sistema. Con un taco de dólares se abrían las puertas del infierno. El problema es que ahora la inteligencia artificial vigila cualquier ingreso fuera de lo normal, lo cruza con información de GPS sobre visitas del sospechosos a un hotel donde se alojan occidentales y lo vuelve a cruzar con las cámaras de vigilancia de la calle y las compras que realiza con ese mismo dinero en Alibaba. La tecnología es la mejor amiga de los servicios secretos y China tiene la más invasiva.
El director de la CIA, William Burns, anunció esta semana que creará una unidad de alto nivel destinada a vigilar a China “de la misma forma que se vigiló a Rusia en la Guerra Fría”. Tienen mucho trabajo por delante.