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La Perichona.
Marie Anne Périchon de Vandeuil -mejor conocida como “La Perichona”– nació el 4 de abril de 1775 en lo que ahora es La Reunión, una de las islas que conforman el archipiélago de las Islas Mascareñas en Francia. Creció en el seno de una familia de la elite gala, casándose en 1792 con el irlandés Thomas O’Gorman en su tierra de origen. Cinco años más tarde partió junto a sus padres, hermanos y esposo a Buenos Aires ya que aquí se encontraba el tío de Thomas, Miguel, de profesión médico. Su vida en “La Aldea” estaría colmada de escándalos que incluyeron contrabando, espionaje y negocios ilegales.
Al llegar su esposo castellanizó su nombre y lo cambió por Tomás, adquirió campos en la Provincia y pasó una década dedicándose a facilitar las relaciones comerciales entre autoridades virreinales. Las Invasiones Inglesas fueron un punto de inflexión para Don Tomás ya que por haber colaborado con el enemigo fue encarcelado en Luján y luego debió huir a Brasil. Su esposa por su parte se quedó.
Perichon supo aprovechar la ausencia de su marido, comenzó a tener una activa participación en la vida social de Buenos Aires al asistir a las famosas tertulias donde conoció a varios notables porteños e inmigrantes como Santiago de Liniers, con él viviría un intenso y comentado romance. No fue la única “celebridad” con quien se la relacionó; historiadores señalan que también mantuvo encuentros furtivos con el general Beresford, nada más y nada menos que el jefe de la primera invasión inglesa. Nunca se pudo confirmar, pero los rumores de que ejerció de espía en su favor la perseguirían el resto de su vida.
Liniers.
El primer encuentro entre Liniers y Ana tiene un comienzo de película y literalmente para alquilar balcones. Quien se encargó de recopilar el hecho fue el historiador franco-argentino, Paul Groussac, quien en resumen reveló que cuando el héroe de la primera invasión avanzaba al frente de su columna tras salir victorioso, tomó un pañuelo bordado y perfumado (visto como una señal de saludo) que cayó frente a él y al buscar a la dueña del mismo se encontró con Ana. Poco tiempo tardarían en dar rienda suelta a la pasión. La relación fue tan pasional que ella llegó a instalarse en su casa, lo que resultó todo un escándalo para la época ya que seguía legalmente casada y no era el “comportamiento” que se esperaba para alguien que ya había pasado los 30.
Uno de los pocos dibujos que se conocen de La Perichona.
El sobrenombre que tan famosa la hizo: “La Perichona” se desprendía de su apellido. Pero también por ese entonces se la comparaba con la actriz limeña, María Michaela Villegas y Hurtado, quien mantenía una relación con el virrey del Perú, Manuel de Amat y Juniet. Ese mismo calificativo tenía la intención de insultar su persona porque derivaba de “perra” y “chola” y por eso el virrey decidió llamarla “Petaquita”.
Rendición de Beresford, primera Invasión Inglesa de 1806.
Entre los varios rumores, la mayoría negativos, que giraban sobre su persona el más fuerte fue su condición de espía y contrabandista. El historiador Felipe Pigna transcribió que un espía portugués la definió como una mujer que podía “todo lo que quiera sobre espíritu y era el canal adoptable para dirigir la voluntad del virrey”. Nunca se pudo comprobar, pero se dijo que era la mediadora de negocios no del todo limpios a través de sus conexiones con el poder. Pero ya lo saben, nada es eterno.
“Casona de Sarratea” en el entonces barrio Bajada de los Dominicos de Buenos Aires que pasó a llamarse “Casa de Santiago de Liniers” por haberla habitado entre 1805 y 1809.
No todos veían con buenos ojos a Liniers, uno de ellos era comerciante y poderoso español -Martín de Álzaga- y cuando Napoleón invadió España, colocando a su hermano José en el trono, vio una gran chance para quitar al francés y a su “novia” del camino puesto que su nacionalidad pronto pasó a ser un problema. En octubre de 1808 Álzaga hizo que el Cabildo le redacte un oficio a la Junta Suprema Central donde se refería con duros términos a la pareja: “Esa mujer con quien vive el virrey mantiene una amistad que es escándalo del pueblo, que no sale sin escolta, que tiene guardia en casa de día y de noche, que emplea las tropas del servicio en los trabajos de su hacienda de campo, donde pasa los días el virrey, cuya comunicación no han podido cortar ni las insinuaciones ni los consejos de las autoridades, ni el susurro ni los gritos del pueblo, esa mujer, en fin, despreciada y criminal por todas sus circunstancias es la árbitra del gobierno y aun de nuestra suerte. No hay cosa, por injusta que sea, que no se le alcance y consiga por su conducto. El empeño y el dinero son agentes muy poderosos con ella. En nada trepida, y así se ven monstruosidades en el mando, desórdenes sobre desórdenes trascendentales al mismo pueblo, en quien los magistrados no pueden administrar justicia porque se excusa su conducta”.
Buenos Aires colonial en 1806.
Muchas veces los amores suelen ser intensos pero cortos y esa no fue la excepción para Perichona y “su virrey”. La hija de este manifestó sus deseos de casarse con el hermano de Ana, Juan Bautista, algo que Liniers vio con muy malos ojos; acusándola de organizar tertulias con conspirados y expulsándola a Río de Janerio para reunirse con su esposo. Poco duró la depresión por el amor trunco, en las tierras cariocas Anita continuó realizando encuentros con conspiradores británicos, portugueses y rioplatenses. Allí conoció a su nuevo hombre favorito: Lord Strangford.
Los tiempos de guerra le cambiaron muy rápido el panorama a La Perichona que pudo regresar nuevamente a Buenos Aires tras la Revolución de Mayo en 1810. La Junta permitió en un escrito que “madame O’Gorman podría bajar a tierra con la condición de que no se estableciera en el centro de la ciudad, sino en la chacra de La Matanza, donde debía guardar circunspección y retiro”. Los últimos 30 años de una mujer que vivió mil vidas los pasó encerrada en la estancia familiar -posiblemente por pedido de su familia- que se veía avergonzada de su pasado. Murió el 2 de diciembre de 1847.
Fusilamiento de Camila O’Gorman en 1848.
Dice un dicho muy sabio que “la manzana nunca cae lejos del árbol” y esto no podría definir mejor a su descendencia. Una de sus nietas, Camila O’Gorman, protagonizaría uno de los mayores escándalos de la sociedad porteña durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas al enamorarse de un cura y rebelándose contra los estándares sociales que le costarían la vida. Pero esa parte de la historia familiar quedará para más adelante.
Por Yasmin Ali
Fuente Diario 26