Por Dr. Jorge Corrado* -Especial Total News Agency-TNA-
“Los espartanos no preguntaban cuántos eran los enemigos, sino dónde estaban”
AGIS II (424-398). Rey de Esparta.
La versión contemporánea de la “guerra civil” está asociada con el vaciamiento del Estado:
“Una parte de la comunidad rechaza los procedimientos establecidos para la resolución de los conflictos y opta por recurrir a la fuerza para imponer sus criterios sobre la organización política, económica o territorial de la colectividad. Si la violencia entre las partes se extiende en términos temporales y alcanza un cierto umbral de intensidad, medido en perdidas humanas y materiales, se puede hablar de “guerra civil”. Durante el enfrentamiento, los rebeldes construyen un aparato paraestatal alternativo, que oponen a la administración institucional legítima. Durante un cierto tiempo, dos o más actores se enfrentan, hasta que uno destruye al otro y monopoliza el control sobre la población y el territorio.”
Bajo este concepto pueden englobarse nuestras dramáticos guerras no convencionales en el Hemisferio Sur, durante la última Guerra Mundial, comúnmente llamada “Guerra Fría”.
El carácter de estos “enfrentamientos civiles” se puede entender con más precisión si se aplica el concepto de “guerras de la tercera clase“, tal como lo desarrolla Kal Holsti .
Para dicho autor este tipo de conflicto violento es “una forma distinta de guerra que se desarrolla en el interior de los Estados”.
Los objetivos en juego no son intereses de política exterior, sino pugnas de poder de raíz ideológica o sobre la definición del sistema político propio, que pueden conducir a UNA SECESIÓN O A UNA DISGREGACIÓN del Estado-Nación. En este contexto, las hostilidades tienden a un desarrollo por etapas, conducidas por el agresor, sin un acto formal que marque su inicio (declaración de guerra) ni su final (armisticio).
En estas guerras no existen frentes, ni uniformes, ni respeto a los límites territoriales o a los principios agonales y la división entre combatientes y civiles se diluye, convirtiendo a todos por igual en objetivos de la violencia.
Estos rasgos hacen distintas a las “guerras de tercera clase”.
No son conflictos de intereses, sino entre y por los hombres, en tanto que unidades básicas o sistémicas de la sociedad política.
La conversión de los hombres a una determinada ideología o facción, es uno de los objetivos claves de estas guerras. Para ello, rasgos étnicos, religiosos, sociales o ideológicos identifican a miembros de una comunidad como enemigos, al margen de si empuña o no un arma. La consecuencia inevitable es que guerra y política dejan de ser la continuación una de la otra, para fusionarse en una única actividad.
El papel clave del Estado, como única fuente legitima de empleo de la fuerza, se fragmenta en una serie de grupos facciosos que se arrogan ese derecho, sobre un palmo de territorio y población. Desde luego, es propio de los conflictos domésticos un cierto grado de caos y los combatientes de muchas “guerras de tercera clase” no son ejércitos bien organizados, atados al derecho de la guerra, sino bandas o grupos irregulares, coordinados de una forma más o menos vaga, operando fuera de toda “convención”.
Sin embargo las nuevas guerras internas, en la posguerra fría, van más allá: desarrollan enfrentamientos entre un número indefinido de núcleos de poder independientes, que actuando en red y con agenda propia de intereses, poseen recursos militares y económicos suficientes para impulsar desafíos hasta hoy desconocidos, frente al Estado.
La multiplicación de las bandas criminales organizadas, provoca una multiplicidad de delitos que agravian la sobrevivencia del Estado, impulsan el delito común e inducen a los ciudadanos a asumir responsabilidades por su propia seguridad y perseguir sus objetivos por el único medio posible, en ese clima social, el uso de las armas.
Este escenario de generalización conflictiva bien puede definirse como “expansión y descentralización de la violencia”. Es un proceso cuya fase final parece conducir a un retorno al “estado de naturaleza”, en el sentido “hobbesiano” del término.
La “descentralización y expansión de la violencia” implican necesariamente una fusión de la violencia política y el delito común.
Una serie de factores contribuyen a este proceso. Para empezar, la ruptura institucional del aparato estatal y el caos consecuente, propios de una “guerra civil”, crean las condiciones para una creciente impunidad, que retroalimenta la explosiva expansión de la podredumbre.
Pero además, la separación entre organizaciones criminales y organizaciones políticas violentas, tiende a difuminarse.
Delincuentes e insurgentes se distinguen por su fines. Los primeros, buscan el beneficio económico; los segundos tienen objetivos políticos. Sin embargo, esta separación progresivamente tiende a borrarse. Terroristas-guerrilleros se involucran en actividades criminales organizadas, para financiarse. El caso de la guerrilla revolucionaria colombiana y el tráfico de narcóticos, resulta muy ilustrativo. Pero desde luego, no es único. Durante el conflicto libanés, por ejemplo, los distintos grupos armados enfrentados también se involucraron en el comercio de drogas, como una forma de financiar sus operaciones. Es muy común la práctica de otras acciones delictivas; como el secuestro, la extorsión, la venta de órganos o de seres humanos; hasta el punto de que muchas veces resulta difícil identificar cuando una acción ha sido cometida por una organización de raíz política o puramente criminal.
Además, es posible encontrar a grupos del crimen organizado que tienden a politizarse en la medida en que sus intereses crecen, hasta convertirse en un problema de Defensa Nacional. La infiltración del Crimen Organizado Transnacional en las estructuras políticas latinoamericanas, en la actualidad, es un ejemplo acabado de esta afirmación.
Colombia proporciona un buen ejemplo con el caso de la ofensiva político militar de los carteles de la droga contra el acuerdo de extradición con los EE.UU., a fines de los 80. Resulta difícil de imaginar que la mafia mexicana o rusa no maneje su propia agenda política, cuando sus intereses y conexiones se entroncan con las más altas esferas del poder.
Existen algunos precedentes muy claros, durante la Guerra Fría, como el permanente caos armado de la prolongada guerra civil del Líbano (1975- 1990). Ha sido tras el final de la confrontación Este-Oeste, en los diez años que median hasta el 11 Septiembre del 2001, cuando los procesos de “descentralización de la violencia” han aumentado en número y se han hecho más profundos y prolongados.
Desde la retirada soviética, Afganistán se ha convertido en un caos de facciones y ejércitos privados, sobre los que el régimen “talibán” ha conseguido extender una aparente y provisional unidad. El caso de Somalia es todavía más notable, con un territorio donde ha desaparecido todo vestigio de Estado, sustituido por una amalgama de feudoscontroladospor “señores de la guerra”. Europa tampoco ha quedado al margen de este tipo de crisis del Estado, como lo atestigua el hundimiento del estado albanés en 1997, que las potencias occidentales solo han apuntalado parcialmente.
Finalmente, en América Latina, Colombia representa el ejemplo más acabado de un proceso de guerra civil generalizado y total.
Un conjunto de razones ayudan a explicar la proliferación de los procesos de “descentralización de la violencia” en el contexto de la Posguerra Fría. Para empezar, hay que señalar la creciente debilidad de las instituciones estatales, particularmente en los países del antiguo bloque soviético y del mundo subdesarrollado Sur.
En lo que a Latinoamérica respecta, el deterioro del escaso Estado Institucional se inicia con el comienzo de la Guerra Fría, en 1947, al igual que en algunas regiones de África y del sudeste asiático. El Estado Nación, sus instituciones, constituyeron el espacio de confrontación de los bloques imperiales, con consecuencias catastróficas para la Región. La acción terrorista- revolucionaria se montó sobre los conflictos sociales y la hereditaria debilidad de los Estados. Su resultado fue la malversación total de las Instituciones y el consiguiente extremo debilitamiento de sus estructuras de poder. Por ende, el subdesarrollo cultural, político y económico, es hoy el caldo de cultivo natural del desarrollo del Crimen Organizado Transnacional y el nuevo germen propicio de “las guerras de la tercera especie”, a las que el Foro de San Pablo llama “guerras sociales”.
El Crimen Organizado Transnacional tiene hoy como componentes centrales al tráfico ilegal y al terrorismo. El tráfico ilegal otorga a dichas organizaciones no estatales una inmensa capacidad financiera y la red del macroterrorismo global, con capacidades QBR, aparatos de violencia hasta hoy desconocidos e inconcebibles, que quiebran el marco agonal alcanzado por la humanidad para el control de la violencia.Son dos vertientes de distinto origen, pero que combinados se retroalimentan mutuamente, adquiriendo capacidades exponenciales que hoy desafían a los Estados Nacionales desarrollados y al Imperio Global emergente de la Guerra Fría.
Ante lo expuesto, concluimos que el mayor pecado que un decisor político pueda cometer, es no reflexionar seriamente sobre las causas y las consecuencias del conflicto y la guerra.
La indiferencia, o lo que es peor aún, la complicidad encubiertacon lo que puede significar la pérdida de nuestros valores, de nuestra ética, de nuestra identidad y de aquello “que nos es más querido”, por ignorancia o por una infame concepción mercantilista de la política, puede llevarnos hacia el estrecho desfiladero donde está en juego nada menos que el futuro de la Nación. Es despreciar el verdadero sentido de la vida.
Evitar la guerra es la meta de la Política de Defensa. Ello exige conocernos a nosotros mismos, a nuestra circunstancia y a quienes nos agreden. La ausencia de una sana Política de Defensa se paga hoy con muchas victimas inocentes, sangre en las calles, ningún responsable y como siempre: la culpa será “de los otros”.
*Dr. Jorge Corrado.
Coordinador del Área de Seguridad y Defensa, Profesor del Máster de Historia Militar y del Máster de Inteligencia del Instituto de Estudios en Seguridad Global de España (iniseg.es). Director del Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires