Por Olavo de Carvalho-Especial Total News Agency-
Cada vez que los izquierdistas quieren imponer un nuevo punto de su programa, afirman que es la única manera de curar ciertos males. Invariablemente, cuando la propuesta gana, se agravan los males que prometió eliminar. Lo normal sería que, en tales circunstancias, se culpara a la izquierda del desastre. Pero esto nunca ocurre, porque al instante el argumento legitimador original desaparece del repertorio y es sustituido por un nuevo sistema de alegaciones, que celebra el fracaso como un éxito o como una necesidad histórica inevitable.
Nadie entenderá nada de la historia del siglo XX -ni de la de principios del XXI- si no conoce este mecanismo de justificación retroactiva por el que se hace trabajar al pueblo por unos objetivos no declarados que le escandalizarían si los conociera, y que por tanto sólo se pueden conseguir por la vía indirecta del palo y la zanahoria.
Algunos ejemplos lo dejarán claro.
Cuando el Partido Comunista lanzó su programa de destrucción de las instituciones familiares “burguesas”, plasmado en lo que luego sería la “liberación sexual”, su principal alegato, elaborado por el Dr. Wilhelm Reich, era que la homosexualidad, el sadomasoquismo, el fetichismo, etc., eran fruto de la educación patriarcal represiva. Una vez eliminada la causa, estos comportamientos desviados tenderían a desaparecer de la escena social. Pues bien, los últimos restos de los valores patriarcales fueron eliminados de la educación occidental en los años 70 y 80, ¿y qué vimos después? La propagación, a escala apocalíptica, de esos mismos comportamientos que se prometió eliminar. Una vez conseguido el resultado, esos comportamientos empezaron a celebrarse como sanos, dignos y meritorios, y cualquier crítica a ellos se condenó -a veces bajo las penas de la ley- como un abuso intolerable y un ataque a los derechos humanos.
Cuando la izquierda mundial comenzó a luchar por la legalización del aborto, uno de sus principales argumentos era que el gran número de abortos era causado por la prohibición, que facilitaba la acción de charlatanes, entrometidos y personas no cualificadas en general. La legalización, se prometió, obligaría a realizar los abortos en condiciones médicamente aceptables, disminuyendo así el número de casos. ¿Cuál fue el resultado? En el primer año, el número de abortos en Estados Unidos pasó de 100.000 a un millón y no ha dejado de crecer hasta hoy. Ya se han sacrificado al menos 30 millones de bebés, mientras los apologistas de la legalización, en lugar de admitir la falacia de su argumento inicial, celebran el hecho consumado, tratando de marginar y criminalizar cualquier crítica al nuevo estado de cosas.
Cuando los izquierdistas estadounidenses inventaron la política de cuotas y reparaciones conocida como “acción afirmativa”, afirmaron que reduciría la criminalidad entre la población negra. Una vez que la nueva política se hizo oficial, el número de delitos cometidos por negros contra blancos aumentó significativamente, según las estadísticas del FBI. ¿Qué hicieron entonces los apóstoles de la discriminación positiva? ¿Reconocen con humildad que el refuerzo del sentimiento de identidad racial está alimentando los prejuicios y los conflictos raciales? Nada. Celebraron el aumento de la hostilidad racial como el progreso de la democracia.
Cuando, queriendo destruir la tradición americana que consideraba la educación como un deber de la comunidad, las iglesias y las familias, y no del Estado, la izquierda americana reclamó la burocratización de la educación, uno de sus argumentos básicos fue que la delincuencia juvenil sólo podía controlarse mediante la acción educativa del Estado. Con Jimmy Carter, en 1980, Estados Unidos tuvo por primera vez un Ministerio de Educación y programas educativos uniformes. Dos décadas después, la delincuencia entre niños y adolescentes no sólo ha crecido mucho más que antes, sino que ha adoptado como sede las escuelas públicas, hoy convertidas en zonas de riesgo, hasta el punto de que a principios de año la ciudad de Nueva York estaba privatizando sus escuelas por no tener medios para controlar la violencia en ellas. En respuesta, ¿qué hace la izquierda? ¿Admite que se ha equivocado? No. Lucha por la normalización estatal de la educación a escala mundial.
En Brasil, la única forma de reducir la violencia en las zonas rurales, proclamada por los izquierdistas, era dar tierras y dinero al MST. Bueno, la tierra se dio – fue la mayor distribución de tierras en toda la historia de la humanidad, con mucho dinero detrás. La violencia no disminuyó: aumentó mucho. ¿Confiesa la izquierda que se ha equivocado? No. Intenta organizar la violencia y celebrarla como la conquista de un nuevo nivel histórico en la lucha por el socialismo.
Los ejemplos podrían multiplicarse “ad infinitum” -y nótese que he evitado deliberadamente mencionar los casos extremos, ocurridos en el propio ámbito de los países socialistas, como la colectivización de la agricultura en la URSS, el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural en China, la revolución cubana, etc., limitándome a los hechos ocurridos en el mundo capitalista.
La promesa salvadora transfigurada en desastre y seguida del cambio de discurso legitimador fue, en definitiva, el “modus agendi” esencial y constante de la izquierda mundial a lo largo de un siglo, y no se ve la menor señal de que algún mentor de la izquierda tenga problemas de conciencia por ello. Por el contrario, todos siguen prometiendo la solución de los males, al mismo tiempo que ya tienen preparada, en sus cajones, la futura legitimación de los males agravados. Prometen reducir el consumo de drogas a través de la liberalización, controlar la corrupción a través del “presupuesto participativo”, reprimir la delincuencia a través del desarme civil, o a través de la “ley alternativa” leninista que criminaliza la posición social del acusado en lugar del acto delictivo. Saben perfectamente a dónde conduce todo esto, pero también saben que nadie les apoyaría si proclamaran a viva voz lo que quieren.