Por Cristina Seguí –Especial Total News Agency-TNA-
La vicepresidenta primera del Gobierno estuvo el miércoles pasado en la Cadena Ser, las ondas con más perspectiva de género de todo el grupo PRISA, el estudio en el que se celebró ese mismo día la “heroicidad feminista” de una amputadora de penes bangladesí que había pasado a Simone de Beauvoir por la derecha”. Nuestra particular Lorena Bobbit de Martorell importada del emporio del curry.
Interpelada sobre la subida del 44% en la factura de la luz. Calvo aseguró que “Lo importante no es cuando se pone la lavadora, sino quién la pone”.
A mi me van a perdonar, pero lo primero que a una le viene a la cabeza como acto reflejo es algo que el feminismo catalogaría como delito machista y que aseguraría el despido del periodisto que se lo preguntara en el debate de cualquier cadena. Algo que, a la vez, sería ineludible en cualquier conversación privada entre colegas: ¿Qué tío habrá aguantado a ésta si es que existe alguno capaz de soportar a una feminista con una vida basada en el sectarismo, la prepotencia, la inutilidad supina, el odio patológico al varón y un amor ninfómano al dinero?
¿A qué pobre tipo habrá ninguneado por cagarla con la colada en una barbacoa de matrimonios amigos? Lo cierto es que son varios pobres tipos, pues en las lides del amor romántico la egabrense es reincidente. Su primera víctima propiciatoria fue un historiador que escribía bodrios sobre La República, José Luis Casas. Lo que nos lleva a pensar que si ideológicamente eran tan afines, va cogiendo fuerza la teoría fraticida de la vejación por el asunto de la lavadora. De él decían los amigos que les quedaron en Cabra antes de irse a estudiar a Sevilla, que ni pinchaba ni cortaba, por lo que le acabó poniendo la cofia. Mi primera teoría confirmada.
El Segundo fue un tal Manuel Pérez Yruela, un sociólogo del CSIC, del que también se separó y del que no conozco tantos detalles, aunque me alegro de que sobreviviera.
“Lo que nos lleva a pensar que si ideológicamente eran tan afines, va cogiendo fuerza la teoría fraticida de la vejación por el asunto de la lavadora”
El tercero fue un escolta que sugiere el mítico rol de género del empotrador que las feministas nos han prohibido al resto. El bodyguard al que Calvo debió poner a salvo de la glaciación lésbica propuesta por Beatriz Gimeno. Sus caminos se cruzaron durante su época de ministra de Cultura durante el Gobierno de Zapatero. Un hombre llamado Julián que también prefirió ponerse sus propias lavadoras.
En el fondo, y a pesar de sus contínuas representaciones del empoderamiento femenino, a mí Carmen, como el resto de sus compas de partido que hicieron el antifranquismo sirviendo a Franco, siempre me pareció un personaje enamorado del tardofranquismo. Es la Juana de “Las que tienen que servir”, aquella obra maravillosa con Concha Velasco, Amparo Soler Leal, Alfredo Landa y Lina Morgan en la que “Calvo” servía en la casa de los Stevens, situada en una urbanización cerca de Madrid donde sólo vivían norteamericanos, y trabajan como criadas extremeñas. A diario iba a visitarlas un vago que era medio novio de Juana, y el huevero, que pretendía a su amiga Francisca. Sus relaciones siempre iban de mal en peor a medida que las chicas trataban de imitar el comportamiento y el estilo de las relaciones sentimentales de los americanos. Y eso es lo que sugiera la vicepresidenta, una mujer que, en perpetua huida de los complejos del pueblo, se convirtió en el quiero y no puedo de Miss Stevens.
Lo cierto es que, hasta la fecha, y como la ministra Montero que le robó su ministerio favorito en el Gobierno, son éstas las que han puesto a planchar a los compañeros de partido y se han confirmado como explotadoras de mujeres para completar sus tareas domésticas: la ex escolta despedida que calentaba los asientos en las frías mañanas de la novia del sepulturero de la coleta, la niñera pagada con dinero público…Los camioneros, camioneras y camioneres de Mercamadrid que se matan a trabajar para que estas inútiles puedan comer, Las enfermeras y las auxiliares de la Ruber que le cambiaban la colada a Calvo, y la gobernanta, o la dueña de una tasca a la que le han subido los impuestos para pagar los chantajes de genocidas chavistas al destripaterrones Ábalos o los 53 millones a esa empresa fantasma venezolana.