LA HABANA, Cuba. – En el mapa se veía fácil, solo era caminar unos pocos kilómetros de un extremo al otro y aunque Alaska no era precisamente el lugar de Estados Unidos con el que soñaba, al menos era parte de “la Yuma” y ya eso le parecía suficiente para comenzar. Después que le explicaron sobre la travesía con más detalles, por WhatsApp, a juzgar por la voz con acento ruso “de una mujer joven muy educada”, el plan le pareció mucho mejor.
Él era un muchacho “de la calle” —me dice—, y en la escuela —que abandonó con 12 años—, las pocas veces que prestó atención a una clase, jamás escuchó hablar del Estrecho de Bering, de las temperaturas y condiciones naturales extremas, mucho menos de lo altamente militarizada que permanece la zona, al ser la frontera de dos países en perpetua tensión.
Cuatro mil dólares le pidieron por cruzarlo de Rusia a Estados Unidos y él hizo hasta “lo que jamás pensó hacer” por conseguir ese dinero, más los otros cientos del pasaje, y de la ropa de invierno, porque del alojamiento y los traslados desde Moscú hasta la frontera se encargaría esa desconocida rusa con sus muchos contactos, pero solo si recibía el dinero por adelantado.
“Todo lo eché en eso. Vendí la moto de mi padrastro sin decirle nada y completé con otro dinero que hice por ahí, metiendo la mano por aquí y por allá, haciendo cosas que jamás pensé”, confiesa Fabio, a quien después de su “aventura” todos en el barrio de Arroyo Naranjo donde vive le llaman “El Ruso”, aunque apenas vivió tres meses en Moscú, sin salir de esa ciudad, porque lo de cruzar por el Estrecho de Bering fue un engaño.
“No fueron a recibirme (al aeropuerto), no me llamaron, todo fue un cuento. Y así con una pila de gente. Tuve que arrancar solito a buscarme un alquiler sin saber nada de ruso. (…) Tú sabes cómo somos los cubanos, nos conocemos a kilómetros, me uní a otros cubanos en el aeropuerto, que igual habían sido estafados, y estuvimos juntos todo el tiempo. Tratando de ver por dónde podíamos cruzar para dónde fuera y llegar a Italia, España (…). De los seis que andábamos ninguno logró salir de Moscú. Cada vez que aparecía alguien para ayudarnos, incluso los propios cubanos, era otra estafa más”, dice el joven, que a pesar de haber sido timado y habiendo perdido mucho dinero, aún tiene en planes emigrar, esta vez vía México, mediante un contrato de trabajo ficticio que alguien le ofreciera por internet, aunque ahora sin pagar por adelantado.
“Todo se paga en cuanto llegue a México. (…) La visa, el pasaje, todo me lo ponen y entonces yo pago allá (…), es un contrato de trabajo pero en realidad eso es solo para los papeles”, asegura Fabio, confiando en que esta vez todo saldrá bien, aún cuando varios amigos, incluso a partir de sus malas experiencias personales, le han advertido que pudiera tratarse de otro engaño más, con graves consecuencias, como fue el caso de Lázaro, otro joven del mismo barrio que entre 2017 y 2018 vivió lo que califica como su “peor pesadilla”.
Un amigo lo había puesto en contacto con un mexicano de visita en Cuba, que estaba buscando hombres jóvenes para trabajar como meseros en un bar de Cancún. Igual les pagaba los trámites, el pasaje, incluso el alojamiento y la retribución por tantas “ayudas” entonces, según lo prometido, lo harían más tarde, trabajando durante un año por dos dólares diarios, muchísimo menos de la mitad del salario mínimo establecido en el país azteca. Pero por escapar de Cuba, cualquier cosa parece aceptable. Aunque a las claras era un acuerdo abusivo, la realidad fue mucho más traumática para el joven.
“Ya desde aquí todo estuvo muy raro pero como uno está en la lucha acepta lo que venga”, afirma Lázaro y continúa narrando su experiencia: “La primera vez nos encontramos en Las Vegas (un cabaret de ambiente gay en La Habana), pensé que era una cosa entre Miguel (el mexicano) y yo pero, cuando llegué, en la mesa había seis punticos que estaban para lo mismo. (…) Esa noche nos fuimos para su casa porque decía que él tenía que vernos bien, y nada, todo súper, todo el mundo en su lucha para que el mexicano nos sacara (de Cuba) y lo vimos normal, estuvo en su toqueteo, la cosa, lo que tú sabes, enséñame esto y aquello, y como uno estaba en nota (ebrio) lo hacía”.
Pero lo que en La Habana a Lázaro le pareció la usual relación entre un extranjero y un sexoservidor, ya en tierras mexicanas se transformó en un infierno mayor.
“Eso fue en diciembre del 2016 y yo llegué a México en marzo de 2017. (…) Después de eso (del primer encuentro en Las Vegas) yo estuve dos o tres veces con el mexicano y le hice un buen trabajo, pensé que todo había salido bien porque le gusté”, dice el joven que, según confiesa, en ningún momento sospechó de lo que habría de sucederle.
“Estando en Cancún nunca volví a ver a Miguel. Yo jamás supe de él (…). Me fueron a buscar al aeropuerto, todo ok, todo lindo, me llevaron para casa de un gay, un viejo frescón (lascivo); ahí de nuevo la cosa (tener sexo) porque yo dije, esto es a seguir luchando a ver cómo me acomodo, pero al otro día es cuando me suenan el batacazo, nada de mesero, nada de bar ni ocho cuartos, y tenía que pagar sí o sí (…). Veinte pesos mexicanos era lo único que me daban al día más la comida. Ni podía alejarme dos cuadras de la casa (…). Ahí todo el mundo estaba en el juego, el policía, el tipo de la tienda… yo la pasé negra. (…) Estuve como tres meses que era (sexo con) un tipo hoy, otro mañana y todos unos asquerosos que a mí no me entraba ni hambre, todo el tiempo era alcohol y piedra (droga) para aguantar aquello (…). Logré salir de ahí gracias a que una tía mía en el Yuma, hermana de mi papá, después de mucho llorarle, dio los 10 000 fulas (dólares) que pidieron para dejarme ir (…), si no es por eso yo no hubiera salido vivo de ahí”, concluye el joven.
Aunque Lázaro, una vez libre, trató de pasar a Estados Unidos no pudo hacerlo como consecuencia de un accidente automovilístico camino a la frontera donde pediría asilo. Permaneció hospitalizado varias semanas, después fue llevado a una prisión en Monterrey y más tarde conducido al D.F., para ser devuelto a Cuba por las autoridades migratorias mexicanas.
“Lo único que traje de México fue la ropa que me dieron para venir y un par de muletas que después vendí”, dice Lázaro con voz y mirada que aún revelan su gran frustración. “Para colmo vino la pandemia y todos los planes de irme otra vez se volvieron a fastidiar pero yo sigo intentando, este país cada vez está peor. Quedarse es más locura que tirarse en una balsa. Aunque sea en una tabla yo me voy, lo que sí no vuelvo a hacer es confiar en nadie. El cubano se ha vuelto malo con el propio cubano, y el yuma (extranjero) que viene también está para la maldad. Si me voy lo hago yo solo”, asegura el joven.
Recientemente, una noticia divulgada en varios medios de prensa del oficialismo daba cuenta sobre más de 200 personas que, habiendo sido estafadas, intentaron salir de Cuba con pasaportes falsos tan solo en lo que va de año. Esto, unido a reportes diarios sobre salidas ilegales, deportaciones de cubanos desde varios países, grupos varados en aeropuertos de Europa y centenares de personas pagando miles de dólares por llegar a México o Nicaragua para continuar travesía hacia los Estados Unidos, hablan del éxodo masivo al que asistimos por estos días en la Isla pero, sobre todo, de la criminalidad que rodea el fenómeno tanto dentro como fuera de Cuba.
Al mismo tiempo, cada día que pasa, así en las calles como en las redes sociales, se tornan más claras las señales que revelan el grado de desesperación de los cubanos, sobre todo los jóvenes, por abandonar Cuba, un país cuya economía está totalmente en ruinas y donde posiblemente una mayoría ya no confíe en que el régimen comunista pueda revertir lo que más de 60 años de empecinamiento ideológico han destruido.
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Fuente Cubanet.org