Por Dr. Jorge Corrado*-Especial Total News Agency-TNA-
“La guerra destruye el intelecto. Cuando eso sucede, todo se reduce a reacción, y la persona descubre más rápidamente quién es realmente.” Steven Spielberg.
Los hechos indican que en la guerra, la Justicia es un valor disímil. Su contenido semántico alterará, según la trinchera que se ocupe. Sin embargo, siendo la guerra “el más espectacular de los fenómenos sociales”, “el que ha concebido a la historia” y, hasta hoy la que continúa haciendo la historia, ha existido persistentemente una “preocupación terapéutica inmediata” por parte de juristas y legisladores para homologarla con una riña, una pendencia o un duelo. Claro está, las cosas se ven según el prisma a través del cual se miran y los eruditos demuestran un profundo conocimiento puntual, sin cosmogonía.
Si la guerra es un fenómeno social de naturaleza política, como “continuación de la política por otras medios”, la preocupación terapéutica debiera ser posterior al conocimiento del mal. Buscar el remedio antes de conocer el mal y creer antes que saber es en el caso, cuanto menos, ocioso. Así, unos intentaron prohibirla, otros reglamentarla o arbitrarla como a un partido de fútbol y todos hasta hoy, han quedado decepcionados.
Han creído que una norma dominaría a la energía que encierra el alma del hombre, cuando ésta se ve afectada en sus esencias. Es el sabio, desde su natural comprensión de lo antrópico y de sí mismo, con percepción real de su circunstancia, quien sorteando trampas encuentra el camino hacia el destino que descubre en el inconsciente colectivo de su pueblo. Esos sabios, profetas de sus naciones, son los estadistas; especie extremadamente escasa en el subdesarrollo cultural, entre quienes han perdido la virtud, la fuerza y la firmeza de sus valores heredados. El desarraigo y la débil tradición de las sociedades adolescentes, tiene un precio: la sangre y el conflicto permanente. La vida en discordia, sin unidad, sin Nación y sin Estado. La ausencia del sabio nos lleva al laberinto de la confusión, de la decadencia y de la guerra, en sus diferentes formas y estadios.
Entre nosotros, la cultura débil llevó a dirigentes mediocres a negar una guerra que peleamos durante décadas y a trasformar el “hecho social de naturaleza política”, en una cuestión judicial.
La guerra ha sido, es y lo será por mucho tiempo, brutal y despiadada. Deshumaniza a sus actores, aun a los más honorables y cuando está en juego la supervivencia de la identidad, el cumplimiento de la misión para proteger a la sociedad de los agresores, recurre a todos los medios para que el ataque cese y la violencia que abate a los inocentes, se detenga. Hace unos años hemos escuchado las expresiones de Putin, ante el acto terrorista checheno: “…los iremos a buscar a sus refugios, a los sótanos, para aniquilarlos…”. Si recorremos los diarios de sesiones del parlamento argentino de los setenta, encontraremos expresiones semejantes, hoy olvidadas. El terrorista, como el partisano, no está protegido por el derecho de guerra, pues ellos mismos son agresores “no convencionales”, no se someten a la Convención de Ginebra ni a ninguna otra, no tienen códigos. Apelan al horror, como arma del más débil y en el caso del terrorista-revolucionario-ideológico, al odio, al resentimiento, que pareciera no encontrar otra salida que la muerte. Es por ello que los defensores de la sociedad y del Estado, no ceden ni cederán la mínima ventaja. La regla de juego la plantea el agresor, por ello la preocupación del agresor terrorista doméstico en aparecer como un redentor idealista, aun cuando es partícipe de dictaduras “populares” sangrientas, de carteles de los más abyectos tráficos ilegales y tiene como fin último el totalitarismo del partido único.
La Libertad es un valor central que Occidente está perdiendo a manos del macro-terrorismo, desde el 11 de Septiembre de 2001.
Nada más cruel e “incivil”, que la guerra civil, “reino del terror, de la venganza y del fanatismo”. Llegó cabalgando el desencuentro social de los ’50, sorprendiendo a un Estado malversado y conducida desde el exterior. Fue, entre nosotros, la primera expresión del conflicto asimétrico que hoy cuenta, en el mundo desarrollado, con un cuerpo de doctrina y es preocupación central de los estrategas teóricos. El agresor planteó el terror como arma, frente a organizaciones armadas pesadas y burocratizadas, de lenta reacción conceptual. En el ’73, la infiltración revolucionaria que acompañó al presidente electo Dr. Cámpora logra desde el Congreso anular el escaso soporte legal del empleo de fuerza, fuera de la Convención de Ginebra. Además, lanza a la calle a los terroristas detenidos a lo largo de una campaña de diez años. El agravamiento de la situación fue inmediato.
Produjo la caída de ese gobierno y luego la expulsión de la plaza por parte del Presidente Perón de los “imberbes, estúpidos y traidores”. Emergía un enorme “vacío de poder” ante la muerte del líder del partido justicialista el 1° de julio de ’74 y un nuevo estado “de excepción” colaboró con la estrategia internacional de aproximación indirecta del terrorismo revolucionario, que no tenía respuesta equivalente desde el Estado. Los ejércitos revolucionaros, las fuerzas armadas revolucionarias y demás bandas armadas, con sus arsenales, códigos, bases, escuelas y banderas, se desmovilizan. Se inicia una etapa de explotación de su maniobra exitosa, sin respuesta del Estado.
Así, a pesar de las derrotas en combate, vuelven al poder en el 83’con Alfonsin y licuan al partido centenario, la Unión Cívica Radical. La falacia de Joseph Comblin: la “Doctrina de la Seguridad Nacional”, fue el arma principal para obtener consensos a través del los medios de comunicación del Estado, ganar elecciones y anular a las instituciones. Se llega, luego de variadas alquimias comunicacionales y electorales a la actual situación de anomia anárquica, parálisis política y alienación ideológica, con el default financiero como telón de fondo.
La guerra, en su etapa de posguerra, alcanza instancias de definición social. ¿Resistirán las falacias que soportan al espejismo argentino y latinoamericano, cuando la cruel realidad muestre su rostro? ¿A qué distancia estamos del momento en que la burbuja artificiosa colisione con la realidad? Será el momento en que descubriremos el verdadero rostro de las guerras civiles. Descubriremos que el sentimiento hostil surge de la intención hostil del agresor y que, cuando ésta cesa, recién termina la guerra, porque ha sido derrotado o porque ha triunfado y la Nación lo reconoce.
¿Cuál es el límite de permanencia, en el tiempo, de la vida social sostenida solo por falacias? ¿Cuánto tiempo más podremos continuar viviendo sobre la irrealidad discursiva de los improvisados politiqueros mediocres que nos están llevando al límite del abismo?
“La falacia es un círculo vicioso de pensamiento-acción, que lleva a la disfuncionalidad, a la marginalidad y a la autodestrucción de quienes la aplican”. ¿Qué nos dice la realidad que nos circunda acerca de la disfunción institucional, de la marginalidad social y de la autodestrucción de los argentinos y de varios países latinoamericanos y aún europeos presas del pseudo “progresismo” neo-marxista? Sin embargo, la reacción del electorado frente al drama, es aun endeble. Hay una mayoría que se pliega, según la opinión publicada, sobre el espejismo. La autodestrucción de un país naturalmente bien dotado, es larga y penosa. La razonabilidad y madurez de la adolescencia política llegará, desgraciadamente, luego de un extremo sufrimiento.
*Dr. Jorge Corrado.
Coordinador del Área de Seguridad y Defensa, Profesor del Máster de Historia Militar y del Máster de Inteligencia del Instituto de Estudios en Seguridad Global de España (iniseg.es). Director del Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires.