Netflix, antes de que la sangre llegara al río, intentó soluciones intermedias y pactos con los exhibidores: aquellas películas importantes que pudieran, a su criterio, llevarse un Oscar, tendrían una exhibición cinematográfica previa, aun mínima (una o dos semanas) antes de ser subidas a la plataforma. Tanto fue así que hasta inauguró un cine propio, frente al Plaza Hotel en Nueva York (remodeló una vieja sala de los años 50), para amoldarse al requisito de la exhibición.
Monopolio
Pero el escándalo estalló en 2019, cuando el film “Green Book” de Peter Farrelly, con Viggo Mortensen, se quedó con el Oscar a Mejor Película, venciendo al favorito “Roma”, de Alfonso Cuarón, producido íntegramente por Netflix, desde luego. Los rumores de que detrás de un presunto lobby para favorecer a “Green Book” había estado Spielberg circularon en todos los pasillos y llegaron a medios de comunicación importantes, como Variety. Tanto fue así que el conflicto, hasta entonces puramente comercial y artístico, se convirtió en político: el Departamento de Justicia del gobierno de Estados Unidos envió una carta a la Academia de Hollywood en la que manifestaba “su preocupación por los eventuales cambios en las normativas del Oscar”. La carta estaba firmada por el jefe de la División Antimonopolio del Departamento de Justicia, Makan Delrahim, y alertaba contra “la eventualidad de que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas introduzca nuevos requisitos para que una película sea elegible al Oscar” en los que se aliente prácticas monopólicas. Esto es: que Netflix, tras su indignación cuando perdió “Roma”, no se iba a quedar quieto, y elevó sus preocupaciones al gobierno. El Departamento de Justicia citó la Ley Sherman antimonopolios que “prohíbe los acuerdos anticompetitivos entre competidores”. “Si la Academia adopta una regla que despoje a ciertas películas de la posibilidad de ser elegible para los Oscar, afectando sus recaudaciones, tal norma podría violar la ley antimonopolios”. No era exactamente lo que sostenía Spielberg, pero la fuerza de Netflix se hacía sentir.
Entre los directores de cine, inclusive los más aguerridos a favor de la causa salas vs. streaming, como Martin Scorsese, el cambio de posiciones fue produciéndose por otras razones. Durante varios años, los estudios tradicionales se negaron a financiarle, por el elevadísimo presupuesto y la dificultad de que fuera a tener éxito en la taquilla, su proyecto de “El irlandés”, una película en la que hasta tenía que rejuvenecer digitalmente a Robert De Niro, Joe Pesci y Al Pacino.”¿Doscientos millones de dólares?”, le preguntó Netflix. “No te preocupes, Marty. Aquí los tienes. Haz tu película para nosotros”. Casi como si se tratara de una escena de “Buenos Muchachos”. Así es el arte.