
Periodista: ¿Cómo se gestó la obra?
Juan Gil Navarro: Por las ganas de trabajar con este equipo. Primero buscamos textos, y luego optamos por crear algo a partir de experiencias. Yo venía con una pequeña historia personal sobre un tema familiar y el director la tomó y la tradujo en otra cosa, le dio carácter más dramático y teatral. Se presentó en el concurso del Cervantes, ganó una mención especial y comenzamos a trabajar en la autogestión.
P.: La historia comienza con la muerte del padre y el regreso a la casa de toda la vida.
J.G.N.: Dicen que uno conoce a la gente en situaciones de herencia. Sin entrar en detalles, mi viejo tenía una cantidad de cosas, y en especial una de su pasado que abrió un universo desconocido. A la vez disparó posibilidades muy teatrales. Encontramos petróleo pero había que ver cómo sacarlo, y se convirtió en una pelea de perros por los huesos enterrados.
P.: ¿Cuáles son los temas de la obra?
J.G.N.: La codicia, los vínculos familiares, la estupidez, la muerte, la locura, la ferocidad. A partir de un hecho se lleva todo a otro estadio, hay un hallazgo muy puntual que abre la caja de pandora y descubren que había algo podrido que estaba debajo de la alfombra. Se encuentran con todos sus demonios y cosas del pasado que devienen en una resolución bastante salvaje.
P.: Pero está contada con humor. ¿La comedia es la búsqueda en estos tiempos?
J.G.N.: Se dice que la comedia es drama más tiempo, en este caso es esa cosa exacerbada que lleva a algo más delirante, casi psicótico. Resulta gracioso por la situación y me lleva a algo tan argentino como Doria en ´Esperando la carroza´. Tal vez si lo contaba de manera dramática hubiera sido un golazo como ´La celebración´ pero la editó de tal manera y eligió a los actores que entendieron que debieron pasarse de rosca. Y en esa escena final Mónica Villa se pregunta de qué nos estamos riendo. No pretendemos eso, claro, pero está bueno pegar un sacudón con la posibilidad de explorar un área delirante y evitar el algoritmo puro y duro de la comedia de calle Corrientes.
P.: La obra ganó una mención del Cervantes pero no la produjo.
J.G.N.: Bertolini trabaja en SAGAI y nos llevó a entender la necesidad de la autogestión. Empezamos a barajar salas y como habíamos visto cosas lindas en Nun tocamos la puerta y el teatro también se asoció. Ensayamos primero una vez por semana después tres, no pudimos estrenar en noviembre por otros trabajos y llegamos a febrero. La pandemia me enseñó lo que debía enseñarme el oficio y tiene que ver con la incertidumbre. El simulacro en el que parece que vivimos, la irrealidad. Es un cliché el aquí y ahora pero el cuerpo siempre está en tiempo presente, hay que buscar que la mente también lo esté.
P.: ¿Hay público para tanta oferta teatral?
J.G.N.: Tengo contacto con el teatro inglés porque mi hermana vive allá y sostiene que el público teatral no se hace solo sino que también hay que educarlo y generarlo. Tanto en el privado como en el público hay dos columnas con muchos sponsors, que si bien también lo hacen porque pueden descargar impuestos, no es posible sin ese apoyo. Desde las escuelas llevan a los chicos al teatro, hay una tradición teatral muy fuerte que yo viví aquí, de hecho así nació mi fascinación. Aquí se ha desatendido la creación de público teatral y se pasó a propuestas teatrales a partir de éxitos televisivos, más como negocio que como una estrategia. Lo mejor que vi en teatro público fue con Kive Staif al mando del San Martín. Hoy no veo esa política y la extraño. Cuando estuvo Claudio Gallardou le había propuesto que el Cervantes hiciera una función para la TV pública y que llegara a todo el país pero la burocracia lo impidió. No tolero decirle a los jóvenes ´es lo que hay´, me parece una irresponsabilidad. Sólo hace falta compromiso.