Pere Aragonès ha asumido la derrota, se ha concentrado en la gestión y procura no decir tonterías. A veces gesticula, pero es más por disimular ante un sector de los suyos que porque de verdad tenga ganas de bronca. No gusta a nadie: los independentistas le consideran un autonomista traidor y los constitucionalistas un separatista peligroso. Y eso es precisamente lo que necesitaba Cataluña. Alguien discreto, gris, ordenado y mediocre que se confundiera con el desolador paisaje que ha quedado tras la derrota. Aragonès funciona perfectamente como antídoto y todavía mejor como espejo. Una anécdota de la última semana lo define en su contexto. Por motivos más allá de cualquier comprensión civilizada, un reducto de independentistas insistía en cortar cada día… Ver Más
Fuente ABC