LA HABANA, Cuba.- La insuficiencia venosa puede ser un mal terrible, incluso mortal. La sangre debe regresar siempre al corazón, incluso con más vigor que el agua a la tierra, para salir otra vez, para hacer el viaje desde el corazón a todo el cuerpo, a cada rinconcito de ese cuerpo; pero sucede que en algunas ocasiones pierden las venas su elasticidad, y sobreviene el caos. Y es que la sangre sufre también la ley de la gravedad, y entonces se acumula, se empoza, para decirlo en buen cubano, en las piernas, y se inflaman mucho esas piernas, se poden edematosas, y eso puede ser terrible, muy insano.
Siempre sucede que la sangre pierde oxígeno, siempre sucede que la sangre desoxigenada regresa nuevamente al corazón para reactivarse, para reoxigenarse, y a esa vuelta se le conoce como “retorno venoso”. Vistas así las cosas, el corazón sería como la casa que acoge y reconforta, la casa que cuida y alienta con paz, y con sangre… Sin dudas esa vuelta de la sangre al corazón es como la vuelta a la casa de siempre, como “El retorno al país natal”, que así se llama esa gran novela del martiniqueño Aimé Césaire.
La casa natal es, al menos para mí, el sombrero que usara el abuelo y que aún continúa en el mismo sitio, en el de siempre, aunque él se fuera hace ya tiempo. La casa natal es la sombrilla de una abuela, son las agujetas y el estambre que hasta hoy permanecen en la mesita de noche, junto a la cadenita desde donde cuelga la imagen de la virgen. La casa natal es también el país natal, y viceversa. La casa y el país son lo mismo. La casa natal es también el país, esa casa y ese país que abrazan al recién llegado, al que se fuera por solo unos días, incluso al que se fue por un tiempo largo.
La casa natal, el país, debe estar siempre presta a abrazar al que regresa, al que llega cansado, al que mira asombrado lo que queda del país y de la casa. Y la casa debería alumbrarse cuando el hijo vuelve, y un soplo leve, un vientecillo de la casa, deberá secar la lágrima al recién llegado para borrar las huella de tanta ausencia. La casa no debe inquirir, no debe juzgar al que regresa. La casa debe abrazar y abrazar y abrazar, y si le quedara fuerzas, gritar al recién llegado, advertirle que es bienvenido, que es amado y que todo lo que pisa es suyo, de la misma manera en que también es de los demás.
Las casas son casas, nunca albergues, nunca cárcel que reclama y que castiga, que pregunta las razones de la ausencia, que sanciona al alejado que regresa. En las casas no debe enseñorearse el odio, no debe dilapidarse el castigo. El país natal debe ser siempre la casa donde dejamos sembrados a nuestros muertos, esa a la que volvemos para reverenciar y llorar a nuestros muertos, para regalar flores, y también para abrazar a los vivos que dejamos.
El país, la casa natal, es esa que se lleva a todas partes, sin importar como se haga el viaje o el regreso. No debe atenderse al barco ni al avión, tampoco a la balsa. Lo mejor será abrazar la vuelta de todos, incluido el hijo pródigo. Y nadie debería presumir de sus poderes, nadie debe dictar el nombre del que entra, del que no puede entrar. Nadie debería ser desterrado. Nadie puede ser separado de los suyos atendiendo a los caprichos de un poder.
Calígula estuvo a punto de desterrar a Séneca alguna vez, porque le molestaba su sapiencia, y Claudio lo desterró, lo obligó a marchar a Córcega, y luego sería Séneca el preceptor de Nerón, por mucho tiempo. Ninguno de los Calígula y Claudio contemporáneos nuestros, ningún Nerón de hoy, tiene derecho a desterrar, ningún emperador en este caliente Caribe puede atribuirse el derecho de impedir el regreso de Anamelys Ramos. Ningún Díaz-Canel, ningún Castro, tiene derecho a desterrar como hicieran Fidel Castro y otros, muy parecidos a ellos, con Martí, con Heredia.
Ningún Castro, ningún Díaz-Canel, puede poner en el aeropuerto a quien se le antoje, no pueden ellos forzar a un hijo de Cuba a viajar a Sudamérica o Europa. Alguna Celia Cruz, Karla María Pérez, Anamely o Rosa María Payá volverán algún día a la isla. No hay que olvidar que Séneca, el del eterno retorno, fue despreciado por Calígula, y luego Claudio lo desterró a Córcega, y luego sería preceptor de Nerón, y también su mejor consejero cuando Nerón fue emperador de todo el imperio. Anamely podría tener otra vez una cátedra en el ISA, y quizá más. El regreso al país natal es siempre un regreso al corazón.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org