Eso cambió luego de la caída de la URSS, cuando de a poco los cineastas, tanto rusos como de las nuevas naciones independientes, especialmente Ucrania, empezaron a filmar sin el apoyo del estado, y por lo tanto apelaron al cine de género. Esto despertó desde los 90 la curiosidad de los fans del cine de guerra de todo el mundo para ver cómo cambiaba la visión de esta nueva industria sobre la Segunda Guerra Mundial.
Hubo que esperar un poco a que los nuevos productores del Este pudieran consolidarse, entendiendo que el cine bélico suele requerir más presupuesto. Hacia principios de este siglo empezaron a aparecer películas de guerra más directas en estilo y con mensajes distintos de los de la era soviética.
Y la espera dio frutos, dado que algunas de las primeros films bélicos no sólo eran muy buenos sino que además podían rendir bien en tanto en la taquilla local como en Occidente.
Uno de los primeros ejemplos es la excelente visión del Vietnam Soviético, es decir Afganistan: “9° Peloton” (“9 riga”, 2005), que convertia locaciones de Crimea en la tierra de los talibanes, contando la historia real de un pelotón de soldados casi adolescentes que caen en una trampa de la guerrilla afgana, más numerosa y mejor armada. El talentoso Fyodor Bondarchuk exageró hechos históricos másacrando a más sovieticos que lo sucedido en la batalla real, enfatizando asi la critica a la decadencia de la URSS, lo que prendió en el público ruso joven. La pelicula lo triplicó su costo de producción solo durante el estreno en Rusia.
El éxito le permitió a Bondarchuk convertirse en uno de los más importantes productores rusos, y en 2012 filmó la película que todos esperaban, la primera “Stalingrado” rusa, que con un presupuesto de más de 30 millones de dólares narró una de las batallas más cruentas de todos los tiempos con un razonable nivel de despliegue de medios imprescindibles para el caso, y apostó a lo seguro con un guión convencional, melodramático y patriotero haciendo que los héroes de Stalingrado –ahora más la gente común que los oficiales de Stalin- sean prácticamente santificados.
Este éxito provocó un boom de películas de héroes de la “guerra patriótica” que fue escalando en calidad formal y mensaje de libertad, con hombres comunes enfrentados a situaciones terribles. Hay muchos buenos títulos sobre episodios historicos como “La resistencia”, gran film sobre la defensa de Brest, o “Los hombres de Filipov”. Después aparecieron variantes más originales de cine bélico, por ejemplo, “Batalion”, que retrocede a la Guerra del 14 para contar la historia del primer batallón femenino del gobierno provisional de 1917.
Este auge le permitió a Sergey Mokritskiy, talentoso director de fotografía ucraniano, conseguir cinco millones de dólares para producir su primera película importante como realizador, “La batalla de Sebastopol” (“Bitva va Sevastopol”, 2015, que puede verse en la plataforma de Amazon Prime Video), biografia de la heroína ucraniana Lyudmila Pavlichenko, la mejor francotiradora de todos los tiempos. Pese a lo que sugiere el titulo, más que el típico film de guerra sobre una batalla la película está construida al estilo de “La conquista del honor”, de Clint Eastwood, ya que narra cómo esa joven estudiante es reclutada a la fuerza en 1941 y, ni bien entra en contacto con su primer fusil, demuestra tener un asombroso talento para liquidar nazis, al punto de que en un par de meses tenía 309 bajas confirmadas. Esto provocó que los altos mandos nazis organizaran una cacería masiva para matarla. La parte más interesante es cuando la propaganda de Stalin la lleva a los Estados Unidos y ella se hace amiga de Eleanor Roosevelt. Estrenada en 2015, “La Batalla de Sebastopol” fue filmada en Crimea justo antes de los conflictos, ocupaciones y luchas internas que terminaron escalando hasta hasta la actual invasión rusa a Ucrania..
Apenas un año más tarde Mokritskiy hizo una película más dura y amarga sobre las decisiones que debe tomar un simple maestro rural ruso cuando los nazis ocupan su pueblo: “Ya uchitel” (“Soy un maestro”, 2016) es una gran film más al estilo Costa-Gavras que una de guerra hollywoodense.
Escapismo
Percibiendo que el publico necesitaba ir al cine para huir de su realidad y no para que se la recuerden, en el ultimo tiempo. Mokritskiy –igual que Fyodor Bondarchuk- ha dejado la guerra para dedicarse a la ciencia ficción, género cada vez más taquillero en todo el Este y que permite que cualquier mensaje, si lo hubiera, pueda leerse más sutilmente.
De todos modos el cine de guerra ya es un género usual y bienvenido en toda la región de la ex URSS, e incluso un audaz cineasta ucraniano se animó a filmar historias más personales y políticas, relacionadas con la realidad ruso-ucraniana. No es casual que Sergey Losnitza haya nacido en la parte de la ex URSS que hoy es Bielorrusia, pero que luego de crecer y estudiar toda su vida en Kiev sea considerado uno de los más importantes cineastas ucranianos, al punto de que desde hace una década viene ganando premios en todos los festivales europeos, empezando por Cannes.
Basada en la novela del escritor Vasiliy Bykov, su película “En la niebla” (“V tumane”) de 2012 cuenta los dilemás de un hombre que es acusado de traidor cuando los nazis, en vez de mandarlo al patíbulo como a los otros sospechosos de un sabotaje, lo dejan libre. La pregunta que se hacen todos los personajes de este film brillante y tortuoso es “¿puede la guerra cambiar tanto y tan rápido a una persona”?.
Los sucesos de 2014 inspiraron a Losnitza para mostrar a los rusos y pro-rusos con una ironia sarcástica no muy sutil, aunque con buenos toques de humor negro. Más aclamada por la critica y los circuitos de festivales –como el de Mar del Plata- que por el público másivo, “Donbass” (2018) tiene un mensaje directo, lo que más allá de ser un film interesante y con momentos logrados de comicidad cruel y satira política, debe haber ayudado a ser la película que el gobierno de Zelensky eligió para representar al país en los Oscars del 2019, sin lograr ser nominada. Salvando las distancias, “Donbass” podría ser un equivalente ucraniano de “M.A.S.H” de Robert Altman. La gran diferencia es que para que el humor cruel funcione perfectamente, Altman hablaba sobre la guerra de Vietnam pero situaba la accion en las más lejana de Corea, ya que nadie puede hacer humor con una guerra en curso.
La película, que sí había conseguido competir por el Oscar –que no ganó- fue una de las más interesantes de guerra de esta nueva era: “Tigre Blanco” (“Belyy tigr”, 2012) del jefe de los estudios Mosfilms, Karen Shakhnazarov, especie de extrapolación de la clásica novela de Herman Melville, “Moby Dick”, con “Duel” de Spielberg más un toque casi digno del cine fantástico-metafisico de Andrei Tarkovski. El film, remix de cine de guerra y de terror, cuenta la obsesion de un sargento soviético con un tanque alemán Tiger pintado de blanco que aparece de la nada y desaparece misteriosamente luego de matar a todo el mundo, aun si está solo contra docenas de tanques rusos. Lo más ominoso del asunto es que el Tigre Blanco asusta a los mismos nazis que no pueden explicarse su presencia, a qué batallón pertenece, ni su color, ni quiénes son sus tripulantes. “Tigre blanco” tal vez sea la gran película que sintetiza un concepto que comparten mayormente tanto rusos como ucranianos: que toda guerra esconde al mal en estado puro.