Un estudio impulsado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) ha confirmado los efectos negativos del confinamiento domiciliario decretado en marzo de 2020. El análisis ha evaluado el impacto en la salud que tuvo el encierro forzado por la expansión del coronavirus en Europa y ha ratificado que, a pesar de que los beneficios que se consiguieron con la reducción de la contaminación atmosférica y el ruido, las consecuencias negativas por la drástica caída en los niveles de actividad física y visitas a espacios verdes fueron mayores. Los investigadores del centro, que está impulsado por la fundación «la Caixa», compararon las afectaciones que se desplegaron en Barcelona (que tuvo un confinamiento estricto), Estocolmo (con recomendaciones, que no restricciones, mucho más laxas y basadas en el sentido común individual) y Viena (con medidas intermedias). Sobre cada una de las tres capitales se recopilaron datos de contaminación en el aire, ruido y actividad física, tanto de antes del Covid, como durante las semanas más duras de confinamiento y la época posterior de desescalada. De su análisis se corroboró que el grado de rigidez de las medidas decretadas estuvo directamente relacionado con la magnitud del descenso registrado de los parámetros estudiados. «Pese a las diferencias en las tres ciudades, hay un patrón que se repite: los beneficios de salud que derivarían de la mejora de la calidad del aire y del ruido no lograrían compensar los efectos profundamente negativos de la caída en los niveles de actividad física», resume Sarah Koch, investigadora de ISGlobal y primera autora del estudio. Barcelona, mitad de contaminación
Barcelona, en efecto, fue la que notó más cambios: durante el primer confinamiento las concentraciones de dióxido de nitrógeno cayeron un 50% de media, los niveles de ruido bajaron 5 decibelios y la actividad física se redujo en un 95%. En Viena, la contaminación cayó en un 22%, el ruido se redujo solo un decibelio y la actividad física, un 76%. Estocolmo, en el otro extremo de medidas, los niveles de dióxido de nitrógeno bajaron un 9%, el ruido cayó en dos decibelios y el deporte, un 42%. A partir de aquí, el equipo de ISGlobal calculó el impacto de cada uno de estos cambios sobre la salud, teniendo en cuenta estudios previos que fijaban relación directa entre contaminación o ruido y enfermedades crónicas que surgen con el tiempo, como determinados problemas cardiovasculares o trastornos mentales. Simulando los efectos que habrían podido tener si las medidas se hubieran extendido durante un año, se llegó a la conclusión de que en Barcelona la caída generalizada de la actividad física podría haber derivado en un aumento hipotético de un 10% de los ictus e infartos de miocardio, así como de un crecimiento de un 8% y 12% de los diagnósticos de depresión y ansiedad. Aunque no tan notables, los efectos también se habrían percibido en Viena y Estocolmo. «Otros estudios han informado de aumentos de peso y de problemas de salud mental solo por el primer confinamiento, que podrían haber sido producidos por la disminución de la actividad física y que podrían tener que ver con problemas surgidos a un mayor plazo», explica Koch, que puntualiza que en el caso del trabajo de ISGlobal se fijaron en los impactos no inmediatos. Por otro lado, observando los descensos registrados en contaminación atmosférica y acústica se ve también su claro beneficio en las tres ciudades. Por ejemplo, en Barcelona con la caída de emisiones prolongada durante un año se habrían podido prevenir un 5% de los infartos de miocardio, un 6% de los ictus y un 11% de los diagnósticos de depresión. Y con el ruido habrían sido un 4% menos de infartos de miocardio anuales y un 7% de ictus y un 4% de depresiones diagnosticadas. Los investigadores confían en que de sus conclusiones, que han sido publicadas en la prestigiosa revista Environmental Pollution, se puedan mejorar las políticas de planificación urbana y de preparación ante emergencias. «Ofrecer espacios para la actividad física tiene que ser clave para futuros confinamientos», defiende Koch, que pide «rediseñar ciudades con un enfoque en la conectividad y el uso mixto del terreno que mantenga fuera de la ciudad a los automóviles que funcionan con gasolina. Así se reducirían los niveles de contaminación del aire y se fomentaría el transporte activo, lo que automáticamente aumentaría los niveles de actividad física». «La generación de espacios públicos verdes, donde las personas puedan socializarse y realizar actividad física, también es muy importante para la salud cardiovascular y mental», sentencia la investigadora.
Fuente ABC