Por Claudio Jacquelin
Pocos hechos contemporáneos tienen el atributo de hacernos andar en puntas de pie. Con la prudencia que no nos caracteriza. Que exponen al oprobio a quienes quiebran el umbral de lo decible. Las interrupciones democráticas, las violaciones a los derechos humanos, la Guerra de Malvinas. Hitos que rechazan el brochazo cruel y grueso. Salvo para quienes se encuadran en la argentinísima definición de Alfredo Enrique Nalib Yabrán: “El poder es tener impunidad”. En un solo acto lo expuso Cristina Kirchner. Su discurso del “Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinasa bien pudo haber llevado el título de la primera novela de Boris Vian: “Escupiré sobre vuestra tumba”. En simultáneo, la vicepresidenta consiguió deshonrar a los caídos en las islas y derramar inquietantes sombras sobre la frágil democracia conseguida. El acto en el Congreso fue otra batalla de su guerra personal con quien ella llevó a la Presidencia. El mismo al que ahora confronta (o amenaza) con el peor recuerdo del primer gobierno democrático de postguerra: no haber terminado en tiempo y forma su mandato, por haberse entregado al FMI, según la interpretación vicepresidencial. “Todo tiene que ver con todo”, suele afirmar Cristina Kirchner. También, que algunas cosas son “too much”. Inolvidable.
Fuente La Nacion