
Hay que decir que en el beso de casi dos días y medio de duración, los participantes no deben despegar nunca sus labios, permanecer despiertos y de pie, reglas dificilísimas cuando se trata de tanto tiempo de corrido. Cabe señalar que pueden ir al baño, pero siempre acompañados -o pegados- al consorte, y bajo la atenta mirada del abnegado juez.
La pregunta impostergable es si, después de semejante tortura, no se rompió algo de magia en la pareja.
Al menos se llevaron un premio importante: el equivalente a US$3.300, dos anillos de diamantes, y un título mundial que no está en discusión, porque el Guinness no tiene, por el momento, abierta la convocatoria para nuevos retadores que se animen a ese flagelo amoroso.
Debe acotarse -dato a tener en cuenta- que los rigurosos organizadores del concurso sólo admiten a parejas casadas o que “puedan probar que están en una relación seria”, lo cual resulta un poco más brumoso de corroborar.
Lo curioso del beso tailandés casi eterno, es la prohibición tácita de las manifestaciones de afecto en público que aún rige en una sociedad budista y eminentemente conservadora como la tailandesa, que hasta penaliza los besos en la sus paradisíacas playas, salvo que sean turistas.
Fuente Ambito