LA HABANA, Cuba. – Fress, el único negocio privado autorizado a abrir un local en la estatal Plaza Carlos III, fue obligado a limitar sus ventas a exclusivamente comida elaborada. No pasó una semana de la apertura cuando, de acuerdo con varias fuentes consultadas al respecto, una orden de la administración del centro comercial, que a su vez respondía a una decisión del Gobierno basada en “reclamos de la población”, les hicieron colgar en la puerta del establecimiento un cartel de “cerrado por problemas técnicos”, una manera disimulada de “no decir” lo que en realidad estaba ocurriendo.
La verdad es que a Fress acaba de sucederle lo que pasa en Cuba con todo emprendimiento que, aún recibiendo el visto bueno del régimen —algo indispensable para no ser molestados— haga demasiado evidente que nuestra actual realidad económica es, sin lugar a dudas, un grandísimo “sálvese el que pueda”.
Y fíjense que digo “demasiado” porque en realidad, sin importar lo próspero o fracasado que sea, todo negocio privado que existe en Cuba es una evidencia de lo mal que estamos en muchísimos sentidos, precisamente porque son una caja de resonancias de nuestra debacle.
Para convencernos, bastaría tomar cualquier ejemplo al azar. Pudiera ser desde un negocio de arrendamiento de habitaciones donde discriminan al cliente nacional por el simple hecho de ser cubano (lo cual traduce la esencia discriminatoria de una política de Estado concentrada en favorecer al extranjero) hasta cualquiera de las paladares, bares o cafeterías “de lujo” que existen en la Isla, donde tanto la pobreza de los menús así como el deficiente servicio son un fiel reflejo no solo del terrible desabastecimiento que nos azota sino de la caída estrepitosa de los estándares de lo que en la Isla es considerado de “buen gusto” o “de lujo”, nada que ver con lo que ambos conceptos significan para el resto del mundo.
Pero si hay algo que también caracteriza a muchos de estos “emprendimientos privados” (un concepto que en la realidad cubana hay que asumir apenas desde la ironía, en tanto nadie goza de las libertades, garantías y derechos necesarios ni para “emprender” ni para suponerse totalmente “privado”) es la esencia abusadora que también exhiben como reflejo del contexto abusivo donde existen.
Una esencia que más que abusadora es más bien carroñera, y que se vuelve más evidente entre esas “iniciativas” que aparentan ser más exitosas, en tanto lucran no solo con el estado de miseria en que transcurren nuestras vidas sino, además, surgen y se fortalecen en ese “caldo de cultivo” para abusadores que son las numerosas trabas, restricciones y prohibiciones que impone el propio régimen a las libertades de los ciudadanos cubanos como eficaz método de control.
En ese “margen de excepción”, de “singularidad”, es donde surgen “emprendimientos” típicos exclusivamente del opresivo ambiente político-económico nacional, negocios que en otro contexto fuera del cubano no tendrían ningún sentido o que, por el modo abusivo como operan, estarían condenados a desaparecer ya porque no satisfacen ninguna necesidad del mercado, ya porque perecen frente a la saludable competencia, algo que en Cuba no existe, porque cada empresa que es autorizada a operar en la Isla (o para Cuba) lo hace apoderándose, con la autorización expresa o solapada del régimen, de un espacio de permisibilidad que le es negado o usurpado a otros.
Es en este “caldo de cultivo” de nuestras “adversidades” y “singularidades”, de nuestra ausencia de “normalidad económica” que operan y hasta prosperan, por ejemplo, numerosas agencias de viajes, de remesas y de paquetería radicadas fundamentalmente en Miami (también las hay en Europa) con La Habana como único destino, pero además están la decena de servicios de mercadería on-line con entrega a domicilio cuyas ganancias provienen de la especulación con los precios —con márgenes de ganancia de hasta más de un 200 y hasta 300 por ciento—, a pesar de que los principales proveedores se encuentran en la Isla y son empresas estatales, que en muchos casos son esas mismas entidades encargadas de abastecer la red de comercio pero que hoy encuentra mayor ventaja en priorizar a estos “mercadillos on-line” que pudiéramos llamar “revendedores autorizados por el Gobierno” o mejor dicho: “revendedores no criminalizados”.
De este tipo de negocio especulativo (que lucra con la desesperación de una clientela dispuesta a pagar lo que sea ya por dar de comer o proveer de medicamentos a un niño, a un enfermo o a un anciano en un país donde no hay absolutamente nada, o ya por tal de no darse en las narices con la miseria que le rodea) proviene el chiringuito recién clausurado de Fress en Carlos III.
Quizás sus dueños (de nacionalidad española) viendo lo bien que les iba comprando y revendiendo en internet (exclusivamente a los cubanos que pueden hacerlo desde el exterior) se les ocurrió saltar del plano “virtual” al plano “real”, olvidando el componente de hipocresía que rige en esas normativas “no escritas” donde la estafa que es cometida y permitida en internet se torna más peligrosa practicarla en “vivo y en directo”, tras una vidriera en pleno Centro Habana, y todo por la “voluntad política” de un Gobierno dispuesto a mostrarse ridícula y letalmente contradictorio por tal de guardar unas apariencias ya cada día más difíciles de guardar.
El error de Fress —un negocio tan abusivo en cuestiones de precios como lo es el propio régimen con su sistema de tiendas en MLC— es haber imaginado que podía hacer tras el mostrador de una tiendita lo mismo que ha venido haciendo por internet sin que el régimen se escandalizara. Y es válido aclarar que el escándalo no sería jamás por el hecho de los altos precios que tanto incomodaron a algunos clientes (entre ellos a varios “conservadores” del Partido Comunista) sino porque es la típica reacción de mostrar distanciamiento del asunto, reprobación, cuando las reacciones de descontento popular crecen incontroladamente y estas amenazan con ir más allá de las protestas en redes sociales.
Aunque con precios mucho más abusivos que los de cualquier revendedor callejero, especular en internet como empresa extranjera autorizada por el régimen salva a estos “emprendedores” de ser criminalizados, de modo que jamás son tenidos como “abusadores” ni criminales en los medios de propaganda del Partido Comunista, donde sí hay una campaña de criminalización contra especuladores y “coleros” de “a pie”, en una evidente estrategia para alejar la atención de los verdaderos culpables de esta vorágine de abusos que algunos se atreven a llamar “economía cubana”.
El negocio de Fress en la popular Plaza de Carlos III volvía demasiado evidente la relación de complicidad que existe entre lo que pudiéramos llamar “especuladores autorizados” y las entidades estatales que los autorizan a operar aun en contra de las políticas públicas del propio Partido Comunista, asumiendo el internet como una especie de “zona franca” donde se vale todo, aunque un “todo” relativo, que probablemente pase por obtener el visto bueno de los principales “decisores” del régimen en tales cuestiones.
De modo que a Fress había que detenerlo urgentemente no por “abusador”, no por las quejas que llovieron sobre sus precios desmesurados, sino porque todo indica que fue un “experimento” donde jugaron arriesgadamente con la liberación del mercado y de los precios y que no funcionó ―por supuesto que no les iba a funcionar, al menos no en este momento en que la crisis nos está comiendo el bolsillo a todos. No ahora que el descontento por la inflación que trajo la “Tarea Ordenamiento” cada día se torna más peligroso, y no era prudente ponerse a medir reacciones, al menos no de ese modo tan “fress”, tan directo (por no decir “desvergonzado”).
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org