Hace 511 años, Erasmo de Rotterdam publicaba su Elogio de la locura sin prever su éxito inmediato ni que sería un clásico. Mucho menos podría haber imaginado que su sátira tuviera actualizaciones apócrifas en la Argentina actual. Aunque la versión local debería llamarse Elogio de la impotencia.
En cada uno de los shows de los viernes (y las réplicas sabatinas) que viene representando en todo el país, la alianza oficialista ofrece sin pruritos una admisión de propósitos incumplidos, de limitaciones para concretarlos y de imposibilidades para ejecutarlos. Tal vez procurando lo contrario. Como Erasmo, que ensalza el vicio en defensa de la virtud.
En su penúltima aparición, fue el propio Presidente el que lo interpretó al admitir su novedosa afinidad con la aplicación de retenciones a las exportaciones agropecuarias tanto como al reconocer la imposibilidad de imponerlas que lo aqueja.
No le faltaría convicción, sino potencia. Tal vez creyendo que así lograría abrir algún camino para conseguirlo. Quizás, en un improbable e involuntario homenaje al filósofo, que decía que “sin contar con la estulticia (necedad, tontería, locura) como guía no habrá quien llegue a la excelsa sabiduría ni a la llamada fortaleza de la felicidad”. La vía de la negación y el absurdo siempre está abierta.
Sin embargo, es más probable que Alberto Fernández prefiera optar por la admisión de su impotencia antes que por el reconocimiento del desconcierto. El cambio de posturas que han tenido él y su gobierno respecto de las retenciones (y muchos otros asuntos), no ya a lo largo de los años, sino durante el mismo día, habilita a pensar que no se trata de que no pueda o no lo dejen, sino que lo que falta es claridad en el rumbo.
El Presidente completó el viernes pasado, durante una entrevista radial y luego en el fallido acto para empoderarlo, otro tramo de la línea que vienen trazando los dos bandos en pugna del oficialismo.
A los reproches sin correlato suficiente en los hechos que esgrime el cristicamporismo, con las actuaciones de los propios Cristina y Máximo Kirchner, suele sucederlos siempre una réplica presidencial, que tiende a diluirse o rectificarse con los días. Disputa permanente e impotencia mutua para imponerse y cambiar la realidad. Ni hablar de mejorarla.
Tal vez sea esa admisión y consagración de imposibilidad que exhibe el oficialismo todo, sin distinciones, la mayor novedad que ofrece la escena política actual. La consagración de la calesita en la que da vueltas hacia abajo el Frente de Todos, sin poder detenerse ni hacerse de alguna sortija que le asegure una vuelta más. Avanzar pertenece a otra dimensión.
Ni las admoniciones de la otrora omnipotente Cristina Kirchner, reforzadas por Máximo u otros referentes de La Cámpora, ni la negación, la fingida sordera o el zigzagueo constante de Fernández logran cambiar el curso de los acontecimientos.
Unos arrastran a otros y se retroalimentan en el descenso de sus imágenes. No hay encuesta que no lo confirme. La perforación del piso de aceptación y el techo de rechazo históricos del oficialismo, que constató Poliarquía y publicó la semana pasada, son la muestra de un compendio de sondeos que incluye los que financia el oficialismo. La paciencia social tiende a confundir y anestesiar a funcionarios y dirigentes. De allí la sorpresa cuando aparece la evidencia de las encuestas.
Los hechos son elocuentes. Lo mismo que le sucede al Presidente con las retenciones le ocurre con su gabinete. No le faltan ganas de renovarlo, sino que carece de capacidad, libertad y potencia para transformarlo en acto. Los sondeos infructuosos de las últimas semanas dan cuenta de ello. No encuentra aspirantes calificados dispuestos a sumarse ni cuenta con candidatos irresistibles. Querer y no poder. Y no poder ni querer. En esos dilemas se consume su gobierno, que también se suele entretener con quimeras imposibles.
Las mesas con hambre
Desde la famélica experiencia de la Mesa contra el Hambre hasta el plan de precios (des)cuidados, que solo consigue desordenar más un mercado carente de referencias, todo parece atravesado por la impotencia. Ni intervención eficiente ni libertad constructiva.
La inflación sigue siendo el problema más acuciante, pero todo se reduce a (buenas o malas) intenciones. Sin plan estabilizador ni acuerdos sectoriales que aporten un ancla de certidumbre. El Consejo Económico y Social que podría (o debería) ser un ámbito propicio para evitar una carrera descontrolada de precios y salarios discute sobre el futuro deseado. Un porvenir posible si no fuera porque la política y, en especial, la interna oficialista amenazan con tornarlo improbable.
En tal contexto, el traspaso de la Secretaría de Comercio Interior, a cargo del cristi-retencionista Roberto Feletti, con la que se pretende empoderar al acosado Martín Guzmán podría resultar un regalo venenoso. El riesgo de que la Mesa contra el Hambre termine en más mesas con hambre es elevada. La lucha contra la descontrolada suba de precios quedó toda en jurisdicción de Economía. Al menos, formalmente. Siempre habrá oportunidad de resignar poder y desdecirse. Si el propio Presidente se inflige esos daños a sí mismo, no cabe esperar otro destino para sus subordinados.
Impotencia cristicamporista
Pero el Elogio de la impotencia no cabe solo para Fernández y los suyos. El cristicamporismo oscila entre la máquina de obstruir y la persecución de proyectos sin destino. Desde las reformas judiciales, pasando por el rechazo al acuerdo con el FMI, hasta la propuesta de medidas inviables. Apenas logra algunas concesiones de Fernández en beneficio propio, que terminan quitándole poder de sustentación al gobierno que, dicen, les pertenece. Las prerrogativas de las que goza el gobierno de Axel Kicillof en la cesión de recursos del Estado nacional se inscriben en constantes operaciones de suma cero. O menos que cero. Salvo para construir un supuesto refugio nuclear para el kirchnerismo.
Los últimos actos públicos de los dos bandos en pugna siguieron el mismo patrón, aunque resultaron un poco más dañinos (nuevamente) para el Presidente. Otra vez, un acto gremial para tratar de empoderarlo terminó en ausencias que graficaron debilidad. Faltaron incluso muchos cuya suerte está atada a la de la gestión albertista y que estaban llamados a ser su base de sustentación y dique de contención del kirchnerismo duro, como intendentes bonaerenses y gobernadores. Fue una muestra tanto de la limitada capacidad de convocatoria del propio Fernández como de la regresión en su representación que exhibe el movimiento obrero organizado. Una columna vertebral con escoliosis. Ni siquiera los inmodestos ejercicios de presión del doctor Manzur consiguieron apuntalar la movilización.
Mejor le fue al camporismo con la puesta en escena, aunque no con la asistencia, en la reunión de Mendoza para debatir el “peronismo del futuro”. La amplitud que pretendió exhibir fue lograda a medias. El horizonte no ofrece certezas para un movimiento atado al kirchnerismo.
Wado presidente
Por eso, los organizadores celebraron la presencia del salteño Juan Manuel Urtubey, a pesar de las críticas que anteayer tampoco calló dirigidas al cristicamporismo. El exgobernador dice haber concurrido a pedido de dirigentes locales anti-K y con el objetivo de reforzar su proyecto de construir un proyecto superador del kirchnerismo.
Sin embargo, en este espacio la consideraron una asistencia funcional al proyecto de buscar sobrevida más allá de la gestión de Fernández. La ubicación de Urtubey al lado de Wado de Pedro no fue fruto del azar. El tiempo dirá si acertó o erró Urtubey. Por ahora, el kirchnerismo celebra. Pequeñas escenas de la empequeñecida vida peronista.
En medio de la impotencia para cambiar la realidad, La Cámpora sabe sacar partido de los micromomentos. El incansable equipo de prensa del ministro del lnterior reforzó ayer la foto de Mendoza al difundir unas declaraciones del salteño con elogios a la actitud dialoguista del ministro. Aunque el salteño suele imputar a De Pedro lo mismo que se le cuestiona a Fernández: la propensión a decir lo que los interlocutores quieren escuchar. Todas las cabezas de las principales empresas argentinas y muchas extranjeras pueden dar fe de eso.
No es arbitrario ni antojadizo que cada vez sean más lo que ven en la hiperactividad nacional e internacional y en los gestos y las palabras de moderación de “ex-Wadito” el intento de construcción de una candidatura presidencial.
El entorno de Fernández y el peronismo no kirchnerista descreen de las versiones del cristicamporismo que dicen que no es un estrategia con el aval de los Kirchner, quienes hasta le han cuestionado algunas opiniones, como cuando desde España apoyó el acuerdo con el FMI. Pero no hay registros de cuentapropismo en el mundo K.
Se trataría de armónicas disonancias para fabricar un postulante moderado salido de las propias entrañas, en busca de sumar (o confundir) a votantes peronistas hartos del kirchnerismo duro y defraudados por Fernández. Toda diferencia sumaría. El fracaso del experimento de contratar un gerente externo para darle sobrevida a la empresa familiar desaconseja la repetición. Los probables candidatos no cristicamporistas podrían ser más crueles con sus creadores que Fernández.
Tienen lógica esas hipótesis, aunque a juzgar por lo que arrojan las encuestas sobre el ministro del Interior por ahora sería otro gesto de impotencia.
Mientras tanto, al margen de las opiniones que el kirchnerismo, el peronismo no kirchnerista y la mayoría de los argentinos tienen sobre el Presidente y su gestión, de los tropiezos, errores y daños autoinfligidos, Fernández no se baja de su ilusión reeleccionista. Sus malos números de imagen y apoyo son todavía mejores que los de sus adversarios internos.
Allí se apalancan sus deseos. Por eso, en la extendida entrevista con Ernesto Tenembaum, el Presidente hizo otro reconocimiento involuntario al autor de Elogio de la locura. En el comienzo de su obra, Erasmo rescata un refrán popular que goza de rabiosa actualidad: “Hace bien en alabarse a sí mismo quien no encuentra a otro que lo haga”.
Fuente Clarin