Por Carlos M. Reymundo Roberts
En un almuerzo en Florencio Varela por el 25 de Mayo, ante 1200 personas, el Presidente se hizo de una guitarra (a la que enseguida deshizo con sus malas artes), subió al escenario y cantó Solo se trata de vivir, de Litto Nebbia. La multitud deliraba; de furia: hasta que no terminara de desafinar no iban a servir el locro.
Es decir, en apenas tres minutos se cargó a Litto Nebbia, a su himno, a la guitarra y a 1200 personas. Y probablemente también al 25 de Mayo: las urgencias del país no riman con ese festival lisonjero de guisos populares. El Presidente desplegó toda su simpatía; re tierno, estaba feliz en el papel de popstar del conurbano sumergido.
A Cristina la hemos visto bailar sin ritmo ni gracia sobre las tablas, y a Macri, intentando rendir tributo a Freddie Mercury, para lo cual no tiene ningún atributo. Alberto no quiso ser menos y se entregó a la faena con admirable impunidad. Si me animé a ser presidente –pensará–, por qué no.
Le pedí a un amigo, eximio cantante, su opinión sobre la interpretación del profesor en Florencio Varela. “Lo peor –me dijo– es el mal gusto en la modulación. Es feo de escuchar”. ¡Epa! Lo que era una ficha artística de pronto me apareció en clave política. Si modular es “pasar armoniosamente de un tono a otro en la música o en el lenguaje”, ahí está el drama de nuestro hombre. Su tránsito del kirchnerismo fanático al anticristinismo rabioso, hasta terminar postrado a los pies de Cristina, no es un problema de convicciones, de carácter o de oportunismo: no encuentra el tono; desentona. De aquel que juraba que nunca más se iba a pelear con Cristina, a este que está en guerra con ella; del que se presentó como “un capitalista convencido”, al que festejó que un bichito microscópico, el del Covid, había logrado “vencer al capitalismo”; del que le abre a Putin las puertas de América Latina, al que se ofrece en Europa para cerrárselas; del que dijo retenciones sí, al de retenciones no, y a retenciones puede ser, todo en 24 horas. Habría que incitarlo a modular bien, porque no lo estaríamos entendiendo. Más que un fenómeno de naturaleza psi, o ideológica, quizás todo se resuelva haciéndolo ver por un fonoaudiólogo.
Armonía, esa es la cuestión. Como que vive en un permanente desacople: hay temas más sencillos de cantar que Solo se trata de vivir, y hasta más funcionales al momento, tipo Zamba de mi esperanza, cosa de que nuestros jóvenes no corran a Ezeiza. Él, otra vez, se la juega más allá de sus posibilidades, y probablemente ni siquiera prestó atención a que debía repetir “creo que nadie puede dar una respuesta, ni decir qué puerta hay que tocar”, acaso la mejor descripción de su gobierno. Se la juega cuando toquetea a John Kerry en una cumbre climática, obligándolo a sacarle la mano; cuando le dice a Putin que era un honor “poder mirarlo a los ojos”; cuando se atreve, al lado del presidente Pedro Sánchez, a hacer disquisiciones antropológicas sobre el origen de mexicanos y brasileños. Armonía, sensibilidad: para escapar de un tedeum que suponía crítico anunció que pasaría el 25 en la Antártida; suspendido el viaje por mal tiempo (parece que hacía mucho frío), no le quedó más remedio que presentarse en la Catedral; en la frente llevaba una inscripción: “Sí, Iglesia de Bergoglio, ustedes son el plan B”. El miedo a la homilía de Poli finalmente resultó infundado: las denuncias de cuentas poco claras en el arzobispado dejaron al cardenal desprovisto del ímpetu necesario para levantar el dedo acusador; solo dijo que en muchas mesas falta el pan, que no sé si es un reclamo o un aval al aumento de las retenciones al trigo.
Una lástima que se haya frustrado la excursión de Alberto a la Antártida: se perdió un tremendo baño de popularidad.
Tampoco da con las modulaciones adecuadas en el conflicto interno. A gestos de afirmación de su autoridad, como sostener al general Guzmán y lograr el desplazamiento del soldado Feletti, les contrapone hacer la vista gorda cuando le siembran el gabinete de minas antipersonales; la mitad de los ministros trabajan para el bando enemigo. Solo se trata de durar, canturrea Alberto.
Como que las oportunidades pasan y no las aprovecha. Seguramente tenía ganas de expresarle su apoyo a la fiscal Cecilia Goyeneche, que investigó las tramas de corrupción política en Entre Ríos y logró la condena del exgobernador kirchnerista Sergio Urribarri, y nunca encontraba el momento de hacerlo; ahora es tarde, porque un jury urribarriano la acaba de destituir. A todo esto, don Sergio se atrincheró en la embajada de Israel; sí, sigue al frente de la misión, con la misión de olvidarse de esa sentencia que lo encontró culpable de haber malversado fondos y de negociaciones incompatibles con su función, y que lo inhabilita a perpetuidad para ejercer cargos públicos. Cuando se conoció el fallo, el Presidente le pidió la inmediata renuncia; y Cristina, que no le haciera caso al Presidente. ¡¡Alberto, la tiene servida: hágase respetar, que se cumpla su orden!! ¡¡Pegue tres gritos!!
Esta vez, please, sin la guitarra.
Fuente La Nacion