Por Darío Rosatti
Ucrania lleva tres meses resistiendo los embates de una guerra a gran escala desatada por Putin el 24 de febrero. La guerra, diseñada por el dictador del Kremlin como un juego infantil en el que el ejército ruso se pasearía por el territorio ucraniano entre pasarelas, se ha convertido en un baño de sangre que ya se ha cobrado la vida de más de 30.000 soldados rusos, sin contar los heridos y mutilados.
La maquinaria militar rusa es indiscriminada y destructiva: arrasa con todo lo que encuentra a su paso, sin hacer distinción entre combatientes y civiles. Su objetivo es la destrucción y el sometimiento. El ejército ruso persigue la aniquilación en las ciudades ucranianas: la estrategia y las tácticas arcaicas empleadas por el ejército ruso, imitación de los tiempos soviéticos, demostraron su total inoperancia en Ucrania, que logró dominar y aplicar rápidamente los métodos de la guerra moderna en condiciones reales de combate. Enormes convoyes rusos y unidades de tanques fueron reducidos y aniquilados por las fuerzas ucranianas mediante ataques estratégicos con armas modernas. Nunca desde la Segunda Guerra Mundial Rusia había sufrido pérdidas tan colosales en su equipamiento militar o experimentado un número tan alto de bajas en un período tan breve de tiempo.
Aún quedan muchas armas en Rusia: obsoletas – de los tiempos soviéticos -, pero que todavía funcionan y están causando destrucción, lo mismo que podrían hacer en todo Europa. Podrían alcanzar a Varsovia, Berlín o París. Por desgracia, esta pesadilla puede hacerse realidad, e incluso Europa, que en rasgos generales se ha limitado a “expresar su preocupación”, parece haber entendido la realidad de la amenaza rusa. En efecto, en Varsovia, han comenzado a inspeccionar los refugios antiaéreos, mientras que Francia descubrió de repente que sus propias fuerzas armadas, con la excepción de la OTAN y su importante arsenal nuclear, son simplemente insignificantes. En caso de guerra, París sería una presa fácil para la horda rusa, porque a Europa no le ha tocado vivir un conflicto bélico considerable desde 1945, y simplemente no hay suficientes militares disponibles que puedan resistir una amenaza militar real. La debilidad política y la falta de voluntad para soportar las pérdidas económicas de las sanciones más duras que deberían haberse adoptado en 2014 llevaron a Europa a una trampa geopolítica. Hoy, Putin está decidido a todo y, afirma casi abiertamente que ya no le importan ni las sanciones ni las posibles negociaciones. El Kremlin ya ha sufrido enormes pérdidas y, por lo tanto, está dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias.
En consecuencia, el destino del mundo occidental – que Putin ha declarado de facto su enemigo -, depende de lo que suceda en Ucrania. Putin siempre destruye a todos sus enemigos. Rusia cuenta con un gran arsenal de armas heredadas de la era soviética. Su único gran bemol se encuentra en la carencia de recursos humanos: en la guerra con Ucrania ya ha perdido casi la mitad del contingente asignado a la denominada “operación especial”. Putin está tratando de involucrar de forma caótica a los países de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO) y mercenarios de todo tipo de ideologías, pero hasta ahora no ha tenido éxito. Ucrania cuenta con un ejército bien entrenado y muchos patriotas que están dispuestos a sacrificar sus vidas para defender a su país, pero siguen faltando armas capaces de hacer frente con efectividad al gran aparato militar ruso.
En estos momentos cruciales para el mundo entero, Ucrania necesita urgentemente ser abastecida con más equipamiento militar. Ucrania está capacitada para actuar por sí misma con toda la celeridad que requiere la situación. Europa debe despertar y darse cuenta de que, si Ucrania finalmente cae, los tanques rusos estarán sembrando el terror por todas las capitales europeas, lo que se traduciría en una derrota geopolítica mundial.