
Por otra parte, una característica del artista es el aprecio por la lentitud. “Elegí el camino más largo, usar el lápiz para cubrir grandes superficies con líneas muy pequeñas. Confío en que este camino largo, lento y trabajoso, nos lleve a colmar de energía visible e invisible la superficie”, observa. Pero la ambición tiene un límite. Y para llegar a colorear el zócalo con los trazos breves del lápiz en el plazo de un mes y medio, contrató a casi 20 artistas en calidad de ayudantes. El público del MARCO disfrutó la performance. Pero, además, el trabajo grupal deparó otros beneficios. “La diversidad del pulso determinó la confluencia de trazos y energías que enriquecen el resultado,” señala el artista al hablar de la contribución de Violeta Mollo, Cotelito, Laura Ojeda Bär, Ji Hyun Kim, Maximiliano Murad, Carlos Cima, María Mulder, Guido Orlando Contrafatti, Celina Eceiza, Lucia Reissig, Florencia Ferrari, Rocío Englender, Walter Andrade, María Valeria Maggi, Yael Desbrats, Triana Leborans, Juan Gabriel Miño, Cervio Martini, Sofía Berakha y Julieta Ezcurra. Por su parte, los ayudantes también disfrutaron. Ojeda Bar, cuenta: “El trabajo con Ernesto fue una experiencia enriquecedora. Fueron muchas horas de una práctica casi meditativa, de estar presente en nuestros cuerpos en contacto con la pared con una energía concentrada en el encuentro de las puntas de nuestros lápices y las diferentes superficies que dibujamos. A la vez, la sensación de comunidad que se generó fue muy intensa, éramos un grupo y cada trazo que hacíamos era a la vez lo más importante y lo menos. Lo individual se licuaba en el esfuerzo colectivo. Creo que la obra final es un hermoso ejemplo de cuando un resultado es mucho más que la suma de las partes”.