Con los calores de junio volverán las oscuras golondrinas a volar, pero los nidos de este fin de curso no volverán a ser los mismos. Se cierra una etapa, este curso escolar otorga el adiós definitivo a la LOMCE de Wert para iniciar un nuevo nido llamado LOMLOE bajo los balcones de nuestra escuela. Volverán las madreselvas a trepar por las paredes de las clases, volverán los docentes a diseñar nuevas programaciones, y a pensar en cómo ocupar ahora dos horas de proyectos de innovación en los horarios escolares. Pero tras este fin de curso hay cosas que no regresarán, por ahora, como las mascarillas o los grupos burbuja, las separaciones de seguridad o las sesiones de baños con geles hidroalcohólicos. Igual que el rocío del invierno esas cosas no volverán. Se acaba un curso, se cierra un año escolar más, pero se inicia un nuevo vuelo, en el que las asignaturas tendrán sabor a inclusión, quizás se hable más de amor y menos de números romanos, pero debemos reconocer que necesitamos una sociedad más justa, más crítica (constructiva) con lo que hacen los que nos representan, y una sociedad menos bipolar, porque no todo es blanco y negro ni izquierda o derecha. Volverán las palabras ardientes en septiembre a hacer soñar a los alumnos, y dependerá de cada profesor hacer que sus alumnos conozcan a Gustavo Adolfo Bécquer o no, porque somos nosotros, los docentes, los que decidimos qué textos utilizar y para qué, como hoy uso a Bécquer para escribir y reflexionar. Nos desengañaremos, por supuesto, porque al igual que la LOMCE tenía sus aciertos y sus errores la LOMLOE también los tiene, y aunque hoy no seamos conscientes lo seremos en un tiempo. Pero sabemos que los maestros volverán, los docentes volverán a dibujar aprendizajes en un cielo azul crayola, crearán nuevos nidos de barro y paja bajo el paraguas de la evidencia científica y la buena praxis, y esos maestros serán los que, año tras año, mantengan la educación de un país. No ha sido un curso baladí, hemos superado un año en el que vencimos a la pandemia, nos sobrepusimos a los confinamientos y retos de enfermedades. Volvimos a vacunar en los colegios, y valoramos lo que significa tener ese «pinchazo» que podía salvar vidas. Un curso que acaba recuperando a los ojos las sonrisas de los niños, y acercando de nuevo el calor de un abrazo a algo tan necesario como la infancia. Nosotros, los maestros, a diferencia de Bécquer, no nos iremos con un eclipse de sol un día 22 de diciembre, como se van las golondrinas unas semanas antes, sino que nos quedaremos aquí porque un maestro, más allá del final de curso, piensa siempre en sus alumnos, y en cómo mejorar para el inicio siguiente en septiembre. Un maestro revisa el año escolar, analiza fortalezas, y empieza a planificar el futuro. Ahora llega ese momento, el de pensar y repensar, el de soñar y diseñar… el de volar, porque sabemos que en septiembre seguirán las oscuras golondrinas volando, porque el romanticismo de la escuela depende de ellas.
Fuente ABC