Había pedido la Policía Municipal «una vez más tranquilidad», calma, entendiendo las fuerzas consistoriales del orden que «para los jóvenes es un momento muy importante» el del fin de la Selectividad (ahora, la EvAU) aunque la Unidad Central de Seguridad, la Canina y la de Drones se habían movilizado. Y la calma duró demasiado vistas las hemerotecas. La boca del Metro de Ciudad Universitaria era un vomitorio que vomitaba (sic) no solo a estudiantes de vuelta de los chinos de Moncloa, también a talluditos llamados a cultos báquicos y a otra fauna, en chanclas, cuya obstinación delincuescente se notaba en la forma de mirar a la presunta presa. E. V. C., vigilante tradicional de esa estación de la red de suburbanos, ya había avisado de que por junio, en «cuanto abran la mano», íbamos a «tener fiesta». Y así fue, pero muy relativamente. Porque la previsión de botellón masivo quedó en temperaturas abrasadoras, y un amable coche de la seguridad complutense casi rogando que se saliera del césped que hay frente a Derecho. El coche SUV, despacito, iba limpiando de dipsómanos sospechosos eso mismo: el verde. El prado. Jaime y Cristóbal contaban al cronista, a voces y en coro, algo de «hemos venido a emborracharnos» y de que en San Juan «arderán los libros». La voz no la llevaban estropajosa, pero sí ronca. Habían pedido por una ‘app’ algunas litronas, pero en su caso era más la euforia que la concentración de alcohol en sangre lo que exhalaban. Arquitectura quería estudiar uno (Jaime) y Filosofía, otro (Cristóbal): una extraña pareja, pantalones cortos, de la misma extrañeza de un día feliz que acabaría complicándose con algunas vomiteras y cerrándose en La Riviera, para donde había tortas para entrar. Mayores de 18, claro. Sombra, poca y cotizada
Estefanía, la única del grupo que bebía de la bolsa negra en la parada del bus, instaba a sus amigas a hablar. «Venga, decid algo». Mucho tiempo de pandemia y de moreno de flexo, y nada. Que «para hablar yo, no hablo», concluyó. Y ahí se quedaron, haciendo como que esperaban al 92, a la línea G, la que une el templo de la sabiduría con Moncloa. Anótese que la cara del autobusero, aun a pesar de la mascarilla y del sol, era un poema, pero Estefanía y compaña habían encontrado una falsa sombra, y así se quedarían un rato largo. Junto a una fotocopia que alquilaba para agosto un apartamento en Aguadulce. La realidad y el deseo, y los hielos, recién comprados, deshaciéndose delante del caballo de Medicina y frente a otros agentes municipales también a caballo, cumpliendo con penosidad estival su servicio. Disuasión al sol. Por la avenida Complutense, la sombrita se cotizaba. Y la bolsa de un conocido supermercado era la protagonista, que pasaba y no pasaba por delante de dos agentes que, en vista de la canícula, hacían lo que se ha venido denominando la vista gorda en los ambientes de la Selectividad. Y en otros. Olor a Ámsterdam
Sí que olía a Ámsterdam en el jardincillo de delante de Derecho, donde se volvió por ir, ver y testimoniar el fin de la EvAU y sus festejos; allí donde Diego y sus amigos, alguno reconociendo no haber hecho la EvAU —y sin voluntad manifiesta de hacerla en vida—, jugaban y vacilaban con los periodistas por pasar la tarde. «Becarios» llamaron a los chicos de la prensa en un insulto que más bien sonó a piropo. Alguno quería estudiar Arte, otro que se trasladase al lector que «el examen de inglés fue una canallada» (en puridad no dijo canallada, sino un adjetivo más grueso y de uso común). Allí mismo Manuel, dándole una calada al ‘artefacto aliñado’, se consideraba abstemio y presumía de que la nota de la EvAU le iba a dar para ser «bombero con un grado en Derecho». Quizá la dispersión, al menos en la zona de la Ciudad Universitaria y sus contornos, fue la tónica habitual. Luis, cincuentón en pantalones cortos, le comentaba a la dependienta de los cafés de la estación de Metro que se iba «a su casa antes» de que se liara. Fuese (Luis) y no hubo nada.
Fuente ABC