A un año de la unión de ocho partidos para terminar con la inestabilidad, la niebla política no parece haberse disipado.
La coalición de Gobierno israelí de Naftali Bennett cumple hoy el primer aniversario de su formación en plena crisis, sin consenso para tirar adelante políticas elementales y ante amenazas desde múltiples frentes que podrían causar su caída.
El Ejecutivo, formado por ocho partidos de todo el arco ideológico, desde la derecha religiosa, centro, izquierda e incluso islamistas árabes, logró crearse hace un año en un paso sin precedentes para echar del poder a Benjamín Netanyahu, tras cuatro elecciones en menos de dos años que mantuvieron a Israel en una profunda parálisis política.
Sin embargo, 365 días después de su creación, la capacidad de la coalición para gobernar se ha erosionado hasta alcanzar su peor momento: las constantes y crecientes disputas internas hacen que se tambalee, las voces que pronostican su final son cada vez mayores y nadie descarta un fin precipitado de legislatura que fuerce a nuevas elecciones.
El Gobierno perdió su mayoría en abril. Ahora solo tiene un frágil apoyo de 60 diputados en una Cámara de 120 y se ve incapaz de aprobar leyes.
A ello se suma la presión de la oposición, liderada por Netanyahu, que acecha con todo tipo de maniobras para tumbar el Ejecutivo. Entre otras, boicotea la aprobación de leyes y busca la deserción de diputados del flanco más derechista de la coalición para que se pasen a su bando.
Su meta es obtener el apoyo mínimo de 61 parlamentarios para forzar la convocatoria de elecciones tras una moción de censura contra el Gobierno, algo que aún no consiguen, pero que Netanyahu y sus socios opositores derechistas siguen buscando incesantemente.
Hace dos meses ya lograron arrastrar a la diputada Idit Silman, del partido ultranacionalista Yamina del propio Bennett y estos días buscan hacer lo mismo con Nir Orbach, de la misma formación y contrario a la influencia de los partidos de izquierda en el Gobierno.
Ante todo, el primer ministro Bennett instó ayer a mantener en pie al Ejecutivo «por el bien de la población israelí».
«Admito que este no es el gobierno que la mayoría de nosotros esperaba», pero «hemos demostrado que personas con opiniones distintas, incluso contradictorias, pueden trabajar juntas por el bien del país», dijo el mandatario al comienzo de la reunión semanal del Gabinete de ministros. Según agregó, la coalición llevó al país «del caos a la normalidad» y «no se puede dar el lujo de romperse».
El titular de Exteriores, Yair Lapid, apeló también a mantener la unidad y destacó el hecho de que el Ejecutivo logró «traer de vuelta la idea de un bien común», tras doce años seguidos de gobiernos con un liderazgo personalista y marcados por la figura de Netanyahu.
«Este es un Gobierno histórico» que «ha mejorado la vida en Israel en todos los parámetros posibles: seguridad, economía, relaciones exteriores y Estado de Derecho», remarcó Lapid.
Sin embargo, la última gota que estas semanas ha colmado el vaso en la crisis de la coalición ha sido la renovación de una regulación de emergencia que extiende la ley israelí a los colonos de Cisjordania desde 1967.
En la coalición hay también dos diputados árabes que no quieren apoyar las ordenanzas y otras medidas de corte derechista o nacionalista por razones ideológicas. Desde hace días, sus compañeros de filas buscan convencerles para que cambien de postura o dimitan del cargo, por ahora sin avances.
Todo esto ha creado aún más tensión en el Ejecutivo, que podría recibir un golpe de gracia si no logra renovar las regulaciones antes de que estas expiren a fines de junio, si acaba perdiendo el respaldo de algún diputado más o se ve más debilitado por otros desacuerdos internos, en una crisis que parece cada vez más irresoluble.
Con información de EFE
Fuente Aurora