Uno de los temas que más me intrigan es qué pasaba en la cabeza de muchas personas en torno a espacios de poder (periodistas, empresarios, intelectuales, etc.) cuando reaccionaron favorablemente a la proclamación de Alberto Fernández como candidato presidencial por obra de un tweet de Cristina Kirchner. “Moderado”, “buen gestor”, “político de raza”, eran algunos de los dislates que se escuchaban desde distintos sectores ponderando a un señor que había sido elegido, justamente, por su incompetencia y por su frivolidad. CFK nunca elegiría a alguien virtuoso que pudiera hacerle sombra. Ella sólo elige empleados mediocres para demostrarles siempre que ella es la jefa.
Una hipótesis que se manejaba es que volverían los negocios para muchos empresarios que han hecho sus fortunas medrando con el poder del PJ y que en la época de Macri se habían visto alejados de esa posibilidad. Esa gente ponderaba a Fernández con la alegría que implicaba volver a usar el Estado como fuente de negocios. Sospecho, además, que en otros sectores imperaba la idea de adjudicarle al PJ cierta sabiduría en el manejo del poder que, aunque nunca pudo ser confirmada, tiene a muchas personas sumidas en un síndrome de Estocolmo permanente con cierta idea del peronismo. La irremediable devoción por el fracaso que tienen algunos sectores del poder en la Argentina hizo el resto.
Alberto Fernández muestra mes a mes, semana tras semana, día tras día, hora tras hora que siempre puede ser peor la combinación de mala praxis e idiotez, sumiendo así a la Argentina en un martirio ininterrumpido. Va a una cumbre internacional y se postula como vocero de las dictaduras que asolan a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Para completar el patetismo, Nicolás Maduro elogia el discurso de Alberto durante una visita oficial a Irán, completando de ese modo una simbología nefasta de amigos y aliados de los K.
La cara de asco de CFK en el aniversario de YPF cuando Alberto menciona en su discurso una canción de Spinetta es la escenificación de patetismo de esta situación y debería ser un recordatorio permanente para los sectores de poder que vendieron al Alberto moderado y estadista. Eso apoyaron, señores.
Alberto siempre fue eso. No pasó nada extraño. Siempre fue un oportunista y un mediocre que sostuvo posiciones oportunistas para tener poder. No se volvió un mediocre de golpe. Los que se dedicaron a embellecer este experimento político nefasto lo sabían. La mediocridad de pensar que las jugadas para conservar el poder pueden ser vistas como acciones de estadistas es la base fundamental de la Argentina fracasada.
Argentina debe pensar solamente en un proyecto profundo de regeneración económica, política y moral. Para eso hace falta una convicción muy firme acerca de la necesidad de desarticular al kirchnerismo y a sus cómplices. En otras palabras, es necesario derrotarlos electoral y políticamente. Si sólo se los derrota electoralmente no se saldrá de este espiral de decadencia. Este es el único (y enorme) trabajo que le espera a la actual oposición.
Mientras suceden estas calamidades, nos encontramos con el enésimo episodio de una interminable saga de cuestiones de corrupción por parte de los K. El episodio de Matías Kulfas y las acusaciones de corrupción al sector de CFK tiene todos los condimentos de una película de mafia. Kulfas rompe el código mafioso y denuncia cosas que el poder no tolera, le piden la renuncia y va a declarar a la justicia diciendo que lo interpretaron mal y que nunca se le ocurrió pensar que podría haber corrupción: hete aquí la notable eficiencia de la mafia.
En medio del cataclismo, apareció un bellísimo acto de coherencia. El gasoducto cuya obra aun no comenzó y ya esta en entredicho por temas de corrupción se llama Néstor Kirchner. Un justo homenaje al maestro de la corrupción estatal.
Fuente Mendoza Today