El Templo de Debod resuelve unos crepúsculos que son una postal pura. Postal de la ciudad, pero de la belleza de la ciudad, y de su misterio inacabable. El Templo de Debod es, de algún modo, un poeta del atardecer, sólo que en callado templo. Ahí lleva décadas, a cuatro soplos del Palacio Real, inquilino al reojo del Parque del Oeste. Y en ese tiempo ha ido creciendo un deterioro, ya inquietante, porque se desmorona la piedra que lo conforma. Más o menos. Las causas son climáticas, en general, aunque también influye el mayor o menor vandalismo de ciertos transeúntes a deshoras, y hasta el anidamiento de aves. La preocupación por la salud del Templo de Debod es un asunto guadiana, en la ciudad, y ahora se concreta que tenemos novedades, porque al fin se van a contemplar medidas preventivas, que no incluyen la restauración, pero sí auguran una mejoría en la esperanza de vida del templo. Ojalá, alcalde, ojalá. Libre de amenazas no queda, con estas medidas de observación, pero algo es algo. Madrid tiene un clima homicida, en invierno y en verano, y ese clima no procura la mejor vida, precisamente, a este monumento egipcio, que decora ocasos de esplendor estupefaciente, muy cotizados entre los cazadores de raros esplendores urbanos. Resulta que la piedra se va averiando, por su calidad no extrema, y por la intemperie severa, que no perdona. El monumento tiene más de dos mil años de antigüedad, y fue un regalo de Egipto a España, allá en los años 60. Debiera estar emplazado en un museo, como algún otro semejante, que está en Italia, o en Holanda. Lo que pasa es que nuestro monumento resulta tan monumental que no hay museo donde colocarlo . O sea, que no cabe en ningún museo. Parece que cubrirlo tampoco entra en los propósitos o planes a medio plazo. Algunos expertos aconsejaron, en su momento, esta iniciativa, pero no ha prendido. Los expertos sabrán. Porque el Templo ha sido examinado, hasta el alma de la piedra, por varios expertos de crédito. Ojalá la medida preventiva de la observación y la higiene sujeten el riesgo real de desgaste, o deterioro. Ojalá. Es un fragmento, ese templo, del gran museo de belleza que vive siempre abierto al milagro del crepúsculo.
Fuente ABC