La victoria del candidato de la izquierda en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia, Gustavo Petro, es un hecho histórico.
Ricardo Angoso
El mismo tendrá una gran relevancia, tanto en el plano interno como en el externo.
El continente está girando a la izquierda y Colombia se une a esa tendencia; la segunda vuelta entre Petro y el outsider Rodolfo Hernández confirmará si se consolida esta tendencia.
La rotunda y contundente victoria de Gustavo Petro en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, con algo más del 40% de los votos a su favor, y la enorme diferencia con respecto a su contrincante para la segunda, el populista y conservador Rodolfo Hernández -le superó por más de 2,5 millones de votos-, hacen prever una casi segura victoria de la izquierda en la carrera presidencial, salvo imprevistos de última hora o un vuelco inesperado hacia la derecha, algo que no se debe descartar.
Solamente una gran movilización del centro y la derecha que consiguiera el trasvase del voto de candidato (encubierto) del uribismo, Fico Gutiérrez, y de los otros situados en la extrema derecha, como John Milton Rodríguez y Enrique Gómez, podría darle la victoria al controvertido millonario Hernández. En total, estamos hablando de una bolsa de unos 5,3 millones de votos, la suficiente fuerza que sumados a los 5,9 de Hernández le podrían dar la victoria.
Pese a todo, los trasvases del voto en política no son automáticos y no siempre funcionan, pues muchas veces el electorado se comporta caprichosamente y rompe la disciplina de voto que le tratan de imponer sus caudillos. En las coaliciones políticas, todo es imprevisible y no siempre dos y dos son cuatro, sino que puede haber fugas de votos inesperadas y la movilización del electorado no siempre es fácil. La clave en la segunda vuelta será la participación; si es muy alta, beneficiará a Hernández, y si es baja o la misma que en la primera, casi seguro que ganará Petro a gran distancia de su contrincante.
En lo que respecta a las consecuencias políticas de esta primera vuelta, hay que reseñar que es la primera vez en veinte años que el uribismo no pone presidente en este país y que el partido que formara el ex presidente Alvaro Uribe para agrupar a esta corriente política, el Centro Democrático, está en sus horas más bajas, sin un liderazgo sólido al frente del proyecto y con un alto nivel de rechazo por la ciudadanía, tal como se vio en estas elecciones, en que su voto ni siquiera se movilizó para apoyar a Fico, y en las legislativas, cuando pasó de ser la primera fuerza a la quinta en el Senado y perdió un tercio de sus representantes en las dos cámaras.
Si el uribismo está agónico, los partidos tradicionales, liberales, conservadores y también Cambio Radical, han salido muy debilitados de esta primera vuelta presidencial, toda vez que no consiguieran movilizar a sus votantes en favor de Fico y el descrédito del que gozan los mismos en la sociedad colombiana se ha traducido en el fulgurante ascenso de Rodolfo Hernández en la política colombiana. El personaje, que desde luego no tiene desperdicio, ha conectado claramente con la Colombia profunda y menos formada, exhibiendo en su campaña un discurso machista, patriarcal, muy directo y con propuestas simples, populistas y discutibles, como las dirigidas a combatir la corrupción, el principal flagelo de Colombia. Aparte de estas consideraciones, las declaraciones sobre sus lecturas “filosóficas” causaron una gran controversia hace algún tiempo, sobre todo cuando afirmó sin sonrojarse: “Yo soy un seguidor de un gran pensador alemán. Se llama Adolfo Hitler”.
EL GIRO A LA IZQUIERDA EN AMERICA LATINA SE CONSOLIDA
Colombia, con los resultados de la primera vuelta presidencial, se incorpora a la dinámica regional observada en los últimos años, en donde la izquierda continental ha logrado convertirse en una alternativa real de gobierno. En algunos casos, como en Argentina y Chile, el fracaso de los proyectos políticos y económicos liderados por el centro derecha, como lo fueron los de Claudio Macri y Sebastián Piñera, respectivamente, llevaron a un profundo descontento social en sus respectivas sociedades y a la movilización de importantes sectores populares en su contra que acabaron derivando en el cambio político hacia la izquierda.
Iguales o parecidos procesos pasaron en países como Bolivia, Honduras, México y Perú, agravándose en todos los casos con esa “epidemia” incurable tan latinoamericana llamada corrupción, y donde se produjo un giro a la izquierda sin sobresaltos y de una forma democrática, algo casi impensable hace un par de décadas. Pese a todo, los problemas crónicos siguen muy presentes en estos países, tales como la profunda desigualdad social, la pobreza endémica de enormes capas de la población y la debilidad de los Estados en asignaturas tan vitales como la justicia, la educación y la salud. Por otra parte, los cambios que generan a la larga bienestar y prosperidad son muy lentos, lo que acaba produciendo, como hemos visto en Argentina y Chile en muy poco tiempo, un gran descontento y una enorme frustración, que acaban provocando inestabilidad política.
¿Cómo influiría en la región un cambio político en Colombia? En primer lugar, es previsible que las relaciones con Venezuela, rotas en el ámbito diplomático por la torpeza del presidente Iván Duque, se recompongan y vuelvan a la normalidad, ya que ambos países tiene que establecer mecanismos de cooperación en materias claves como inmigración -se calcula que en territorio colombiano hay más de dos millones de migrantes venezolanos-, seguridad transfronteriza en una de las fronteras más inseguras del mundo, lucha contra el narcotráfico (¿?) y desarrollo económico.
Por otra parte, es más que seguro que las relaciones con Estados Unidos, muy fluidas en los últimos años, tanto con Juan Manuel Santos como con Duque, sobre todo en materia de narcotráfico, podrían ser reconsideradas y es fácil prever que habrá un cambio en el tratamiento de esta materia, teniendo en cuenta que el candidato Petro está claramente en contra de usar la aspersión aérea con glifosato, que considera una imposición norteamericana inaceptable. Luego en lo que respecta con el resto de la región, no se esperan cambios y no habido propuestas programáticas significativas en lo que refiere a la política exterior, en un país caracterizado por un cierto estatismo en la misma durante décadas y una alta politización -amiguismo y nepotismo incluidos- de su cancillería.
Fuente Aurora