Adriana Lastra ha sido una figurita relevante en el tablero de juego del sanchismo, pero ahora su función es decir lo que nadie quiere decir. El domingo por la noche Lastra lo bordó: ni siquiera felicitó al ganador de las elecciones, ni con la boca pequeña ni con la boca grande. Para eso ha quedado una de las personas que más cerca ha estado de Pedro Sánchez. Es más: en su filípica de cuatro minutos como rostro del PSOE en la noche electoral se dedicó a atacar a Juanma Moreno y a tratar de atribuir un éxito monumental del PP andaluz a cuestiones espúreas: que si ha ganado gracias a los fondos Covid que recibió Andalucía, que si escondió las siglas del partido, que si no sé qué del adelanto electoral. El mejor argumento fue este: «Nuestros electores están contentos con la gestión a nivel nacional, y eso les hace desmovilizarse en otras citas, pero en las generales eso no será así». Qué voluntarismo, y qué cobardía. Ahora resulta que la culpa del batacazo sociata es de Juan Espadas, que no ha hecho más que cumplir órdenes de Ferraz porque Sánchez le puso ahí para que hiciera política de tierra quemada con el susanismo. Será el siguiente en caer, exprimido por el sanchismo. La intervención de Lastra pasará a los anales del mal gusto y del pataleo en una noche electoral, pero dado que ella ejerce de ventrilocua del presidente es fácil concluir que es Sánchez quien ha marcado esta estrategia de perdedor malencarado. Pero cuidado que Sánchez no hace prisioneros, es de los que reacciona en diferido y no le tiembla el pulso a la hora de cortar cabezas. Como quien derriba figuritas con el dedo índice. Que le pregunten a Redondo y a Ábalos, o a Calvo y a Campo. Hace un año ellos tampoco pensaban que iban a ser laminados: unos por haber cumplido su función, como Campo y los indultos; otros por haberla incumplido, como Calvo y el control político del Constitucional. Tampoco Lastra pensaba que iba a ser apartada de la portavocía en el Congreso. Nadie está a salvo en La Moncloa ni en Ferraz y algo está pensando el presidente. En las fotos oficiales de Feijóo durante la noche electoral se le ve rodeado de sus generales con media sonrisa en la boca. De fondo se puede observar que ya ha empezado a decorar el despacho que Casado le dejó impoluto, impersonal. En las estanterías lucen dos o tres figuras de Sargadelos, todo muy gallego. Es la diferencia entre llegar o despedirse. Entre quitar y poner figuritas.
Fuente ABC