La obra requirió un año de investigación y entrevistas a trabajadores del cementerio, se estrenó en 2019, se interrumpió en pandemia y hoy se resignifica. Puede verse los sábados a las 14.45 y arranca en el Portón de entrada del Cementerio (Av. Guzmán 680). No apta para personas con movilidad reducida, la obra es con entrada libre pero requiere de reserva previa y se aconseja asistir con ropa cómoda. Dialogamos con su director, Juan Coulasso, y una de las actrices, Victoria Roland.
Periodista: ¿Cómo es esta obra en la Chacarita?
Juan Coulasso: Es un recorrido por la monumental estructura del Gran Panteón, diseñado y construido por la arquitecta Itala Fulvia Villa entre 1950 y 1958. Ese es el primer ensayo mundial de arquitectura moderna aplicada a un ámbito funerario de tal dimensión. Cuando descubrimos ese lugar en la investigación, sentimos que teníamos que hacer algo allí, que es increíble desde todo punto de vista, y además nos atrajo la historia de Itala.
Victoria Roland: La obra es una caminata en comunidad entre quienes actuamos y quienes observan. Parecemos una procesión dentro del cementerio e intentamos dar cuenta de esa obra brutal, laberíntica; de hecho yo me sigo perdiendo. Es un viaje hacia las catacumbas, con diversos personajes que la interceptan. La arquitectura y el paisaje no son un personaje más, sino el más importante. También hay un trabajo de puesta preciso por cuanto un personaje puede aparecer a lo lejos y se transforma en el recorrido. Hay historias diversas, con cuestiones más históricas y desde luego temas más existenciales sobre la muerte, los cuidadores, el cambio de los ritos funerarios, el tabú de la muerte.
P.: ¿Cómo es esa contraposición entre Recoleta y Chacarita?
J.C.: La Chacarita nació debido a que Recoleta no quería recibir a los muertos por fiebre amarilla que provenían de zonas más pobres. Recoleta era exclusivo para la aristocracia argentina. Entonces enviaron los cuerpos a la Chacarita y nació el cementerio del pueblo. Tiene 90 hectáreas y es el más grande de America Latina.
P.: ¿En qué sentido dicen que el cementerio refleja a la sociedad?
V.R.: Las diferencias sociales siguen presentes en la muerte, las tumbas, el alquiler del nicho, son todos temas que siguen las mismas lógicas sociales. Están los panteones sociales, donde están los gremios, este es un cementerio para gente común, los don nadie, los olvidados. También vemos que la muerte de a poco quedó despojada de rituales funerarios para que suceda en un hospital de la manera más aséptica posible. Lo más habitual hoy es cremar a los muertos; la profesión de cuidadores de nichos y tumbas cayó en desuso. No está la costumbre de visitar a los muertos, está mal visto expresar el dolor y el sufrimiento. En el cruce con otros pueblos se ven las diferencias. Hay quienes lloran, gritan, ponen música, es el ritual para hacer catarsis pero otras culturas lo niegan; hay que irse rápido, como hacer un trámite. La obra permite reflexionar sobre esto, la muerte como parte de la vida y a la vez usar ese espacio de una manera en que no se usa. Paseamos y de ese modo desnaturalizamos usos sociales en relación a la muerte.
P.: ¿Qué más hay de ese despojo de rituales del presente?
V.R.: Está la prepotencia humana de que deberíamos ser inmortales, a diferencia de cualquier otra especie natural. No se pueden pensar la vida y la muerte por separado, hay una necesidad vital, cuando termina la obra, de respirar, salir a comer y conectar con la vida que ocurre sólo porque se invita a una profunda conexión con la muerte. Mientras más se acepte la muerte como parte de la vida más vital se vuelve todo. Conectarnos con eso cada sábado. La gente nos dice que la obra llena de belleza el espacio como nunca imaginaron. Creo que la misión del arte es resignificar y remover los sentidos sobre las cosas.
P.: ¿Qué sintieron en pandemia con la obra en pausa y los impedimentos para despedir a familiares muertos?
V.R.: La estrenamos en 2019 y ya hacíamos mención a pandemias, como la fiebre amarilla o la peste negra. Volvimos a hacerla pospandemia y esos mismos textos los sentimos modificados por nuestro vínculo con la muerte. La muerte estuvo más cerca, la palpamos como algo que puede suceder, nos vimos pasibles de extinción como especie. Si hay algo que aportó la pandemia fue esa noción de fragilidad que tiene la vida.
J.C.: La obra pasó por la Bienal de Arte Joven, el FIBA y estuvo encajonada en pandemia. Aprovechamos para filmar un documental, “Señorita arquitecto”, que se estrena el año próximo. Y la conclusión es que el hombre moderno actúa como si la muerte no existiera. Como si uno no fuera a morir. Y sí, fue difícil en pandemia no poder despedir a nuestros muertos.