Sara Peñalver visitó las Chorreras del Cabriel, como tantos otros turistas, hace seis años y se quedó a dormir en Enguídanos. En su momento, se acuerda que pensó: ¿cómo será la vida de la gente que vive aquí? Había idealizado los pueblos desde pequeña, cuando pasaba los veranos en Clares, una pequeña aldea perteneciente a Maranchón, en la comarca del Señorío de Molina-Alto Tajo, lugar de origen de la abuela Pepa. Nacida en Azuqueca de Henares hace 32 años, Sara trabajaba allí como educadora social en un centro de protección de menores. Cansada de rodearse del mismo círculo de gente y de hacer las mismas cosas, se sentía «un poco estancada». Así que empezó a leer en Facebook las experiencias que contaba la gente que había decidido mudarse al pueblo y arrancar de cero. Precisamente, gracias a las redes sociales, conoció el proyecto Arraigo, definido como «un puente» entre la ciudad y el mundo rural para aquellos que quieren «un cambio de vida». Ahora, casualidades del destino, lleva dos meses viviendo en Enguídanos y se declara «muy contenta con su decisión, muy ilusionada y muy alegre». Como Sara, el proyecto Arraigo ya ha conseguido cumplir el deseo de 325 familias en España y tiene a otras 9.000 en lista de espera. La semana pasada, su director, Enrique Martínez Pomar, y el presidente de la Diputación de Cuenca, Álvaro Martínez Chana, expusieron los resultados de una alianza que en apenas unos meses ha conseguido nuevos vecinos en Saelices, Villaescusa de Haro, Cardenete y Belmonte, aparte de Enguídanos. Se espera que a Huete y Cañete lleguen más en las próximas semanas. «En las Navidades de 2017, a través de la curiosidad de un hijo mío, que quería ver los pueblos abandonados de la provincia de Soria, fuimos de visita y encontramos una desolación dentro de una belleza. Me cuestioné cómo estos pueblos, siendo tan bellos, podían estar tan abandonados e investigue sobre este asunto. Vimos que había gente que se quería venir a los pueblos, pero que existían barreras que lo impedían», explica Enrique. La principal dificultad, sin ninguna duda, es la vivienda, que escasea. «El alquiler de la vivienda en la ciudad es un negocio, pero en los pueblos no es un tema de precio. Se trata de conocer a la persona», incide el director del proyecto. Los primeros arraigos surgieron en pueblos como Navaleno, Rebollar, Almarza o Sotillo del Rincón, todos en Soria. Después, el proyecto ha ido creciendo hasta estar presente en once provincias y trabajar con cuatro diputaciones. La pandemia ha duplicado las solicitudes de gente que quiere probar la experiencia. Sergio de Fez, alcalde de Enguídanos, supo del proyecto Arraigo por la Diputación, que envió una carta a todos los municipios interesados en participar. Tras tener que rellenar un informe y hacer una visita a los pueblos, el pasado invierno se seleccionaron diez. Ubicado en la Serranía Baja conquense, en Enguídanos había unos 2.000 vecinos en la posguerra, eran casi 600 hace 20 años y son poco más de 300 en la actualidad. La población, como se puede suponer, está muy envejecida. El abuelo del alcalde emigró a Castellón en 1959. En la ciudad valenciana se conocieron sus padres y nacieron Sergio y su hermano. Poco a poco, todos han vuelto a Enguídanos, «aunque eso no es lo que suele ocurrir», reconoce el regidor. Desconocimiento
Sara trabaja en la ludoteca municipal y emplea otras tres horas para servir comidas en un restaurante que igual cuenta con servicio de hotel. Sergio cree que «la calidad de vida es indiscutible, pero para tenerla se necesitan cosas muy básicas: un empleo que dé estabilidad económica, una vivienda y un entorno social y de ocio que te haga arraigar en el municipio». Enguídanos está a 26 kilómetros de la A-3, a 85 de Cuenca, a 164 de Valencia y a 230 de Madrid. En el pueblo se acaba de inaugurar un centro de ‘coworking’ y se está instalando la fibra óptica, lo que va a facilitar el teletrabajo. «Los urbanitas siempre me preguntan lo mismo: ¿vives aquí todo el año? Y también que si no nos aburrimos. Veo que hay mucho desconocimiento de lo que es la vida real en los pueblos. Aquí hay gente muy válida, que ha elegido quedarse a vivir y no porque no les quede otra», asegura Sergio. Opina lo mismo Enrique: «Existe poco conocimiento del mundo rural. Te encuentras con gente que no quiere que cante el gallo o que les molesta que suenen las campanas». Sara trabaja en la ludoteca y emplea otras tres horas para servir comidas en un restaurante que igual cuenta con servicio de hotel – ABC
«Hay que estudiar los pueblos con delicadeza y hay que conocer a las familias que quieren venir. Cuando hay un conocimiento profundo a través de los ayuntamientos, empezamos a conectar a las familias. El técnico sobre el territorio es fundamental. Se encarga de encontrar una vivienda o de hablar con empresas para que contraten a los nuevos vecinos», insiste el responsable del proyecto Arraigo. Enrique añade que el índice de familias con niños que al año se marchan del pueblo es del tres por ciento y el de personas solas es bastante más alto al superar el 20 por ciento. A Sara aún no le ha dado tiempo a echar nada de menos. Eso sí, cuando desveló que se iba a vivir a Enguídanos, tuvo que escuchar en su entorno comentarios como «ya te cansarás» o «ya verás cuando llegue el invierno». En cambio, la abuela Pepa ha vivido el traslado como si la protagonista fuera ella. A sus 98 años, tiene la ilusión de un nuevo porvenir para su nieta.
Fuente ABC