“Las manos sucias” se leyó como una denuncia del stalinismo. El autor dijo que había sido un gran malentendido, a partir del cual sometió las representaciones de su texto a la aprobación del Partido Comunista para su estreno en cada país. A partir de allí la obra encendió el debate sobre si el fin justifica los medios, la responsabilidad individual, las diferencias entre las ideas y praxis, las fantasías heroicas y las verdades de la real politik.
Puede verse desde el fin de semana de miércoles a domingos a las 20. Dialogamos con Aragonés.
Periodista: Eva Halac destaca de Sartre que todos sus personajes tienen razón y a la vez son culpables. ¿Qué hay de esto en la obra?
Guillermo Aragonés: Cada uno desde su subjetividad defiende o acusa y el espectador se va a identificar con las mejores o peores razones que se debaten en la obra. Es imposible no pensar en la actualización de Sartre en un momento en que las reflexiones, análisis y propuestas de gobiernos y marcos ideológicos se flexibilizan hacia un lado y otro apuntando a lograr determinados objetivos. ¿Quién es el culpable definitivo? Lo que pasa con un material así es que invita a cuestionarnos sobre la linealidad o no de los conceptos y decisiones que tomamos. No hay un absoluto.
P.: ¿Qué le interesó de la obra y de su personaje?
G.A.: Hacer Sartre es algo que la mayoría de los actores no tenemos la suerte de abordar y esta fue una oportunidad. Lo es también por lo que significa el montaje con un material tan intenso y complejo. Yo encarno a Karsky y llevo adelante la escena de debate sobre llegar a acuerdos sobre el futuro. La obra transcurre al final de la Segunda Guerra Mundial y se hace muy actual en estos tiempos extraños de guerra en que se piensa, como en la obra, el mundo político, social y existencial. Karsky es miembro del partido conservador de Liria y se junta con el Príncipe y el jefe del grupo armado que ha conformado la guerrilla, representante de la izquierda. Esos son los actores de un debate sobre el porvenir. Habrá que ver si llega a una resolución. Es una escena bisagra por lo contundente.
P.: El desafío de intentar vivir de acuerdo con las ideas propias es central en Sartre.
G.A.: Ese es el debate central. Estamos todo el tiempo confrontando y viendo cuál es la puerta más adecuada para entrar y escuchar también en otros lugares aquello que no nos contiene tanto intelectualmente. Hay además un trabajo para agilizar la dinámica partiendo del preconcepto de que lo clásico es una tarea ardua. Pero acá hay una propuesta dinámica desde las actuaciones y la dramaturgia, la manera en que se implementan las ideas y el recorrido de los personajes, eso permite acercarse a un material que puede parecer alejado del presente.
P.: ¿Qué implica subir al escenario del San Martín?
G.A.: De adolescente cuando todavía no estudiaba teatro fui a ver “Las troyanas” con María Rosa Gallo. Más tarde fui asistente de dirección de Hugo Urquijo, allí vi también a Catalina Speroni o Alfredo Alcón. Siento que cuando transito el espacio de la Casacuberta están ahí todos los fantasmas de gente extraordinaria. Ver a genios allí fue pura magia, un viaje enorme para mi vida.