Algunos matrimonios acaban bien y otros duran toda una vida, bromeaba Woody Allen. Cerca ya de las bodas de oro, el matrimonio de conveniencia entre el funcionariado docente y gobiernos nacionalistas –sea Pujol, tripartitos o Generalitat «republicana»– no pasa por sus mejores momentos. El consejero de la mala educación, Josep Gonzàlez-Cambray no sabe que en los aparatos propagandísticos no se recortan plantillas, ni se exige productividad salvo en la evacuación de consignas: ahí tienen TV3, la televisión más grande (en personal) de España: 2.356 nóminas –cinco veces la plantilla de Antena 3– y 83 millones de pérdidas: al parecer, los 245 millones de presupuesto público no son suficientes. A ver quién es el guapo que reduce una plantilla que lleva ahí desde ‘Filiprim’. Que se jubilen cuando toque y no tocarlos: una TV3 cabreada no serviría con entusiasmo a los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional (catalán). Cuando Mas presumía de ‘business friendly’ y fardaba ante Rajoy de ser el mayor recortador de España, su gobierno autodenominado «de los mejores» planteó aligerar TV3, pero alguien debió ponerse a cantar, aunque fuera en castellano, «sin ti no soy nada». Si se cabrean los sindicatos a ver quién hace el trabajo doctrinal. Con las cosas del creer no se juega. Mejor recortar en sanidad (así nos fue en la pandemia). Luego vino el ‘procés’ y TV3 lo llevó en volandas. Pues en la escuela igual. Ahí tenemos el sindicato amarillo Ustec, uno de los arietes del adoctrinamiento separatista en las escuelas. ¿A quién se le ocurre pedir que el profesorado comience una semana antes las clases el próximo septiembre? ¡A la fiel infantería no se le piden esas cosas! Pero a alguien tan torpe como el señor Gonzàlez, sí. Y lo hace en plena trifulca con el TSJC por la sentencia que impone un 25 por ciento de castellano en las aulas. «Ustec no sabe con quién está hablando», le vino a decir Iolanda Segura, portavoz de la cosa. Nueve paros contra el nuevo calendario escolar, no a los recortes y exigencia a la consejería –prietas las filas– de que incumpla la sentencia: aquí no se cambia una coma del modelo («de éxito», dicen) de inmersión lingüística. Constaten el éxito de la inmersión con Puigdemont, Rovira, Ponsati, Turull, Homs, Batet… Escuchen al niño Francesc Colomer (Vic, 1997) cuando en 2011 recogió su Goya por ‘Pa negre’. Lean exámenes de alumnos que escriben «robatorio» por atraco, «clergado» por clero, o «destrozas» por destrozos. ¿Modelo de éxito? ¡Menudo destrozo! El único éxito del nacionalismo fue la habilidad que tuvo para camelarse a la izquierda y la clase obrera en la ideologización de la lengua. El catalán despertaba simpatías en las España democrática. Serrat, Llach y Raimon triunfaban en Madrid. Aquí, la burguesía franquista se catalanizaba con Òmnium y Convergència. Se dice que el gran error del PSC fue que Joan Raventós no se incorporara al primer gobierno Pujol en 1980. Desde entonces, la izquierda catalana fue a remolque de una Convergència que se arrogó en exclusiva la representación de los catalanes. Si añadimos que los líderes de esa izquierda pertenecían a la burguesía, entenderemos por qué Rubert de Ventós, Rafael Ribó o Ernest Maragall se subieron –pasión pecuniaria– al carro separatista. «Foti el camp Sr. González» («Váyase señor Gonzàlez») le gritan los de Ustec no sabe con quién está hablando al consejero pendenciero. Lo comparan con el gran dictador de Chaplin y lo enmarcan en carteles del Far West: Wanted! Para ganar tiempo, porque las sentencias están para cumplirse, el consejero hace el pavero. Obliga a incumplir la sentencia del 25 por ciento al casi medio centenar de aulas que la han aplicado. Se impondrá la normativa de la Generalitat –acordada con Comunes, PSC y Junts– «para que en ninguna clase se apliquen porcentajes». En Cataluña «hemos de vivir, amar y relacionarnos en catalán» proclama el consejero huero. Para alcanzar tan mirífico estadio mental, tanto los estudiantes de ESO como sus profesores habrán de superar una prueba oral de competencias básicas. Pero –¡ay Cambray!– cuando ellos, ellas y elles quieran decir «te amo» o «te quiero» constatarán, no sin cierta melancolía, que en catalán «amar» es «estimar». Se puede decir «t’estimo», pero recuerda demasiado al plañidero de Verges. «Et vull» denota posesión y eso, con la que está cayendo, no mola. Salir de clase siempre es una gozada: sobre todo si te desprendes del corsé de la imposición y hablas lo que te apetece en la lengua que te apetece. En mi época apetecía el catalán, ahora apetecerá el castellano. Rebeldía de la libertad. ¡El derecho a decidir! Los sindicatos amarillos, plataformas del patio, manifiestos koiné, consejeros maniobreros y tontos-tontas-tontes útiles no podrán impedir que Cataluña, felizmente bilingüe, pronuncie el verbo amar. Que sigan así: consolidarán al catalán como antipática lengua del poder.
Fuente ABC