Por Malú Kikuchi -Especial Total News Agency-TNA-
La Argentina es un país difícil. Y los tiempos actuales son extremadamente difíciles en lo social y en lo económico. Todo está mal. Bastaría una chispa mínima para provocar un fenomenal incendio. Es en este preciso momento que Juan Grabois enciende una tea.
¿Quién es Juan Grabois? Nació hace 39 años (1983) en San Isidro, hijo de Roberto “Pajarito” Grabois dirigente estudiantil peronista y de Olga Gismondi, médica pediatra recibida en la Universidad Católica de Córdoba. Fue al colegio Godspell, bilingüe y caro.
Estudió Ciencias Sociales en la Universidad de Quilmes y se licenció en 2009. En 2010 se recibió de abogado en la UBA. Desde entonces y hasta el 2019 fue jefe de Trabajos Prácticos de Teoría del Estado. Entre 2014 y 2016 vivió en San Martín de los Andes, Neuquén.
¿Seguía trabajando en la UBA? NS/NC. En el sur trabajó a favor de la causa mapuche y de temas ambientales. Volvió a Buenos Aires, se estableció en Villa Adelina, San Isidro. Está casado y tiene 3 hijos. Trabajó como abogado especializado en temas laborales.
También en 2016 fue nombrado Asesor del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz. Este Consejo se especializa en DDHH. Dice ser amigo del Papa Francisco quien a su vez declara tener “una relación humana con Raúl Castro”. Sin nombrar los horrores del régimen cubano.
Juan Grabois escribió 3 libros para la editorial Planeta, “La clase peligrosa” y “La clase peligrosa relatos” ambos en 2018 y en el 2019 “Los 7 pecados argentinos”. Fue abogado de Milagro Sala. Fundó el Movimiento de Trabajadores Excluidos y defiende las tomas de tierras.
También fundó la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, CTEP (cartoneros). Acompañó a Cristina Fernández en su 1ª visita a Comodoro PY. Su partido político es el “Frente Patria Grande”. Afiliado al FdT en el 2018 apoyó la campaña de los Fernández.
Referente de sus movimientos sociales maneja los subsidios planeros de los afiliados. Es mucha plata. Exige más. La inflación se come cualquier sueldo en blanco y cualquier plan social. El 20 de julio con su gente, marchó al centro de la ciudad. Allí, desde un palco, vociferó.
Juan Grabois es normalmente un hombre calmo, tranquilo, que se expresa con claridad y cuidando sus palabras. El miércoles pasado estaba fuera de sí, desquiciado, gritaba tanto que se quedó disfónico. Y lo que dijo fue abiertamente una amenaza al gobierno.
Al Presidente. “Es obvio que esto no da para más. Y si no te gusta el salario universal, salí e inventá otra cosa. No nos salgas a decir que hay que calmar a los mercados, vení y calmanos a nosotros, porque hay algunos gauchos y gauchas (¿?) acá que estamos dispuestos a dejar nuestra sangre en la calle para que no haya más hambre en la Argentina”.
Esa noche, en declaraciones periodísticas dijo: “Prefiero decir estas cosas ahora y no lamentarme cuando empiecen los saqueos”. Dicen que es uno de los voceros de Cristina. Lo seguro es que sus dichos son una instigación a la violencia y al delito.
Dice el Código Penal: Art 209. “El que públicamente instigare a cometer un delito determinado contra una persona o institución, será reprimido por la sola instigación, con prisión de dos a seis años según la gravedad del daño […].” Claro que si habla mandado por Cristina…
Los dichos de Juan Grabois son lo suficientemente elocuentes como para no merecer comentarios. Sus amenazas son directas y transparentes. Hay algo que Grabois parece no entender. La economía no es una ciencia exacta, es una ciencia social con números.
La economía se basa en la confianza, en la credibilidad. Crédito viene de creer, como los credos religiosos. Fiduciario viene de fe. Hay que creer como en los dogmas de fe que un determinado pedazo de papel vale lo que está escrito en él y que en algún lugar algo respalda ese valor.
La fe es una gracia, se la tiene o no se la tiene. Los argentinos han perdido la fe en su moneda. El gobierno trabajó para que ocurriera. Grabois dijo alguna vez “que él trabajaba por plata, no para hacer la revolución”. No hay plata, la que hay no vale nada. ¿Es tan difícil de entender?