Regresemos en el tiempo al 24 de febrero de 2022, día en que el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, anunció que lanzaría una “operación militar especial” en el Dombás.
Jair Peña Gómez
Esta región de Ucrania con una población mayoritariamente rusoparlante. En esa ocasión el mandatario petersburgués hizo una advertencia a la comunidad internacional: “Quien trate de intervenir -aseguró Putin-, de ser una amenaza a nuestro país (Rusia), a nuestro pueblo, debe saber que nuestra respuesta será rápida y le dejará consecuencias que nunca enfrentará otra vez en su historia”.
Ahora, hagamos un ejercicio, tratemos de meternos en la película, bien sabemos que la realidad supera a la ficción. Imaginemos que estamos en Washington, más exactamente en la Casa Blanca, recorriendo de prisa sus largos y laberínticos pasillos. Podemos figurarnos las paredes pintadas con tonos pastel, las alfombras perfectamente cuidadas, un cuadro aquí y una escultura allá, las lujosas lámparas de techo que emiten una luz cálida y una docena de sombras de una docena de personas, entre ellos secretarios, consejeros, generales y escoltas, todos caminando hacia la Sala de Crisis, donde deberán explicarle al presidente Biden de la manera más clara, concisa, concreta y directa que Moscú atacará a Ucrania.
Una vez allí, sentados en una gran mesa frente a una enorme pantalla, varios de sus asesores le recuerdan la gravedad de la situación. El director de la Agencia Central de Inteligencia le enseña los informes elaborados por sus espías y hackers. Claramente los planes del Kremlin no son “desnazificar” Kiev, liberar el Dombás o velar por los derechos humanos de los ciudadanos de Donetsk y Lugansk, eso es retórica. Lo que está en juego es algo mucho más importante, el equilibrio de poder mundial.
Afirma John Mearsheimer en su libro The Great Delusion que: “Las grandes potencias de todas las tendencias se preocupan mucho por su supervivencia, y siempre existe el peligro de que, en un sistema bipolar o multipolar, sean atacadas por otra gran potencia”.
Rusia tal vez no sea fuerte a nivel económico, pero no se puede despreciar su tamaño, es el país más extenso del orbe, casi dobla en superficie a Estados Unidos, y sin duda es una gran potencia militar, posee el mayor arsenal nuclear del mundo. De manera que es irreal pensar que mientras Washington profundiza su presencia en Europa de la mano de la OTAN, representando un riesgo para Moscú, el Kremlin se quede inánime. Es evidente que Putin debía actuar de tal manera que sentara un precedente y disuadiera a las demás potencias de no acercarse más a su área de influencia, eso sí, sin entablar una confrontación bélica directa con ellas.
En respuesta la administración Biden ha adoptado una posición férrea, ha dispuesto de todo su peso diplomático para exhortar a otros estados a sancionar económicamente a Rusia y ha enviado toneladas de arsenal militar.
Y es que, de acuerdo con Michael Clarke, analista de National Interest, reputada revista de asuntos internacionales, la provisión militar de Washington a Ucrania ya alcanza los $26.000 millones de dólares, lo que podría redundar en una insolvencia estratégica de los Estados Unidos, ya que a medida que avance la guerra el gobierno norteamericano tendría que involucrarse mucho más a nivel económico, militar y diplomático “para garantizar que Kiev no sea derrotada”.
Si el escenario ya es lo suficientemente complejo y delicado en Europa Oriental, con dos grandes potencias que rivalizan por el control de lo que John Mackinder llamó el Heartland (La Isla Mundo), ni qué decir cuando una tercera potencia como China entra en la ecuación.
Si bien el presidente chino Xi Jinping se ha mostrado muy prudente con la guerra en Ucrania y ha declarado que ese conflicto “no beneficia a nadie”, sabe que tener la atención de su adversario (Estados Unidos) en un patio ajeno al suyo le favorece, además es consciente de que si condena la invasión de Putin a Ucrania entraría en una contradicción estratégica, pues así como la República Popular China considera a Taiwán una provincia rebelde, la Federación Rusa ve a Ucrania como inherente a su nación.
Algunos expertos en relaciones internacionales y geopolítica hilan más fino y aseguran que se acerca en momento en que China —finalmente— podrá invadir Taiwán, y Washington poco o nada podrá hacer para impedirlo: Omne regnum divisum contra se, desolabitur. (Todo reino dividido contra sí mismo será desolado).
El secretario de Estado de Estados Unidos, Anthony Blinken, se ha adelantado a esa posibilidad: “China debe hacer cálculos, no se los vamos a hacer nosotros. (…) Una de las cosas que creo que deben tener en cuenta a la hora de analizar la situación es la respuesta que hemos visto a nivel global en relación con la invasión de Ucrania, cuántos países se han unido para rechazar la agresión, tanto asegurándose de que Ucrania tiene el apoyo necesario, como buscando que Rusia pague un precio por ello».
Blinken ha aprovechado cada ocasión que le ofrecen los medios para ratificar el compromiso de Washington con la defensa de Taiwán ante cualquier agresión. Sin embargo, surgen varias preguntas que hoy no tienen respuesta: ¿Estados Unidos tiene la solvencia estratégica para intervenir en dos conflictos con dos potencias? ¿Estados Unidos estaría dispuesto a involucrarse en un conflicto que podría desembocar en una nueva guerra mundial? ¿Estados Unidos arriesgaría su estabilidad económica cerrando las puertas a un mercado de 1.400 millones de habitantes?
Lo único cierto es que la Casa Blanca debe reevaluar sus prioridades y reconocer sus límites, es una perogrullada, pero el mundo ha cambiado, no trascurren los tiempos de la Guerra Fría en que Estados Unidos superaba con creces el PIB de la Unión Soviética y definía la agenda de los países de su bloque. Tampoco corren los 90’s, cuando el gigante norteamericano se estableció como única superpotencia. No, el mundo de hoy es multipolar, por ende, hay que tener muy claros los desafíos y priorizarlos.
Beijing sin duda es la mayor amenaza para Washington, ha logrado ubicarse como la segunda economía del planeta, adelanta una ambiciosa iniciativa denominada la Nueva Franja y Ruta de la Seda que busca conectar a China con al menos 70 países por vía terrestre y marítima, aventaja a todos los estados en materia de exportación y ha dirigido gran parte de su capital a inversiones de la más diversa índole a nivel internacional, convirtiéndose en el principal aliado comercial de docenas de naciones. Por supuesto que China está interesada en cambiar el orden internacional y lo va logrando, Taiwán es la cereza del pastel.
Entretanto, en palabras de Niall Ferguson: “la Segunda Guerra Fría está recién empezando”. Estados Unidos se encuentra entre el Oso y el Dragón. Deberá decidir si desiste de su empeño de domar al oso y aprende a convivir con él, o si perece calcinado en las fauces del dragón.
Fuente Aurora