
“Si mi hermano lo supiera, me pegaría”, asegura.
Cientos de miles de niñas, adolescentes y jóvenes mujeres afganas como ella se han visto privadas de escolaridad desde el regreso al poder de los talibanes hace un año.
Los fundamentalistas islamistas impusieron severas restricciones a las mujeres de cualquier edad para someterlas a su concepción integrista del islam. Se han visto excluidas de la mayoría de empleos públicos y no pueden realizar largos trayectos sin la compañía de un familiar hombre. También deben cubrirse enteramente en público, incluido el rostro, idealmente con el burka, un velo integral con una rejilla a nivel de los ojos, usada ampliamente en las regiones más aisladas y conservadoras del país. Incluso antes del regreso de los talibanes al poder, la inmensa mayoría de las afganas ya usaban velo, aunque fuera con un pañuelo suelto.
Para los talibanes, como norma general, las mujeres no deben dejar su domicilio salvo absoluta necesidad.
A pesar de los riesgos y por la sed de aprender de las niñas, los colegios clandestinos han proliferado por el país, a menudo en las habitaciones de los hogares.
Nafeesa tiene 20 años pero todavía estudia las asignaturas del colegio de secundaria dado los retrasos de un sistema educativo golpeado por décadas de guerras en el país.
Solo su madre y su hermana mayor saben que sigue sus clases. Pero no su hermano que durante años luchó con los talibanes en las montañas contra el antiguo gobierno y las fuerzas extranjeras y no volvió a casa hasta la victoria de los islamistas el pasado agosto.
Por la mañana le permite acudir a una madrasa para estudiar el Corán, pero por la tarde, sin que él lo sepa, se cuela en una clase clandestina organizada por la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán (RAWA, por sus siglas en inglés).
“Hemos aceptado este riesgo, sino nos quedaríamos sin educación”, explica Nafeesa.
Para llegar al curso, suelen salir de casa horas antes y tomar itinerarios distintos para no llamar la atención en una región dominada por los pastunes, un pueblo de tradición patriarcal y conservadora que es mayoritario dentro del movimiento talibán.
Si un combatiente talibán les pregunta donde van, ellas responden que están inscritas a un taller de costura y esconden sus libros escolares en bolsas de la compra o bajo su vestimenta.
Según los eruditos religiosos, nada en el islam justifica prohibir la educación secundaria a las mujeres. Un año después de su llegada al poder, los talibanes insisten que permitirán la reanudación de las clases, pero sin ofrecer un calendario.
La cuestión divide al movimiento. Una facción radical que aconseja al jefe supremo Hibatullah Akhundzada, se opone a la escolarización femenina o pretende que se limite a estudios religiosos y clases prácticas de cocina o costura.
Desde el inicio, los talibanes justifican la interrupción de la educación secundaria a una simple cuestión “técnica” y aseguran que las chicas volverán a clase una vez se establezca un programa educativo en base a las reglas islámicas.
En cambio, las niñas pueden seguir la escuela primaria y las estudiantes pueden acudir a la universidad, aunque en clases segregadas por sexo.
Pero sin diploma de estudios secundarios, las adolescentes no podrán pasar a la universidad. Las actuales promociones de mujeres en educación superior pueden ser las últimas del país en un futuro cercano.
Zahra, que frecuenta la escuela clandestina en un pueblo rural del este de Afganistán, se casó a los 14 años y vive actualmente con sus suegros que se oponen a la idea de que siga sus clases.
Debe tomar somníferos para luchar contra la ansiedad y teme que la familia de su marido la fuerce a quedarse en casa. “Les digo que voy al bazar local y vengo aquí”, explica Zahra en la escuela, el único medio que tiene para hacer amigas.
Fuente Ambito