
“Hace unos tres meses”, dice a este diario Fritzsche “un grupo de investigadores me propuso hacer un libro sobre el Coro, y durante los trabajos me decían ‘ustedes fueron los primeros que hicieron esto, lo otro’, por ejemplo ‘fueron los primeros que dieron conciertos solidarios para obtener alimentos, lo que hace 35 años no era usual. Y esta mirada retrospectiva me está movilizando bastante. Una de las fotos más relevantes de nuestro Coro, que recorrió el mundo, fue la de la primera marcha de Blumberg, donde nosotros llevamos esas velitas que luego se volvieron una práctica común”.
Fritzsche señala que el Coro “desde hace mucho es autárquico, se inició como parte de la Universidad Kennedy, donde yo fui alumno y profesor, y fue trascendiendo tanto que hoy es una marca. Nunca aceptamos sponsors, ni oficiales ni privados, porque preferimos mantener la independencia, más allá de que apoyemos todo lo vinculado con la justicia, con la solidaridad y la paz. Tenemos una cooperadora, con la que seguimos adelante”.
Con respecto a los desafíos de esta era digital, el músico comenta; “Vivimos momentos difíciles con la pandemia, cuando algunos hasta empezaron a decir que cantar era como asesinar gente. En ese momento éramos unas 400 personas, empezamos con el Zoom, pero descubrimos que no existe ningún dispositivo que permita cantar a dos personas al mismo tiempo. SI cantaba uno solo, funcionaba, pero ya al cantar dos se hacía una pelota impresionante. El Zoom está preparado para monólogos: uno habla y los demás escuchan. Nosotros estamos en contacto con la Universidad de Quilmes, donde están desarrollando un software que permitirá cantar de forma remota y simultánea a tres o cuatro personas, pero todavía está en desarrollo. Fue así que durante ese tiempo de pandemia el Coro quedó reducido a 50 personas de las 400 que tenía. Ahora, en esta etapa, muchos volvieron a integrarse y somos unos 150. Lo presencial es irreemplazable”. Y agrega: “Pero lo bueno fue que terminé armando un coro virtual, con voces de todo el mundo, de Canadá, de Israel, de España. Trabajamos con videoclips, cada uno graba su parte, la manda, y luego la editamos. Y cuando todo está listo lo subimos a las redes”.
Cambios
Este no fue el único cambio en este nuevo siglo. “Antes había que ir a un estudio de grabación”, dice Fritzsche, “pero ahora, con los teléfonos avanzados que tiene la mayoría de la gente, nos mandan sus partes. La fidelidad que nos da hoy la tecnología era impensable antes. Eso no lo inventamos nosotros. Grandes artistas que disponían de tecnología pionera, y poco tiempo, solían hacerlo, como Luciano Pavarotti. Él grabó dúos, o participaciones en formaciones más amplias, con artistas con los que nunca se cruzó. Ni hablemos ya de las grabaciones donde intervienen personas fallecidas, padre e hija por ejemplo”.
Fritzsche alude a la famosa grabación de Nat King Cole con su hija Nathalie en los 90, pero eso no es lo único a lo que habilita la tecnología. “Desgraciadamente, en las películas de gran presupuesto ya no se usan más coros en vivo”, dice “todo es sonido producido por las máquinas, y los mayores coros del mundo hoy son artificiales. También se utiliza cada vez más lo que se llama ‘tunear’ una voz: las máquinas se encargan de acomodar al registro perfecto la voz de un artista que está grabando, por eso algunos se sorprenden cuando luego lo escuchan en vivo de verdad.”
“Para el año próximo”, concluye, “hacia abril o mayo, iremos a la calle Corrientes a mostrar el material nuevo que estamos preparando con absoluta pasión y vocación. Porque una de las cosas que no toda la gente sabe es que, entre nuestros integrantes, hay quienes no saben música, no saben leer una partitura, pero tienen buena voz y afinación, y entonces bienvenidos. Nosotros, además, vamos siempre adonde nos necesiten: si alguna institución de bien público, escuelas, lo que sea, necesita un show para juntar medicamentos, útiles o comida, que nos avisen y allí estaremos.”