LA HABANA, Cuba. — Este año se cumplieron 90 años del nacimiento del escritor cubano Lisandro Otero, quien nació en La Habana el 4 de junio de 1932.
Su pluma fue brillante, tanto en el periodismo como en la literatura. Fue corresponsal en la guerra de independencia de Argelia y en China durante la Revolución Cultural. Colaboraciones suyas aparecieron en importantes periódicos y revistas como The Washington Post, El País, ABC, Excélsior y Le Monde Diplomatique. Sin embargo, Lisandro Otero destacó más como escritor por sus novelas: Pasión de Urbino (1966), la trilogía integrada por La situación (1963), En ciudad semejante (1970) y El árbol de la vida (1990), así como Temporada de Ángeles (1983) y Bolero (1984).
Son ciertos los méritos que le adjudica a Otero el periodista Emmanuel Tornés en el periódico Granma, en el artículo Las pasiones de Lisandro Otero, publicado el pasado 23 de agosto: “A principios de los 60 se cuenta entre los primeros autores en introducir técnicas muy novedosas en el desarrollo de la narrativa, a la manera de la perspectiva múltiple, la fragmentación de la historia, la diversidad de registros discursivos, la formulación de personajes con atributos existenciales, elementos de lo periodístico, como la creación de pasajes apoyados en procedimientos del reportaje o la crónica; anuncios comerciales, la introspección –sin arabescos barrocos- y la apelación continua al ejercicio intelectivo de los lectores”.
Lo que no dijo el periodista del Granma, pero seguro tuvo en mente, fue que, por todo lo que explicó en su comentario, Lisandro Otero pudo ser el más importante autor cubano de su generación, pero hubo uno que lo superó ampliamente: Guillermo Cabrera Infante.
Otero nunca se resignó a ello. Por ese motivo, y a pesar de que en su juventud habían sido grandes amigos, luego de que en vez de Pasión de Urbino premiaran Tres tristes tigres, la emprendió contra Cabrera Infante, criticando su obra y denigrando su personalidad.
Pedante y excesivamente severo en sus juicios, Lisandro Otero solía ensañarse contra las figuras que lo disgustaban. A Salvador Dalí lo acusó de “indignidad mercenaria”. De Naipaul dijo que era “un apóstata aborrecible” y, cuando le concedieron el Premio Nóbel, lo consideró “un proyectil de artillería contra los humillados del coloniaje”. A Elvis Presley lo calificó como “el apogeo de la más grotesca chabacanería”, “rey de la payasada para rústicos” y “esperpento degradado”. Pero contra quien más saña mostró constantemente fue contra Cabrera Infante.
Lo que pudo ser una rivalidad normal entre escritores, para Otero se convirtió en una pasión enfermiza. Se le desbordaban la envidia y el rencor cuando opinaba sobre Cabrera Infante. Lo acusaba de imitar a Faulkner y definía su obra en conjunto como “fuegos de artificio”, “una acumulación verbosa y deshumanizada”, “trozos de historietas, narraciones truncas, prosa inconclusa sazonada con ejercicios de pastiche, parodias acrobáticas, laberintos gratuitos, pésima y oscura sintaxis, supercherías gratuitas, alguna que otra agudeza, comadreos de aldea, bromas demasiado escuchadas”.
Es indiscutible el talento de Lisandro Otero, que mereció en 2002 el Premio Nacional de Literatura, pero su calidad como ser humano dejaba mucho que desear. Lo atestiguan quienes tuvieron que soportarlo en su faceta de comisario cultural de la UNEAC, cuando dirigía las revistas Cuba y Revolución y Cultura, y particularmente cuando fungió como jefe de información, prensa y cultura del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX).
También debe haber hecho de las suyas cuando se desempeñó como diplomático —lo que en el caso de la diplomacia castrista implica ser agente del G2— en el rol de agregado cultural de la embajada cubana en Londres y en Chile durante el gobierno de Salvador Allende.
Los conflictos y contradicciones internas del intelectual pequeño burgués inmerso en la revolución de Fidel Castro afloraron obsesivamente en la mayor parte de la obra de Lisandro Otero, quien falleció en La Habana el 3 de enero de 2008.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org