Impulsada sobre todo por los precios de la energía, la inflación, que no se había frenado desde abril, se sitúa desde junio por encima del 10%, un nivel que no se veía desde mediados de los años ochenta en España, un fenómeno, no obstante, compartido en el resto de Europa.
Según el INE, la desaceleración “es debida, principalmente, a la bajada de los precios de carburantes”. “En sentido contrario, destaca el aumento de los precios, entre otros, de la electricidad, alimentación, restauración y paquetes turísticos”, añadió el ente estadístico.
La tasa de variación anual estimada de la inflación subyacente, que no tiene en cuenta alimentos no elaborados ni productos energéticos, aumenta, sin embargo, tres décimas, hasta el 6,4%. De confirmarse esta primera estimación, sería la más alta desde enero de 1993.
España, como todos los países europeos, afronta desde hace varios meses un repunte de la inflación relacionado con las tensiones provocadas por la reactivación de la actividad económica tras la pandemia de Covid-19 y la guerra de Ucrania.
“Ya estemos en una senda de descenso”, auguró la ministra de Economía, Nadia Calviño, en declaraciones a la televisión pública TVE. Aún así, llamó a “la prudencia” porque “la incertidumbre es muy elevada por consecuencia de la guerra” en Ucrania.
Esta inflación, inicialmente concentrada en la electricidad y los carburantes, se fue extendiendo a todos los sectores de actividad, sobre todo a la alimentación, con graves consecuencias para el poder adquisitivo de los hogares.
Según el gobierno español, se espera que la inflación descienda ligeramente en el segundo semestre del año, aunque seguirá siendo elevada, con un nivel medio del 7,8% previsto para 2022.
En los últimos meses, el ejecutivo ha incrementado el número de planes de ayuda para intentar compensar los efectos de la inflación en los hogares y las empresas, sobre todo con subvenciones a los carburantes y al transporte y recortes de impuestos a la electricidad.
Fuente Ambito