Las instituciones gubernamentales tienen dificultades para hacer cumplir la ley entre los partidos políticos y las milicias, y la corrupción institucional ha llevado al país a la depresión económica.
Por el Dr. Yaron Schneider
Han pasado diez meses desde las últimas elecciones parlamentarias en Irak, y durante este período las instituciones del gobierno iraquí se han visto enredadas en la crisis política más complicada desde el derrocamiento del régimen de Saddam Hussein y el establecimiento de la constitución democrática.
Los intentos de formar un nuevo gobierno llegaron a un callejón sin salida debido a la confrontación cada vez más intensa dentro de la «Casa Chií», entre Muqtada Sadr -quien se convirtió en el líder de la facción más grande en las elecciones y rechaza la injerencia extranjera en los asuntos internos de Irak, especialmente por parte de Irán, y el «Marco de Coordinación», que incluye representantes proiraníes y otros políticos chiís, cuyo hilo conductor es su conexión con el régimen iraní.
Sadr anunció que solo accederá a la formación de un gobierno basado en el apoyo de la mayoría en el parlamento y luchará contra la corrupción.
Rechazó de plano la propuesta de sus opositores de establecer, como era costumbre en años anteriores, un «gobierno de consenso» basado en la distribución de ministros y cargos entre los partidos políticos para lograr un consenso entre ellos, método que ha fomentado una elite gobernante corrupta.
Pronto quedó claro que la composición del parlamento actual obliga a Sadr y sus oponentes a llegar a algún tipo de compromiso con el fin de formar gobierno; pero, por otro lado, ninguno de los partidos está dispuesto a ceder en sus principios.
Los intentos de los representantes del régimen iraní, incluido el comandante de la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria, Esmail Qaani, de resolver la crisis a través del diálogo, fracasaron.
En medio de la crisis, Sadr decidió «romper las reglas» y recurrir a la protesta popular para presionar a sus oponentes.
Primero anunció la retirada de su facción del parlamento, y luego también su retirada de la vida política.
Paralelamente, las medidas de protesta de sus seguidores se agudizaron, culminando en la dinámica más violenta del enfrentamiento: incidentes violentos e incluso tiroteos en el recinto de las instituciones gubernamentales en Bagdad (la Zona Verde), entre manifestantes y milicianos encabezados por Sadr y las fuerzas armadas que los confrontaron y que, según se informa, incluían unidades del ejército iraquí y activistas de las milicias proiraníes.
Al final de un día lleno de sangre, que también marcó a otros distritos, hubo decenas de muertos, y los vientos se calmaron solo después de que Sadr llamó a sus seguidores a retirarse.
El prolongado fracaso de las conversaciones para formar el gobierno y el estallido de un conflicto violento entre los miembros de la comunidad chií en Irak -quienes, como grupo mayoritario, se suponía ostensiblemente que se beneficiarían más del sistema democrático- dan testimonio de la debilidad y los problemas internos del estado iraquí de hoy, en la realidad política y de seguridad creada tras el derrocamiento del régimen de Saddam.
Las instituciones gubernamentales tienen dificultades para hacer cumplir la ley entre los partidos políticos y las milicias, y la corrupción institucional ha llevado al país a la depresión económica.
El anhelo popular de reforma, que derivó en una ola de protesta socioeconómica hace unos tres años, es la herramienta con la que el líder chií Sadr busca fortalecer su base de apoyo y su posición, frente a sus rivales internos.
El resultado es una profundización de la brecha interna entre los chiís en Irak.
Fuente: INSS The Institute for National Security Studies
Fuente Aurora