LA HABANA, Cuba.- Contaba mi esposo que allá por los años 40, cuando él era pequeño, un policía imponía respeto con su autoridad. A menudo él recordaba cómo con solo hacer sonar el bastón en la acera el vigilante lograba que esos jóvenes que aún conversaban en la calle a altas horas de la noche se retiraran derechito a sus casas sin chistar.
Hoy, tristemente, ya pocos sienten respeto por los agentes del orden. Esto se debe a múltiples razones. Por una parte, una secuela del totalitarismo es que generación tras generación los padres enseñan a sus hijos a desconocer las leyes que regulan la convivencia. Pero quizás el argumento más importante es que los policías con su comportamiento incompetente y corrupto han perdido el favor y la admiración de los ciudadanos, que desde hace muchos años ya no los ven como protectores sino como enemigos.
En efecto, la misión de los uniformados en un sistema totalitario como el cubano no es la de proteger a las personas ni hacer cumplir las leyes, sino que su principal cometido es reprimir cualquier chispa o tentativa de libertad.
En el barrio donde vivo se puede ver una patrulla estacionada frente a una casa donde se escucha música a altos decibeles, y además con niños jugando casi encima, sin que los agentes hagan algo al respecto. También algunos han visto cómo, en un callejón apartado, los uniformados sacan la gasolina del tanque del auto patrulla para venderla de contrabando. Y no pocos aseguran que han presenciado cómo algunos patrulleros aceptan dinero de un promotor de ruido para dejarlo seguir escandalizando con impunidad.
Sin embargo, ¡qué diferente sería la vida de los cubanos si los agentes del orden cumplieran con su trabajo! Pues indisciplinas sociales como promotores de ruido molestando a los vecinos o niños alborotando en la vía pública deberían ser combatidas de oficio, sin esperar a que los afectados las denuncien. ¿Acaso los uniformados esperan una denuncia para perseguir a comerciantes callejeros que solo intentan buscarse la vida honradamente, aunque no tengan licencia?
De ello pueden dar sobrada fe los vendedores ambulantes que vienen de otras provincias, quienes a menudo, para evitar ser atrapados por los vigilantes, no tienen otra salida que dejar atrás la mercancía que con gran sacrificio y no poca inversión han podido conseguir. De ese modo rapiñan los miembros de la Policía Nacional Revolucionaria queso, leche, yogurt, jugo de limón, masa de cangrejo, miel de abejas, y otros alimentos nada despreciables que de lo contrario tendrían que pagar.
Por el contrario, en el ámbito de la violencia intrafamiliar, por desgracia tan presente en la sociedad cubana actual, ahí sí los policías se desentienden del asunto, se lavan las manos con el pretexto de que se trata de “problemas familiares”. Así dejan desamparadas a miles de mujeres, madres, hermanas, abuelas que sufren violencia de sus hermanos, hijos, padres, esposos, etc.
Mientras los medios oficialistas no se cansan de hacer propaganda de las Casas de Atención a la Mujer y la Familia como sitios seguros para las víctimas de este flagelo, en la práctica son mayoría los casos que no recorren el debido proceso en las instituciones pertinentes no solo por falta de la correcta orientación, o porque las afectadas no se atreven a denunciar a sus agresores, sino también en múltiples ocasiones porque la propia PNR desestima las denuncias, les resta importancia a los delitos y desalienta a las víctimas.
Pero no solo las víctimas de violencia doméstica enfrentan la desmoralización de los agentes del orden a la hora de denunciar un delito, pues estos parecen ignorar las leyes cubanas, o, si las conocen, no están interesados en hacerlas cumplir. Abusos lascivos, invasión de domicilio, robos o ejercicio arbitrario de derechos, por solo mencionar unos pocos, frecuentemente quedan impunes ante la impotencia e incredulidad de los afectados, que generalmente no encuentran apoyo ni empatía en los agentes ni siquiera después de mostrarles la ley escrita.
Y como mismo desconocen las leyes de nuestro país, así demuestran desconocer las leyes y normas internacionales en lo relativo a derechos humanos y libertades fundamentales. Para el brazo armado del régimen la Declaración Universal de los Derechos Humanos no es más que un panfleto demoníaco esgrimido por el “imperialismo yanqui” para socavar el orden establecido en la isla por la familia en el poder. Otro gallo cantaría si comprendieran, por ejemplo, que manifestarse es un derecho inalienable de cada ciudadano, que la función de un policía durante una manifestación es la de mantener el orden, y que mantener el orden no significa en ningún caso reprimir al pueblo, ni apalear a los manifestantes, y mucho menos dispararles.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org