El conflicto no parece tener fin, el diálogo entre las partes no es un escenario que se vislumbre en el corto plazo y la guerra se recrudece.
Ricardo Angoso
Mientras Putin sigue bombardeando y atacando objetivos civiles sin piedad y sin que el mundo haga nada de nada por ayudar a los desafortunados ucranios.
La incertidumbre reina en las cancillerías europeas, mientras el miedo recorre las calles de Kiev. La guerra, más bien los ataques indiscriminados de la aviación rusa sobre las ciudades indefensas ucranias, se intensifica y el final no se vislumbra cerca, sino que el pesimismo se abre paso en un escenario cada vez más confuso, incierto y oscuro. A estas alturas, las armas han sustituido a las palabras, la guerra, al diálogo.
Estamos, además, en un punto muerto en que Ucrania avanza en los frentes pero queda meridianamente claro que nunca podrá ganar totalmente la guerra, mientras que Rusia se hunde en un mar de desprestigio internacional, pánico en el interior por el mandato a la movilización general de miles de hombres llamados a filas para servir en la carnicería ucrania y una mayor debilidad en el campo de batalla, cuyas principales muestras han sido los avances ucranios en varias partes ocupadas y los ataques contra varias instalaciones militares y civiles en Crimea, incluyendo el puente de Kerch que une este territorio anexionado con Rusia.
Lo que cada vez va quedando más meridianamente claro es que el objetivo ucranio de ganar la guerra es inalcanzable a todas luces, pero que los actuales avances en el campo de batalla, arrebatando territorios conquistados a los rusos, mejorará la posición de Ucrania de cara unas hipotéticas negociaciones con Moscú, en las que seguramente tendrá que sacrificar algunos de los territorios ahora ocupados y anexionados por su enemigo.
Pero no nos llamemos a engaños porque “la mayoría de los llamamientos a Rusia y Ucrania para que negocien y lleguen a una paz son seguramente bienintencionados, pero en las condiciones actuales resultan irrealizables y la paz parece cada vez más lejana”, tal como señalaba la analista Pilar Bonet en un artículo reciente. Mientras tantos los combates siguen en casi todos los frentes, los bombardeos se hacen más intensos y el presidente ruso, Vladimir Putin, anuncia la anexión de las regiones conquistadas en el Donbás, consulta-farsa por medio, dinamitando cualquier posibilidad inminente de diálogo con los ucranios. Además, unos 700.000 rusos ya han huido del país huyendo de la “movilización general” ordenada por Putin y se unen al otro medio millón que ya se habían ido desde que comenzó la guerra; una auténtica sangría en términos demográficos, se mire como se mire.
ESCENARIO REGIONAL INESTABLE Y ALTOS RIESGOS
En lo que respecta a la escena regional, preocupa la disposición de Bielorrusia y su dictador, Aleksandr Grigórievich Lukashenko, de implicarse aún más en la guerra y ya se anunciado el despliegue de tropas bielorrusas a la frontera entre este país a lo largo de los 800 kilómetros que comparte con Ucrania, algo que preocupa especialmente a sus vecinos. Polonia y Lituania ya han mostrado su preocupación, porque las amenazas de Lukashenko, que ha elevado el tono en estos días contra ambos países acusándoles de estar preparando ataques terroristas contra su país, no suelen caer saco roto y ya intentó desestabilizar a estos dos Estados provocando una crisis migratoria desde Bielorrusia hace apenas un año.
Aparte de estos temores absolutamente fundados, conviene recordar que el analista, historiador y escritor ruso Yuri Felshtinsky considera que existe el riesgo de que Putin intente convertir a Bielorrusia en la lanzadera de un eventual ataque nuclear contra Occidente, teniendo, obviamente, en el punto de mira a Polonia y a los países bálticos. Entonces, si ese escenario apocalíptico se diera, la OTAN tendría que intervenir pero las represalias tendrían que dirigirse contra objetivos militares bielorrusos y no específicamente contra Rusia.
Pero, por otra parte, a estas tensiones se le vienen a unir que los verdaderos objetivos militares de Rusia en esta guerra, más concretamente de Putin, siguen pasando por conquistar toda la costa ucrania sobre el mar Negro, incluyendo a la estratégica ciudad de Odesa, y bloquear el acceso de Ucrania al mismo, cerrando así la salida de sus barcos a los mercados internacionales una vez conquistados todos sus puertos. De cumplirse este objetivo, cada vez más lejano dados los problemas que encuentra el ejército ruso para avanzar y consolidar las posiciones conquistadas, el siguiente paso sería la integración de la región de Transnistria, “independizada” de Moldavia a merced de la ayuda de Moscú en 1990, en una sola unidad política desde el Donbás hasta Tiraspol pasando por toda la costa ucrania sobre el mar Negro. Se trata de reconstruir esa vieja utopía, recreada sobre las viejas concepciones zaristas, de Novoróssiya, una entidad nacional, cultural y étnica puramente rusa que guarda muchas reminiscencias con la que fuera fundada en el siglo XVIII para agrupar a todos los territorios arrebatados al Imperio Otomano por los rusos al norte del mar Negro.
PUTIN, ENTRE EL DELIRIO NACIONALISTA Y LA VESANIA
Putin es un creyente confeso en un filósofo nacionalista, Alexander Dugin, que le ha imbuido al máximo líder con la doctrina de la hegemonía rusa en Eurasia, que fue la que guio al Kremlin a llevar su incursión militar ucraniana, y con la supuesta superioridad moral de Rusia en el mundo frente al “decadente” y “degenerado” Occidente. Absorto en estos delirios casi quijotescos y rayanos en la frontera de la vesania, el máximo líder ruso, sin escuchar ya a nadie, se ha dejado llevar por la insensatez y la irracionalidad, colocando al mundo ante una catástrofe que todavía puede tener incalculables consecuencias para todos y depararnos un conflicto no ya en clave regional, sino global.
Así las cosas, y vistos los antecedentes expuestos, resulta realmente difícil vaticinar cómo puede terminar esta guerra de agresión de Rusia a Ucrania. Generalmente, hasta ahora, todas las guerras concluían con una negociación política o la rendición de la otra parte, algo que tampoco se atisba en estos momentos. Luego, en Ucrania no está solamente en juego la integridad territorial y la soberanía del país, sino que convergen en este conflicto poderosos intereses geoestratégicos. Para Occidente, es vital dejar postrada, arruinada e incapaz de volver a atacar a sus vecinos a Rusia, lo que convierte a Ucrania en el mejor instrumento de los Estados Unidos y también de la Europa civilizada para conseguir ese objetivo. Enviar armas a Ucrania, formar a las Fuerzas Armadas ucranias y señalar para ser atacados vía inteligencia militar objetivos rusos, junto con las sanciones, constituyen parte de una estrategia destinada a debilitar el poder militar de Rusia. Lo que está por ver es por cuánto tiempo funcionará esta política, que tampoco está dando los resultados esperados, y si los ucranianos resistirán lo suficiente para ver a Rusia sino derrotada al menos tullida por algún tiempo.
Fuente Aurora