MIAMI, Estados Unidos. – El 22 de octubre de 1978 el cardenal polaco Karol Wojtyła inició su pontificado en la Ciudad del Vaticano, tras ser elegido como papa una semana antes. Juan Pablo II es uno de los pontífices más conocidos en Cuba, por su viaje a la Isla en 1998.
Juan Pablo II estuvo en la mayor de las Antillas entre el 21 y el 25 de enero de 1998. Además de La Habana, visitó las ciudades de Santa Clara, Camagüey y Santiago de Cuba.
En sus intervenciones públicas, el papa abordó temas como los derechos humanos, la familia, la niñez, el aborto y la pobreza. Sus palabras fueron escuchadas por decenas de miles de cubanos.
En el avión MD-11 de Alitalia, que lo condujo a Cuba, Juan Pablo II tuvo un encuentro con los periodistas que lo acompañaron. Sobre los derechos humanos dijo: “Está claro: los derechos humanos son derechos fundamentales y constituyen la base de todas las civilizaciones de una sociedad civil regular. He mantenido esta convicción y este compromiso a favor de los derechos humanos tanto en Polonia como en los demás países, frente a la Unión Soviética, al sistema soviético y a los sistemas comunistas y totalitarios”.
Cuando al papa le preguntaron si era posible conciliar la revolución de Cristo con la de Fidel Castro, respondió: “Hay que comenzar por la palabra ‘revolución’, porque se ve que es una palabra muy analógica; puede ser revolución de Cristo, pero puede ser revolución de Castro, y no solamente, también una revolución como la de Lenin. Así, pues, son dos civilizaciones: la revolución de Cristo quiere decir revolución del amor; en cambio, la otra es la revolución del odio, de la venganza, de las víctimas”.
Mientras, a su llegada a La Habana, el 21 de enero de 1998, dijo: “Acompaño con la oración mis mejores votos para que esta tierra pueda ofrecer a todos una atmósfera de libertad, de confianza recíproca, de justicia social y de paz duradera”.
Al día siguiente, en Santa Clara, refiriéndose a la crisis de valores existente en la sociedad cubana declaró: “Es necesario recuperar los valores religiosos en el ámbito familiar y social, fomentando la práctica de las virtudes que conformaron los orígenes de la nación cubana, en el proceso de construir un futuro ‘con todos y para el bien de todos’, como pedía José Martí”.
Luego, afirmó: “Los padres, sin esperar que otros les reemplacen en lo que es su responsabilidad deben poder escoger para sus hijos el estilo pedagógico, los contenidos éticos y cívicos y la inspiración religiosa en la que desean formarlos integralmente”.
El 23 de enero, en Camagüey, dirigiéndose a los jóvenes, el papa afirmó: “La Iglesia tiene el deber de dar una formación moral, cívica y religiosa, que ayude a los jóvenes cubanos a crecer en los valores humanos y cristianos, sin miedo y con la perseverancia de una obra educativa que necesita el tiempo, los medios y las instituciones que son propios de esa siembra de virtud y espiritualidad para el bien de la Iglesia y de la Nación”.
No obstante, posiblemente el momento más álgido desde el punto de vista político y sentimental de esa visita ocurrió el 24 de enero en Santiago de Cuba, cuando el entonces arzobispo monseñor Pedro Meurice, dijo ante la multitud reunida en la Plaza Antonio Maceo:
“Santidad, este es un pueblo noble y es también un pueblo que sufre. Este es un pueblo que tiene la riqueza de la alegría y la pobreza material que lo entristece y agobia casi hasta no dejarlo ver más allá de la inmediata subsistencia. Este es un pueblo que tiene vocación de universalidad y es hacedor de puentes de vecindad, pero cada vez está más bloqueado por intereses foráneos y padece una cultura del egoísmo, debido a la dura crisis económica y moral que sufrimos”. (…) “Le presento además, a un número creciente de cubanos que han confundido la patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas y la cultura con una ideología”.
Ante los disgustados dirigentes castristas sentados en la primera fila, monseñor Meurice también afirmó: “Somos un único pueblo, que, navegando a trancos sobre todos los mares, seguimos buscando la unidad, que no será nunca fruto de la uniformidad, sino de un alma común y compartida a partir de la diversidad”.
Hasta entonces, jamás el pueblo cubano había escuchado tantas verdades en una plaza pública, retando el discurso oficialista.
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Fuente Cubanet.org