“Mi hija tiene miedo de que se le caiga el techo”.
Lo que San Luis no quiere mostrar
Por Micaela Urdinez
Naney Miranda tiene 5 años y se acomoda sobre la cama para pintar. Ahí también hace la tarea, come y pasa el rato. En el ranchito de 4×4 metros en el que vive junto a su mamá y sus dos hermanos en el barrio La República en la ciudad de San Luis, no hay lugar para nada. “Estábamos muy apurados y teníamos poco material, había que improvisar y por eso la hicimos con forma de carpa. Es un solo ambiente. Ahí nos acomodamos entre todos. Al fondo los chicos, al frente nosotros y en el medio la cocina”, cuenta Eliana Cabañes, su mamá. El piso es de tierra, y en las paredes de pallets cuelgan camperas, buzos y carteras. No hay mesa ni sillas. Solo dos camas, una cocinita y algunos estantes para poner utensilios para el día a día. Su hermana Fiamma de 11 años, se fue a buscar leña al monte. Hambre de Futuro recorrió algunas de las zonas más vulnerables de la provincia y se encontró con que en este clima árido, atravesado por la falta de agua y los cerros de fondo, muchos chicos viven en ranchos, expuestos al hambre y al frío. Como nota positiva, los niños, adolescentes y jóvenes del pueblo Huarpe de Guanacache, hoy pueden vivir, estudiar y trabajar en su territorio, gracias al reconocimiento y el apoyo que recibieron de la gobernación. LA NACION quiso comunicarse con Nicolás Anzulovich, ministro de Desarrollo Social de San Luis, para conocer más sobre las políticas que están implementando para mejorar la calidad de vida de las familias más vulnerables y no obtuvo respuesta. Según un informe elaborado por Unicef en base a cifras oficiales, el 64,3% de los niños y niñas de San Luis viven en hogares pobres, el 54,6% lo hace en familias con nivel educativo bajo, el 22,4% en viviendas que no acceden a un servicio público y el 12,6% pasa sus días viviendas con una calidad de materiales precarios. Muchas de las personas entrevistadas tienen miedo a hablar y no quieren salir a cámara. Prefieren no arriesgarse a perder el Plan de Inclusión Social que otorga la provincia. “Les cortaron los sueños, los tienen controlados”, dice una fuente que prefiere no revelar su nombre.
Nuevos ranchos todos los días
Si bien el gobernador Alberto Rodríguez Saa ha dicho en más de una oportunidad que en San Luis no existen villas miserias ni asentamientos irregulares, el Registro Nacional de Barrios Populares (Renabap) señala que hay 30: casi la mitad se encuentran en la capital. El número es bajo en relación a otras provincias de Cuyo como Mendoza (317) o San Juan (85) pero abarca a 3475 familias que viven en condiciones precarias y vulnerables. En abril de este año, en la apertura de las sesiones ordinarias, el gobernador anunció un plan para que miles de puntanos concreten el anhelo de acceder a una vivienda. “Qué dolorosa es la vida cuando no se tiene un lugar donde vivir, qué dramático es alquilar y saber que tengo que pagar el alquiler todos los meses y me lleva mucha parte de mi sueldo. Y no poder hacer mejoras porque no es mi casa. No poder progresar todos los días, cuánto se sufre por eso. En cada municipio, si se pone onda, terrenos tenemos y, si no, los vamos a tener, los vamos a buscar, los vamos a comprar”, señalaba Rodríguez Saa. El Barrio La República queda a solo 10 minutos del centro de la ciudad de San Luis. Todos los días nuevas construcciones empiezan a levantarse en los márgenes: el último registro arrojó que son alrededor de 1200 familias. También están trabajando las máquinas del proyecto de urbanización -que implica el trabajo conjunto entre Nación, el Gobierno provincial y la Municipalidad de San Luis- para que las familias accedan a agua potable, tendido eléctrico, cloacas, y espacios recreativos. “Cuando llegué al barrio la mayoría tenía casas de palo, de nylon y tarimas, pisos de tierra. Algunos de a poco pudieron ir progresando y hacerse viviendas mejores. Otros están recién llegando y construyen ranchitos con lo que pueden”, cuenta Natalia Aumada, presidenta de la Fundación Merendero y Comedor Corazones Solidarios.
Niños con hambre
Son las 10 de la mañana. A pesar del frío y de la llovizna, mujeres y niños empiezan a hacer una fila en la puerta del comedor. Algunos se refugian adentro en donde ya se están preparando las ollas con guiso de arroz, pollo y lentejas. Los perros desnutridos deambulan viendo qué pueden robar. “Es muy triste ver a la gente que te pide comida porque tiene hambre y no poder darle. Hasta mi hija vio como tres hermanitos que no tenían nada para comer estaban raspando salsa de un plato. Y esas situaciones te marcan. Me da impotencia porque yo quiero hacer todo para ellos y no alcanza”, dice Aumada quebrada en llanto. Actualmente son 200 familias las que asiste con comida dos veces por semana, ropa, frazadas y padrinazgos. La República es un barrio que crece. Y en el que todas las familias intentan, como pueden, mejorar su vivienda. “Hay otros asentamientos así pero me parece que este es el más grande”, agrega Aumada. Muchas de las casas de nylon tienen al lado los cimientos de una de material que están empezando a construir de a poco. Karina Barrios vive en la casa 7 de la manzana 5. Tiene ocho hijos y con su pareja se acomodan como pueden en un rancho -de un ambiente- de madera y nylon. En el frente de la casa, ella junto a una de sus hijas empezaron a levantar las paredes de ladrillos de su futura casa.
En San Luis, el 64,3% de los niños viven en hogares pobres. En las ciudades, se concentran en los asentamientos. En la zona rural, el aislamiento, los caminos de tierra, la falta de transporte público y de agua potable, son los principales desafíos
“Antes alquilaba en todos lados, pero como tengo muchos hijos, no me tomaban. Este terreno lo compramos en cuotas y lo seguimos pagando. Ahora nadie nos va a poder correr porque es nuestro. El ranchito lo hicimos en un día. Compramos las tarimas, el nylon, el techo y así construimos lo que tengo”, agrega Karina. Por ahora no tienen baño y solo dos camas de dos plazas que comparten entre todos. Sus hijas pasan frío y hay días que se despiertan con los labios morados. “Todo el día andan con campera para no sufrir el frío. Mi hija más chica tiene miedo de que se le caiga el techo y prefiere vivir con su abuela. No nos alcanza para comer ni para vestirnos. Por eso tuvimos que ir al comedor de Natalia. Toqué puertas por todos lados y te dicen que para “La República” no hay ayuda. En todas las placitas tenemos Internet pero hay gente que necesita para comer”, se queja Karina, que dice que hay miles de ranchos como el suyo. Y que incluso, hay algunas familias en peores condiciones. “Hay niños embarrados hasta acá arriba, en casas con techos que se llueven. Lo más urgente es el frío, la ropa de abrigo y poder tener un baño digno. Yo lo único que quiero es que mis hijos estén bien y que sepan que todo el esfuerzo que yo hago es para que ellos puedan tener un futuro mejor”, dice esta mujer que cobra la pensión por madre de siete hijos y no consigue trabajo. Su pareja y sus hijos mayores trabajan haciendo changas.
En Villa Mercedes, la misma realidad
El barrio La República no tiene escuela por lo que los chicos tienen que hacer largos recorridos para sostener sus trayectorias. Bautista Aresti, de 10 años, todos los días camina junto a su mamá las treinta cuadras que separan su casa de la escuela. “Antes íbamos en colectivo pero ahora no nos alcanza la plata”, dice este chico al que le encanta jugar a la pelota y todavía está aprendiendo a leer. Cuando llueve, directamente no lo mandan. Aumada cuenta que desde la provincia todas las semanas le mandan mercadería para la merienda y que ellos tienen que cubrir el resto con donaciones particulares. “Solo nos alcanza para comprar alitas de pollo y por eso les damos mucho guiso. Estaría bueno poder sumar carne y fruta. Sigo esperando más ayuda de la provincia, las puertas siempre están abiertas”, reclama. En Villa Mercedes la realidad es muy parecida. En el asentamiento que informalmente se llama Eva Perón III, los terrenos se siguen tomando. Hasta allí llegó Jazmín Riveros desde Mendoza junto a sus papás y se levantaron una casita precaria de pallets, palos y silobolsas. Cuando ellos se instalaron había menos de diez familias y ahora el número está más cerca de las cien. “Mi sueño es tener mi propia casa. Otra. Que sea real porque esta es de madera y nylon. Yo quiero una de ladrillos, con cemento y pintura”, dice esta nena de 8 años. Desde Cáritas San Roque, día a día intentan acompañar a los que menos tienen de distintas maneras. Con esa premisa pusieron pie en este barrio y empezaron a asistir a distintas familias, entre ellos la Riveros. “En el asentamiento hoy viven más de 70 familias y día a día se suma una nueva casita armada con la misma precariedad que la casa de Jazmín”, cuenta Jorge Alberto Jornet, integrante de la entidad.
Aislados y sin agua
En las zonas rurales de la provincia, el aislamiento es el principal escollo con el que tienen que convivir las familias. El estado de los caminos, las enormes distancias y la falta de transporte público hace que llegar a todos lados sea más complicado. Jesús Videla vive en el paraje Balde de la Isla y cursa la secundaria en Trapiche, a 30 kilómetros. Su familia hace malabares todos los días para que pueda llegar y no perder la escolaridad. “Están feos los caminos. Ahora está más o menos porque pasó la máquina pero cuando sabe haber tierra es feo porque abajo hay pozos. La bici de mi papá se me pinchó y la que me prestaron en la escuela se le rompió el volante así que hay días en que vuelvo caminando”, cuenta este adolescente de 14 años. Su papá trabaja en una cantera cortando piedras y su sueño es convertirse en abogado para poder tener un trabajo estable.
“La comunicación en general es un problema. Este camino se pone muy difícil en esta época de invierno que se empieza a secar, los camiones que sacan las piedras también rompen los caminos. Las familias viven de ser puesteros de algún campo, algunos tienen sus animales, hay planes sociales también, alguno puede trabajar en las canteras de piedra que hay en la zona”, explica Juan Manuel Rigau, intendente de El Trapiche. San Luis fue perdiendo, de a poco, sus reservas de agua. Las fuertes sequías y la falta de lluvias, hicieron que muchas familias ya no pudieran depender más de las vertientes o pozos de agua naturales. “Este es un año muy especial. Desde el 71 que no tenemos una crisis hídrica como la que se vive hoy en la provincia”, señala Rigau. A su vez, muchas lagunas y riachos que antes eran parte de ecosistemas que llevaban vida a distintos territorios, hoy no existen más. La comunidad Huarpe de Guanacache pasó de vivir entre arroyos y lagunas, a hacerlo en un desierto. Las nutrias, los patos, los flamencos y las garzas desaparecieron. “No es romántico vivir en un desierto. Entiendo que la sequía se dio por la construcción de los diques en la precordillera sin pensar en el impacto que podían ocasionar río abajo. Secar alrededor de un millón de hectáreas no es poca cosa. Mataron a un ecosistema muy importante y a un pulmón del mundo. Después, las mineras también que consumen muchísima agua”, explica Pascuala Carrizo Guakinchay, líder de la comunidad. Hoy son alrededor de treinta las familias que viven en este territorio, casi al límite con San Juan. Los niños y adolescentes que asisten a la Escuela Pública Digital Xumucpe “Hijos del Sol” habitan otro paisaje. Son de pocas palabras, disfrutan mucho de los animales y de recorrer su lugar. “De niños íbamos a jugar a las lagunas y nos metíamos para poder mirar los peces que andaban entre nosotros. Después empezó a cortarse el agua y fuimos quedando en esta sequía que hay hoy. Las familias empobrecidas tuvieron que cambiar su forma de vivir y desmembrarse. Al secarse toda una región ya no se pudo sembrar y los jóvenes se tuvieron que ir a buscar trabajo a las grandes ciudades, muchas veces, a engrosar las villas miserias”, agrega Carrizo Guakinchay.
Apoyo al pueblo Huarpe de Guanacache
Justamente la falta de agua fue la que llevó a Carrizo Guakinchay a pedir una audiencia con el gobernador en el 2006. A partir de este encuentro, la provincia firmó una carta de compromiso para mejorar las condiciones de vida de la comunidad. “El cambio fue enorme. Hoy tenemos más de 160 kilómetros de acueducto por el que nos llega el agua. También se reformó la constitución provincial en la que se nos visibiliza en el artículo 11 bis. Los jóvenes ya no se van porque tenemos una escuela en nuestro lugar. Se están quedando y están volviendo al territorio. Hoy tenemos energía eléctrica y vivimos dignamente en viviendas de las que nosotros participamos del diseño”, agrega esta mujer que fue maestra rural y más tarde jefa del Subprograma Pueblo Huarpe, dependiente del Ministerio de Turismo de la provincia. Actualmente, la comunidad Huarpe de Guanacache tiene la categoría de municipio, está recibiendo dinero del tesoro y 3000 hectáreas para sostener proyectos productivos que tienen que ver con la cría de animales. También, a raíz de un plan de co-manejo del Plan Nacional Sierra de las Quijadas están administrando una confitería. “Al sentir esa contención del Estado, uno va mejorando también las aspiraciones”, concluye Carrizo Guakinchay.
Fuente La Nacion