Por Fernando Laborda
De cara a la segunda vuelta electoral que este domingo definirá si Jair Bolsonaro es reelegido presidente de Brasil o si Lula da Silva lo desbanca del poder, los sondeos de opinión pública dan cuenta de una ventaja para el líder opositor. Pero las semanas posteriores a la primera vuelta electoral del 2 de octubre, en la que Lula quedó primero con 48,4% y una diferencia de 5,2 puntos sobre el primer mandatario brasileño, han estado signadas por un debate acerca de las equivocaciones de la mayoría de las encuestas previas a esos comicios, que en general le daban una ventaja mayor al candidato del Partido de los Trabajadores.
La remontada de Bolsonaro en aquella elección, inesperada en función de las encuestas preelectorales, derivó en duras críticas de los dirigentes bolsonaristas a los responsables de los sondeos de opinión pública. A tal punto que el jefe del bloque de diputados nacionales de esa fracción, Ricardo Barros, presentó un proyecto de ley tendiente a fijar una pena de entre 4 y 10 años de prisión para quienes publiquen dentro de las dos semanas previas a las elecciones “una encuesta electoral cuyos números sean diferentes, más allá del margen de error declarado, a los resultados obtenidos en las urnas”.
Según la polémica iniciativa, “responderán por este crimen el encuestador responsable del sondeo divulgado, el responsable legal de la encuesta y el representante legal de la empresa que contrató a la consultora”. El crimen se cometería, de acuerdo con el proyecto, incluso si no existiese dolo de fraguar el resultado de la encuesta publicada.
El presidente de la Cámara baja brasileña, Arthur Lira, aliado de Bolsonaro, no se quedó atrás en sus críticas a los encuestadores. Propuso en su momento que a las consultoras de opinión pública que se equivoquen dos o tres veces “se les prohíba hacer encuestas, trabajar por ocho años”.
Tanto la primera vuelta de Brasil como el desempeño de las encuestas en nuestra región acaba de ser objeto de diversas evaluaciones técnicas y miradas en el Consejo de Profesionales de Sociología y la Asociación de Sociólogos de la República Argentina. Específicamente, se analizó cuáles son los alcances y los problemas de las encuestas para “pronosticar” escenarios electorales hacia el futuro.
De estos análisis surgen fenómenos estadísticos y no estadísticos que podrían explicar la menor precisión predictiva de las encuestas preelectorales, verificada en los últimos años en distintas partes del mundo.
Respecto de los fenómenos estadísticos, los especialistas destacan que relevar con una simple pregunta a quién va a votar una persona resulta insuficiente para recrear la intención de voto. Del mismo modo, señalan que, muchas veces, la complementación de metodologías no puede llevarse adelante por límites presupuestarios, de tiempo o bien de posibilidad, ya que para los encuestadores no es posible ingresar en barrios cerrados o en zonas de alta inseguridad.
En cuanto a los fenómenos no estadísticos, se mencionan factores tales como el rol de lo inesperado, contextos y opiniones volátiles y bajas ganas de contestar encuestas políticas.
Según el consultor Federico Aurelio, a “la baja predisposición de la gente a responder encuestas” se suma el cansancio de la sociedad civil con la dirigencia política, segmentos que no opinan por estar distanciados de la política, una alta proporción del voto que se define en las últimas horas y preferencias no declaradas por un posible voto vergüenza.
Aparece así la teoría de la espiral del silencio, elaborada por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann (1916-2010), de acuerdo con la cual la sociedad amenaza con el aislamiento a los individuos que expresan posiciones contrarias a las asumidas como mayoritarias, lo cual pudo haber provocado una subdeclaración del voto favorable a Bolsonaro.
En tal sentido, el consultor Carlos Fara subraya que “donde hay candidatos que de alguna manera juegan como antisistema o outsiders, o políticamente incorrectos, lo que en general se viene sucediendo en varios países es que ese voto queda subvaluado en las encuestas”.
Evangelina Pérez Aramburu, presidenta del Consejo de Profesionales en Sociología de la Argentina, señala que la principal autocrítica que podría hacerse reside en “haber sobrevendido la infalibilidad” de las encuestas preelectorales, o en “no exponer con mayor precisión la naturaleza estadística intrínseca de las metodologías utilizadas”, de modo que “sus resultados no sean tomados como los de modelos determinísticos”.
En sintonía con esa aseveración, la socióloga Mora Jozami afirma que “hasta la encuesta más perfecta no deja de ser una foto” del momento en el que se hace.
La analogía con la foto, que difiere de la película, se entiende, en palabras de Pérez Aramburu, en el sentido de que “si tiramos un objeto al aire y le sacamos una foto, esta podría decirnos a qué altura se encuentra el objeto, pero se necesitarían más datos, que no encontraremos en la foto, para saber si está subiendo o bajando”.
Tanto quienes dirigen la realización de encuestas como el periodismo comparten una responsabilidad común, que pasa por darles a los sondeos de opinión pública preelectorales su debido valor, sin sobrevalorar sus conclusiones ni hacer proyecciones indebidas, y tomando en consideracion la relatividad de las encuestas en cuanto a su poder predictivo. Independientemente de esto, la propuesta del bolsonarismo de meter presos a los encuestadores solo puede ser calificada como disparatada y propia de una concepción autoritaria.
Fuente La Nacion